Conjeturas


Política

La coherencia, ese duendecillo propio de mentes pequeñas

2023-08-18 2 Comentarios

Tengo escrito por aquí que la coherencia es una «virtud» sobrevalorada. Así lo creo.

En el periplo vital de las personas es normal que, conforme pasa el tiempo, cambie la forma en que vemos las cosas. Las situaciones en que nos encontramos, el dedicarnos a esto o aquello, la pareja, la paternidad o maternidad, las personas que conoces, los intereses. Todos esos y más, son factores que cambian con el tiempo. Y es normal, por ello, que cambie nuestra opinión acerca de muchas cosas, incluidas las realmente importantes.

Por eso es absurdo que se afeen los cambios de opinión, de ideas, intereses o valores de los demás. Cuando a alguien se le reprocha incoherencia por haber cambiado su opinión o punto de vista, el reproche es, en realidad, muestra de miopía. He cambiado muchas veces de opinión, algunas en materias muy importantes.

Más absurdo es exigir coherencia en política. Si dejamos a un lado los principios morales e ideológicos fundamentales –los básicos ¡ojo!–, para los que sí creo debe pedirse un mínimo de coherencia, si de lo que se trata es de cuestiones tácticas, declaraciones, juegos (games, no plays) de poder o similares, la coherencia a ultranza no tiene sentido.

Aclaro, no obstante, que los cambios de tercio cada dos por tres tampoco sería de recibo. La ciudadanía ha de tener confianza en la trayectoria de sus representantes. De lo contrario no tendría criterio a la hora de optar por unas siglas u otras en unas elecciones. Ni tendría sentido el mismo ejercicio de la política.

Lo que quiero expresar es que quienes ostentan nuestra representación política deben ser fiables, pero no deben verse absolutamente atados o constreñidos por actuaciones o declaraciones hechas en momentos y contextos diferentes. Lo sé, no es fácil determinar cuál es el punto de equilibrio entre la fiabilidad y la flexibilidad, pero se trata, precisamente, de buscarlo.

La coherencia a ultranza paraliza. Veamos algunos casos sonados.

Esas 155 monedas de plata (que Rufián arrojó a la cara de Puigdemont) provocaron –al parecer– la rectificación de este cuando ya había aceptado convocar elecciones tras la mediación del lehendakari Urkullu.

En virtud de esa misma coherencia –de haberse llevado a la práctica– Puigdemont no habría acordado ayer con Sánchez las condiciones para apoyar a la señora Armengol para presidir el Congreso.

Por eso, son los de ERC quienes ahora ponen en solfa a Junts y Puigdemont por haber aceptado intervenir en la política española y llegar a acuerdos con Sánchez. Les recuerdan estos, con acritud, los calificativos –nyorda, traïdora i botiflera– con que eran vilipendiados por aquellos.

Cuando, hace unas semanas, la señora Guardiola, tras decir esto:

se vio obligada, por su partido, a rectificar y decir aquello de ‘donde dije digo, digo Diego’ y aceptar la entrada de Vox en la Junta de Extremadura, los forofos socialistas y sumaristas se hartaron a abuchear. Fue, ciertamente, un quiebro de nivel olímpico que dejó a su protagonista en una situación nada decorosa. Pero sapos más grandes se han tragado en el mundo de la política, y más grandes aún se tragarán.

Por eso, y aunque las circunstancias y trascendencia del quiebro son muy diferentes, tampoco debería nadie llevarse las manos a la cabeza porque el protagonista de la semana haya incurrido en una falta de coherencia suprema para conseguir lo que se proponía.

Para poder mantener un mínimo de fluidez, la política no puede permanecer atada por declaraciones públicas hechas bajo circunstancias que, vistas con una cierta perspectiva, no tiene sentido que fosilicen y surtan efectos para siempre.

La política y la coherencia se avienen fatal.

Mis amigos saben que soy muy partidario de esta sentencia de Ralph Waldo Emerson, que no puede resultar más oportuna ni más certera en las circunstancias que vivimos. Con ella termino.

A foolish consistency is the hobgoblin of little minds, adored by little statesmen and philosophers and divines.

O sea:

Una tonta coherencia es duendecillo propio de mentes pequeñas, adorado por pequeños políticos y filósofos y predicadores.



2 Comentarios En "La coherencia, ese duendecillo propio de mentes pequeñas"

  1. Victor
    2023-08-19 Responder

    Muy bueno. Las leyes (ni siquiera las de Newton) quedan grabadas en piedra, como las Tablas de la Ley. Los experimentos nos dan evidencias y cambiamos de parecer si pensamos. En política las mentes grandes deberían hacer lo mismo.

    Aprendiendo últimamente sobre tecnología de computación cuántica, resulta que mantener la coherencia cuántica de los cubits es tan difícil que no está claro que se puedan construir computadores cuánticos útiles. De momento ningún prototipo funciona, y está por ver. Nada que ver la “coherence” cuántica con la “consistency” del pensamiento, pero ambas son fascinantes.

  2. Jose Maria
    2023-09-05 Responder

    Me encantó, la idea y el matiz con que la presentas. Creo que el según ese matiz la coherencia aquí es rigidez, cabezonería, tozudez, en definitiva dificultad para aceptar la otredad, para el diálogo y, por lo tanto, en el fondo, orgullo. Aclaras que no te refieres a la coherencia del que busca ser fiel al propio ser, a los principios básicos, algo sin lo cual tampoco puede haber política buena, de la que cambia las cosas a mejor. Políticos de profundas convicciones y con pasión para el diálogo y la escucha. Eso necesitamos. Me encanto la entrada. Gracias!


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