El próximo sábado, uno de julio, sale el Tour, la vuelta ciclista a Francia, de Bilbao, aunque Bilbao, como todo el mundo sabe, no está en Francia ni es un enclave francés en el País Vasco.
Tengo una opinión entre desfavorable y muy desfavorable acerca del hecho en sí. Hace unas semanas se me dieron varias razones a favor de que se haya decidido promover esta salida ciclista expatriada. Es muy conveniente, al parecer, para que nos conozcan fuera, para que sepan que existimos y para que valoren la oportunidad de invertir aquí.
Yo más bien pienso que estas iniciativas obedecen al deseo de nuestros gobernantes de ofrecer a la ciudadanía un motivo de «orgullo y satisfacción» y, ya de paso, apoyar económicamente al sector hostelero. En definitiva, me parece, más bien, una variante posmoderna del panem et circenses.
Creo –pero esto es solo una creencia, claro– que estos grandes actos deportivos son malos, negativos para la sociedad que los acogen, porque contribuyen a fomentar en su seno una imagen de –si se me permite la redundancia– la «buena imagen», vinculada con algo tan banal, emocionante y espectacular como eso: un espectáculo. Los países a los que nos gustaría parecernos basan su buena imagen en otros méritos, me temo. Pero bueno, de eso ya me ocuparé otro día, porque hoy toca ocuparme de otra cosa.
Lo anterior viene a cuenta de la amenaza de los sindicatos de la Ertzaintza al Gobierno Vasco y, a través de las instituciones vascas, al conjunto de la sociedad, de provocar el caos o la suspensión de la salida de la llamada «ronda gala» si no se avienen a hacer determinadas concesiones de orden laboral.
He empezado esta anotación dando mi opinión acerca del magno acontecimiento para que no se entienda que estoy interesado en que el tourre (en afortunada expresión de una amiga muy querida) se celebre a costa de lo que haga falta. A estas alturas no deseo que se suspenda; no creo que fuese bueno, por supuesto. Pero lo cierto es que se me ocurren dramas más graves. No, no tengo interés en el tourre.
Por otro lado, desconozco la parte de razón que asiste a cada una de las parte en conflicto. Tampoco sé que alícuota de responsabilidad corresponde a cada parte. Pero eso es lo de menos. Mis cuitas no tienen nada que ver con el enfrentamiento entre sindicatos y gobierno, sino de algo que, para mí, tiene mucha más enjundia.
Ayer sábado leí en un periódico bilbaíno una amplia información acerca del conflicto en cuestión. Ilustraba el artículo con una fotografía de la rueda de prensa de los representantes sindicales de la Ertzaintza. Hasta aquí, todo normal.
Lo que me llamó la atención y, desde luego, no me parece en absoluto normal, es que los representantes sindicales exhibiesen las fotos del consejero, Josu Erkoreka, y de cuatro mujeres de las que se decía en el pie de foto que forman la «cúpula del Departamento de Seguridad».
¿Qué persiguen los sindicatos exhibiendo esas imágenes? ¿Necesita la opinión pública vasca conocer las caras de las personas que, junto a Erkoreka, forman la cúpula de Seguridad? ¿Es acaso su fisonomía la que debe ser conocida por la ciudadanía vasca?
Evidentemente, no. Lo que se persigue es amedrentarlas, introducir la componente personal en el conflicto, desplazarlo de la esfera institucional a la personal. Lo que quieren es que el vecindario de esos cargos públicos sepa quiénes son sus vecinas, que sepan que ellas serían corresponsables de un eventual fracaso de la negociación. Se trata, sí, de un escrache, fotográfico, pero escrache, porque se hace con intención amedrentadora.
Aparte de la gravedad del hecho en sí, hay otra consideración que no quiero dejar de hacer: a la vista de actuaciones así, ¿quiénes estarán dispuestos en el futuro a asumir responsabilidades institucionales?
Nos quejamos mucho de quienes desempeñan cargos públicos y de la clase política en general. Pero una sociedad, unos partidos políticos y unos medios de comunicación que no se oponen a esa formas de actuación no se merecen una clase política mejor. Este es un camino muy peligroso.
Cada veo más claro que a la política solo se dedican dos tipos de personas. Unas son idealistas que quieren trabajar para que sus ideas inspiren la convivencia y organización social de su país. Otros son verdaderos desalmados que buscan –algunos incluso delinquiendo– obtener el máximo beneficio posible de su paso por las responsabilidades públicas. Con actuaciones como la exhibición de las fotos, cada vez tendremos más de los segundos y menos de los primeros.
No debo terminar esta anotación sin advertir, como recordaron los representantes sindicales en la rueda de prensa, que «nos encontramos en nivel 4 de alerta yihadista». ¿Se dan cuenta de lo que significa esto? ¿De verdad se la dan? ¿Nos la damos los demás?
Adenda: Dice una gran amiga que ha leído este texto que hay una tercera categoría de políticos además de idealistas y corruptos: incompetentes. Lisa y llanamente, incompetentes. También ellos medrarían en la política si quienes son competentes y honrados desisten. Creo, sin embargo, que hay idealistas incompetentes y corruptos incompetentes. Son variables diferentes, una es la limpieza de intenciones y la otra la competencia. Lo ideal sería que todos fuesen idealistas y competentes, pero eso no solo no es posible, sino puede acabar siendo prácticamente imposible que haya alguno que obedezca a ese perfil.
4 Comentarios En "El Tour, la Ertzaintza y la «cúpula de Seguridad»: ¿Todo vale?"