La Unión Europea la gobiernan hoy políticos conservadores y socialdemócratas, principalmente, con el concurso y colaboración de centristas y ecologistas. Con diferente intensidad, dependiendo de su país de procedencia, casi todos ellos son partidarios de avanzar hacia una mayor integración, pudiendo llegar, incluso, a una estructura verdaderamente federal. A la izquierda y la derecha de ese bloque central, hay disparidad de opiniones y muchos matices.

Las grandes fuerzas políticas tradicionales del continente son el Partido Popular Europeo, (EPP, con 177 asientos en el actual parlamento), la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D, 140 asientos), centristas (o liberales) (Renew Europe, 102) y ecologistas (Greens/EFA, 72).

Por el otro están las fuerzas de extrema derecha, interesadas mayoritariamente en frenar la integración, en devolver a los estados parte de la soberanía cedida a las instituciones comunitarias, y en desarrollar políticas muy conservadoras, iliberales incluso. A esta órbita pertenecen dos grupos, los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, 68) e Identidad y Democracia (ID, 59).

Completan el actual Parlamento la izquierda confederal (The Left, 37) y los no inscritos (50), entre los que se encuentran los doce parlamentarios de Fidesz, el partido del primer ministro húngaro, Viktor Orban, que han abandonado el EPP y tras las próximas elecciones se integrarán, previsiblemente, en uno de los grupos de la extrema derecha.

La acción política de la ultraderecha en Europa se centra en unos pocos temas. El más importante quizás es el de la inmigración –principalmente de credo musulmán–, con el mensaje de que los inmigrantes, procedentes en su mayor parte de países mahometanos, conforman una quinta columna que se propone desestabilizar nuestros países, subvertir la juventud, islamizar Europa y ponerla bajo la influencia de potencias extranjeras.

Otros puntos de su programa son la oposición a las políticas de reconocimiento de los derechos a las minorías LGBTQ, a los movimientos ecologistas y, en general, a las ideologías que tachan de antioccidentales.

Hasta hace poco tiempo la extrema derecha abogaba, en sus países, por la salida de la Unión, pero poco a poco esa propuesta está siendo sustituida por la de ganar influencia dentro del club y, eventualmente, alcanzar el poder en las instituciones comunitarias. En todo caso, no renuncian a devolver a los estados la soberanía que permitiría a estos recuperar competencias para aplicar en ellos sus propias políticas si la suerte electoral les fuese favorable.

Ese cambio de tendencia está liderado por la italiana Giorgia Meloni. La jefa del gobierno italiano ha mostrado determinación y pragmatismo. Por un lado, dentro de su país se ha dedicado a atacar a los grupos LGBTQ. También se opone a las actividades y organizaciones de rescate de emigrantes, y aunque ha llegado a acuerdos con el resto de países europeos para repartir a los que llegan de forma ilegal, también ha suscrito sendos acuerdos con los gobiernos de Egipto y Túnez para evitar o reducir su llegada a las costas meridionales europeas; esto último, además, con la bendición de Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión.

Por el otro lado, sin embargo, en sus relaciones con los socios europeos actúa como una firme europeísta, comprometida con la OTAN y el apoyo a Ucrania. Ese pragmatismo le ha dado fama en Bruselas de hábil diplomática. Como ejemplo, a su mediación se debe el levantamiento del veto húngaro a la ayuda europea a Ucrania. De hecho, hay quien atribuyen hoy a Meloni un papel en Europa similar al que jugaba Angela Merkel.

Fue muy significativo también que en febrero Meloni asumiese un papel protagonista en la oposición a la Ley de Restauración de la Naturaleza. Se unieron a ella los parlamentarios del EPP. Aunque con rebajas de objetivos con respecto a los planes originales, la ley salió adelante, pero lo hizo gracias al voto de parlamentarios conservadores disidentes.

Giorgia Meloni es un personaje muy a tener en cuenta, porque gracias a sus formas –de ella se dice que actúa con puño de hierro en guante de seda– y a su habilidad y éxito diplomático en Europa, acredita dotes que la hacen aceptable para el establishment europeo y atractiva para buena parte del electorado. Podría, de hecho, convertirse en el modelo a seguir por otros líderes de su misma ideología y facilitar así el avance de la extrema derecha en el resto del continente.

Por último, tenemos a la izquierda. En el actual parlamento es un grupo pequeño y probablemente lo siga siendo en el que salga de las elecciones de junio. Pero quizás sus parlamentarios acaben teniendo un peso relativo mayor, en el caso de que los grandes bloques queden muy igualados.

Lo que no cabe esperar de este grupo es un interés en profundizar en el mercado único, el apoyo a la OTAN o a la defensa de Ucrania, por lo que estos objetivos podrían verse comprometidos en los próximos años. Además, a sus posturas pueden sumarse otros parlamentarios, dado que estos no solo votan en función de su afinidad ideológica sino, también, de los intereses de sus países. Esto suele tener importancia cuando se oponen los intereses de países grandes y pequeños, por ejemplo, o de mediterráneos y septentrionales.

En la segunda (y última) anotación sobre asuntos europeos, me referiré a las perspectivas para la próxima legislatura.

Nota: Las dos anotaciones sobre este tema se han nutrido de múltiples lecturas y, sobre todo, de estos tres artículos (de pago): David Broder: ‘The Far Right Wants to Take Over Europe, and She’s Leading the Way’ (The New York Times); Lluis Uría: ‘Dos visiones de Europa’ (Newsletter Europa); Xavier Ferrás: ‘Necesitamos un cambio radical’ (La Vanguardia)