Aunque, en general, evito la política en Conjeturas, a veces hago excepciones. Esta es una de ellas, y obedece a lo excepcional que encuentro lo que está ocurriendo en Madrid, en particular, y en España, en general. Los acontecimientos políticos y disturbios de estos días, por su carácter y la crispación que los envuelve, me recuerdan, sin llegar a los extremos de entonces, los conflictos de la segunda mitad de la década de los setenta del siglo XX.

Los líderes del PSOE, con Pedro Sánchez al frente, se hartaron de declarar antes de las elecciones que Puigdemont solo volvería a España a responder ante la ley de sus actos. Y que no habría amnistía.

Tengo escrito por aquí que la coherencia en un responsable político más que virtud, es un hándicap, porque es un obstáculo a la posibilidad de llegar a acuerdos y porque provoca excesiva rigidez en una actividad para la que la flexibilidad es esencial. Sin embargo, los líderes políticos han de ser, si no coherentes, al menos previsibles. De otra forma pierden toda credibilidad. ¿Cómo se puede confiar en un político que no sabes por dónde te va a salir?

En lo que a la ley de amnistía se refiere, hay opiniones muy diversas con respecto a su constitucionalidad. Yo lo desconozco todo acerca de ese asunto, por lo que no tengo opinión. Mis fuentes habituales en derecho constitucional me dicen –y así lo han publicado hace semanas– que no es constitucional y lo han explicado de manera que creo haberlo entendido, aunque sería incapaz de reproducir. Insisten, además, en que se podría utilizar una vía diferente para conseguir el mismo propósito, pero habría hecho falta más tiempo. Otros amigos juristas discrepan; creen que sí sería constitucional. Insisto: no tengo opinión; ese no es el tema de esta anotación.

Constitucionalidad o inconstitucionalidad al margen, la eventual aprobación de una ley de amnistía PARA facilitar una operación política partidaria, por deseable que se considere, sienta un precedente peligroso. No sé si debe hacerse o no, porque no tengo claro cuáles son los bienes que están en juego y no estoy seguro de cuál sería el de mayor valor que habría de preservarse. Pero es un mal precedente.

Por todo lo dicho, la ley de amnistía puede actuar como una bomba de relojería para el PSOE. Una legislatura sobre estas bases, si no llegase a durar más de unos meses, podría ser su ruina electoral. Y a más largo plazo las consecuencias podrían no ser nada deseables para el sistema político.

Los disturbios protagonizados por la extrema derecha declarada –aunque inspirados por la extrema derecha críptica (o no tan críptica)– sin embargo, han generado una encrucijada paradójica y diabólica a la vez. Porque si la ley se abortase ahora, ello se interpretaría como una victoria de las algaradas, de Aznar, del CGPJ, en resumidas cuentas, del «fascismo».

Por otro lado, para complicar más las cosas, a Puigdemont no le ha gustado la escenificación del acuerdo con Junqueras. Y por si eso fuese poco, no se fía ni de Sánchez ni de la mafia judicial (esto último, con razón: un CGPJ caducado hace años no tiene legitimidad para actuar como lo hace y es más peligroso que un mono con un saco de bombas), por lo que exigirá garantías difíciles o imposibles de dar.

En resumidas cuentas, el PSOE puede acabar haciendo un verdadero papelón.

En el otro lado, Aznar ha hablado: “El que pueda hacer que haga y el que pueda aportar que aporte.” Con la colaboración del grueso de los medios madrileños, él es el inspirador de la estrategia que ha producido la matxinada del CGPJ, la imputación por terrorismo de Puigdemont y Rovira, y ha dado combustible a los disturbios.

Feijoó debería haber condenado las algaradas ayer noche, sin más dilación. Al no haberlo hecho se hace cómplice de los disturbios y da muestra de una debilidad alarmante frente a la extrema derecha de su partido.

Esas dos circunstancias, como ocurrió con los pactos autonómicos y municipales con Abascal, tendrán consecuencias en caso de una nada improbable próxima convocatoria electoral. Pero dudo que rectifique, porque enfrentarse a Aznar pondría en peligro su continuidad a corto plazo en la presidencia de su partido.

Así que el PP también puede acabar haciendo un verdadero papelón.

Abascal no tiene casi nada que perder con todo esto, porque su situación ya era débil. Quienes sí tienen que ganar son Aznar, Díaz Ayuso y los sectores iliberales a los que representan. Creo que son los únicos.

Veo muy delicada la situación de Sumar, con una vía de agua que no puede resultarle más incómoda en este momento y que no anticipa nada bueno para la legislatura. También el PNV está en una posición complicada, por la proximidad de las autonómicas. Y si la legislatura no prospera, dudo que ERC y Junts saquen algo en limpio de todo esto. Para EH Bildu el único riesgo es que unas elecciones anticipadas lleven al PP al gobierno en Madrid y eso dificulte algunas medidas penitenciarias; pero políticamente creo que son inmunes al desenlace del culebrón.

Resuenan estos días (al menos en mi cabeza) los ecos de la kale borroka que incendió las calles de Euskadi durante décadas, en ocasiones también vinculada a una posible aministía. Claro que esta kale borroka se hace en Madrid y lo que pretende es evitar que se apruebe aquella. Resulta difícil dar crédito.

La situación no parece desesperada, pero sí grave. Aunque –vaya usted a saber–, a lo mejor es todo lo contrario.