Si pasea por la calle y oye por casualidad las conversaciones de sus convecinos, se percatará de que en no pocas ocasiones hablan de espectáculos deportivos y, más concretamente, de balompié. No es que los hombres sean (seamos) monotemáticos, pero si midiésemos la frecuencia con la que hablan de fútbol comprobaríamos que destaca sobremanera sobre el resto de temas.

Si hace lo propio con las conversaciones de sus convecinas, las cosas no están tan definidas. Ellas hablan de muchas cosas, pero no hay un tema principal que destaque sobre los demás.

Esto, obviamente, no es el resultado de ningún experimento riguroso, ni siquiera de un muestreo aleatorio, con sus controles. No tiene valor probatorio alguno. No es más que una impresión, pero una impresión muy marcada.

Esa brecha se percibe con más claridad en los exteriores de los bares al atardecer o ya de noche. Una numerosa parroquia, mayoritariamente masculina, se arracima en la terraza con la mirada fija en la pantalla. No es que no haya mujeres o, más bien, chicas jóvenes. Las hay, pero son muchas menos y en su mayoría no atienden al espectáculo.

Las editoriales, para evaluar el grado de aceptación que tendrá un nuevo título en el mercado, envían sus manuscritos a una muestra de lectoras, porque son mujeres la mayoría de quienes leerán esos libros en caso de que se publiquen. Sin embargo, son más los chicos que juegan en línea o que lo hacen en solitario en sus consolas. No es que no haya chicas que juegan, las hay, pero son menos.

Si usted se anima a ir a ver una obra de teatro, lo normal es que haya más mujeres que hombres en la sala. De la misma forma que en los estadios de fútbol hay más hombres que mujeres. Me decía Víctor Etxebarria en Substack que según su memoria anual, en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, el 70% son socias y el 30%, socios. Hace ya unos pocos años escribí acerca de la existencia de una subcultura masculina y una subcultura femenina, e hice mención a algunas de las aficiones que he citado aquí.

El año pasado por estas fechas se publicó un informe que ponía de relieve la existencia de diferentes niveles de desempeño escolar entre chicos y chicas. Esto no es ninguna novedad. Ellos obtienen resultados algo mejores en matemáticas, y ellas los obtienen mejores en lectura. El informe enlazado da cuenta de diferencias en términos absolutos, pero en otros se habla de diferencias relativas: a similar nivel de desempeño matemático, las chicas superan a los chicos en lectura.

Si nos fijamos en los resultados académicos globales, ellas obtienen mejores resultados que ellos. Se observa, por ejemplo, en las tasas de abandono escolar. Un 60% de quienes dejan de forma prematura los estudios en España son chicos, un 40%, chicas. Si esa diferencia le parece pequeña, piense que refleja un abandono por parte de los chicos que es un 50% más alto que el de sus compañeras. Ellas dedican más tiempo que ellos a estudiar en casa.

Si se analizasen los resultados de las pruebas de acceso a la universidad se vería que las chicas obtienen resultados claramente mejores que los chicos. Aunque no el único, ese es uno de los factores que explica que haya más mujeres en las carreras para las que es necesario obtener una nota alta de acceso, con ­escasas excepciones en estudios del campo tecnológico.

Como consecuencia de todo esto, se gradúan más chicas y lo hacen con mejores calificaciones. Las mujeres leen más, van más al teatro y a otros espectáculos culturales. Y cada vez escriben y publican más.

Yo pensaba que hace años esto no pasaba, pero resulta que sí pasaba; estaba equivocado. Lo he sabido estos días. Cuenta Inmaculada de la Fuente, en su biografía de María Moliner[1], que esta, en un informe de 29 de abril de 1935 dejó escrito, en relación con el nombramiento de bibliotecarios adjuntos para descargar de trabajo al maestro de Ràfol de Salem (Comunidad Valenciana), lo siguiente: «He descubierto un filón con las madres de familia. Muestran generalmente un interés superior al de los hombres por la cosas de la cultura y pienso utilizarlas en adelante como los auxiliares más eficaces.» (pg. 127). Y en otro pasaje señala que, en marzo de 1936, el maestro de Fuente de San Luis (Valencia) le dice a María Moliner que las muchachas «son más susceptibles de adquirir interés por la lectura, y ellas arrastran a los muchachos a leer.» (pgs. 130-131).

Las consecuencias de esa diferencia en la disposición a la lectura entre chicos y chicas seguramente no se percibían durante la edad adulta debido a que las carreras académicas de muchas chicas eran truncadas al margen o en contra de su voluntad, de manera que no llegaba a producirse una brecha como la que acabo de describir. De hecho, la brecha era la contraria.

Mi madre se lamentaba de que su maestra, en la aldea en que nació y vivió durante la mayor parte de su infancia, se ofreció a pagarle de su bolsillo los estudios de magisterio porque, al parecer, reunía condiciones para estudiar. Mi abuelo se negó; adujo que sería injusto, dado que no podría dar estudios a los demás hermanos y hermanas. Eran cinco en total. Sospecho, aunque realmente no lo sé, que su respuesta habría sido otra si ella hubiese sido un chico. Era la mayor de los cinco, por lo que era uno de los sostenes de la familia: ella también segaba cuando tocaba segar.

El caso es que, conforme las condiciones para el acceso de las chicas a los estudios superiores se han normalizado e igualado a las de los chicos, la brecha cultural y académica entre ellos y ellas ha aumentado. Andando el tiempo, esto tendrá consecuencias en los emparejamientos heterosexuales porque los intereses de él y de ella serán cada vez más divergentes. No tengo a mano la referencia pero, si no recuerdo mal, creo haber leído que esto ya ha empezado a ocurrir en algunos países.

De acuerdo con una investigación cuyos resultados se publicaron en agosto del año pasado, la afinidad ideológica –incluida la religiosa– y el nivel educativo importan más que la semejanza de rasgos psicológicos o físicos a la hora de convivir con otra persona como pareja. La duración de la relación es mayor cuando ambos comparten ideas y cuando tienen similar nivel de formación. Esa investigación se ha basado en más de tres millones de relaciones. Los tres rasgos para los que la correlación entre los valores de los dos miembros de la pareja son los más altos son los valores políticos (0,58), la religiosidad (0,56) y el nivel educativo (0,55). El rasgo psicológico con más alta correlación entre los miembros de la pareja es la apertura a nuevas experiencias (0,21); los demás están incluso por debajo.

Preferimos convivir con una persona con la que, además de asuntos domésticos, tenemos algo de qué hablar. No parece una conclusión inesperada, ¿no es cierto?

El barómetro del CIS nos informó en marzo de que la brecha ideológica entre chicos y chicas se ha agrandado mucho en los últimos años. Antes, hace unas décadas, aunque no había grandes diferencias, las chicas tendían a ser algo más conservadoras que los chicos, y todos, en general, algo más de izquierdas que de derechas. En los últimos años ellas se han hecho algo más de izquierdas y ellos, mucho más de derechas[2].

En las últimas semanas, medios como La VanguardiaPúblico y El Confidencial han publicado reportajes sobre este resultado que, por cierto, no es exclusivamente español (creo que el único que puede leerse en abierto es el de Público, y es muy completo). El fenómeno parece tener carácter universal o, al menos, parece estar produciéndose en buen número de países desarrollados. En los reportajes citados se recoge la opinión de personas expertas sobre esos temas. Seguramente aciertan al identificar algunos factores causales.

Pero creo que la brecha ideológica tiene su origen, en el fondo, en una brecha cultural profunda. Una que tiene que ver con la lectura, con el teatro, con el cine, con la escritura, con la música, con los estudios. Y con el fútbol, con otros deportes, con los videojuegos, con los estudios, con la pornografía. Y seguramente con algunas otras cosas más que no se me ocurren al escribir estas líneas.

Nota: una versión inicial de este texto apareció en la sección ‘Conjeturas’ de mi niusleter ‘Lecturas y conjeturas’. Esta versión introduce datos adicionales y es, en algunos aspectos, sustancialmente diferente de la original.


[1] Inmaculada de la Fuente (2018): El exilio interior. La vida de María Moliner. Turner Noema (2ª edición; la 1ª edición es de 2011).

[2] Estos datos son muy claros porque las diferencias son muy importantes, aunque no estoy muy seguro acerca del significado real de los términos izquierda y derecha en este contexto. Podría haber algún factor de confusión, como el populismo, por ejemplo. Y muy probablemente, en este resultado incide la valoración de las políticas de género. Pero este asunto lo dejaré para tratarlo quizás en otra ocasión.