Los seres humanos entendemos de manera intuitiva la física de las cosas (eso a lo que algunos llaman folk physics), la biología de los organismos (folk biology) y la psicología de las mentes (folk psychology). Gracias a esas física, biología y psicología de andar por casa, actuamos de manera sensata las más de las veces, sin necesidad de cursar estudios superiores para poder desenvolvernos en el mundo.
Además, contamos con una “teoría de la mente” muy desarrollada. Antes de nada debo aclarar que la expresión “teoría de la mente” no hace referencia a una teoría científica acerca de la mente, sino a la capacidad de casi todas las personas para atribuir estados mentales (pensamientos, intenciones, estados de ánimo, etc.) a las demás. También se suele definir como la capacidad para tener creencias verosímiles acerca de lo que otros piensan, sienten o se proponen hacer. La teoría de la mente no es un atributo exclusivamente humano; otros animales lo tienen, aunque en un grado menor. Claro, que habría que estar dentro de la mente de esos otros animales para hacer una afirmación como esta con total confianza. 😉
Esto de creer saber lo que piensan los demás o lo que se proponen hacer es muy útil, sin duda, pero también nos puede llevar a extraer conclusiones equivocadas. Es el caso de quienes piensan, de manera ilusa, que la sonrisa de esa persona a la que aman en secreto es muestra de amor correspondido. Las derivaciones de una teoría de la mente exuberante son impredecibles, y nada recomendables, me temo. También nos permite inferir que ciertos impulsos interiores, que parten de creencias, deseos e intenciones son susceptibles de generar acciones. Lo sabemos por nosotros mismos, pero también se lo atribuimos a los demás.
Por otro lado, (bastantes) somos conscientes de que hay muchas cosas que no sabemos, por lo que necesitamos estar informados y también buscamos explicaciones para eso que no sabemos (o creemos no saber). El problema es que esa comprensión intuitiva de cosas, organismos y mentes a que me he referido al principio nos conduce a extraer conclusiones ricas a partir de observaciones dudosas o de pruebas endebles. El desajuste es mayor cuanto más exuberante es nuestra teoría de la mente.
En este contexto, la “agencia” -capacidad de un agente (actor) para actuar en un ambiente dado- es una propiedad importante. La entendemos como un prototipo de causalidad o, mejor, como una condición para que pueda producirse una relación causal intencionada. Resulta tener un gran poder explicativo; de ella depende la fuerza invisible que hace que actuemos hacia el exterior.
Por otro lado, si bien la causación física requiere contacto, la psicológica puede actuar a distancia, puede surtir efectos sin que haya contacto entre los elementos que intervienen, entre un agente y un objeto, o entre varios agentes. Lo cierto es que podemos hacer que otra persona se mueva sin llegar a tocarla, simplemente diciendo las palabras adecuadas, señalando con el dedo al lugar correcto, mirándola o moviéndonos hacia ella de cierta forma. Por lo tanto, la agencia es importante y, por si eso fuese poco, se puede ejercer a distancia.
El problema es que sobrestimamos su capacidad. Hay razones poderosas para que sea así, pero lo cierto es que atribuimos mayor capacidad de actuar que la que realmente tienen los agentes. Cuando interpretamos hechos o acontecimientos de los que somos testigos es mejor que nos pasemos atribuyendo agencia (atribuyendo una relación causa-efecto) que quedarnos cortos. Sabemos lo peligrosas que pueden ser las consecuencias de no detectar agentes que no se ven. Si vemos que la vegetación de una pradera se mueve, es más prudente pensar que la puede estar moviendo una alimaña peligrosa que trata de pasar desapercibida que creer, simplemente, que las ramas se mueven por efecto del viento. En otras palabras, en esas lides es preferible un falso positivo que un falso negativo; es mejor creer que hay una alimaña aunque no la haya, que no creerlo y llevarnos un buen susto o algo peor, incluso.
Por otro lado, también sabemos que hay criaturas que tienen poderes de los que nosotros carecemos. Hay animales que vuelan, otros ven en la oscuridad, otros se mimetizan con el entorno, y otros pasan por debajo de una puerta aunque parezca imposible. Por tanto, es perfectamente comprensible que pensemos que puede haber seres a los que no podemos ver (sería uno de esos poderes que no tenemos), pero que tienen capacidad de actuar (la agencia) con consecuencias, buenas o malas, para nosotros. Los seres sobrenaturales están dentro de esa categoría.
Por lo tanto, cuando buscamos explicaciones, las queremos completas; deseamos que vayan más allá de las meras apariencias, que incorporen relaciones causales que den cuenta de todos los fenómenos posibles cuyas manifestaciones contemplamos o sufrimos. Al dar cuenta de fenómenos vinculados por relaciones causa-efecto en los que participan agentes, esas explicaciones se asimilan perfectamente a lo que entendemos por narraciones. Además, tenemos una capacidad superlativa para inventar, recordar y contar con facilidad historias que implican a agentes que actúan de forma imprevisible, que violan las expectativas que nos podemos hacer con respecto a la situación en la que se encuentran. Esa capacidad facilita que aniden en nuestra mente historias con hechos portentosos, quizás milagros, a cargo de seres con poderes especiales y, a menudo, sin sustancia material. Historias protagonizadas por seres sobrenaturales.
Estamos, en definitiva, hablando de historias, buenas historias, que dan sentido a nuestras percepciones y que, por lo tanto, nos ayudan a entender el mundo. Sabemos que los narradores, los contadores de historias, gozan de un estatus especial, pero aquellos cuyas historias prometen explicaciones aparentemente más profundas para lo que ocurre y, por lo tanto, ofrecen una posibilidad mejor de reducir futuras incertidumbres, pueden alcanzar un estatus incluso mayor.
Los mitos religiosos han proporcionado a la mayoría de seres humanos a lo largo de la historia la forma estándar de explicaciones (aparentemente) profundas. Esas historias, que surgen de nuestra búsqueda de una explicación mejor (más completa), de nuestra tendencia a sobrevalorar la agencia, y de nuestra (especialmente) buena memoria para lo excepcional, han resultado ser muy persistentes.
La explicación agencial nos ha parecido tan natural durante tanto tiempo, que la idea de explicar que ocurren cosas sin que intervengan agentes, es aún difícil de aceptar.Amamos las historias, porque nos ofrecen esas explicaciones basadas en secuencias de relaciones causales. Y por eso mismo, tanto la acción a distancia newtoniana como los sucesivos ciclos selectivo-adaptativos en que consiste la evolución de las especies siguen siendo ajenos a la predisposición humana para comprender. Y qué decir de la mecánica cuántica, ese ámbito de la ciencia en el que la causalidad no juega ningún papel.
Todo esto tiene una interesante derivada, que está relacionada con las facultades que tienen los seres sobrenaturales. Los seres espirituales que importan a las personas religiosas tienen acceso ilimitado a información social estratégica, información muy valiosa. La creencia en espíritus invisibles que, bajo cualquier circunstancia, pueden observarnos sin que nos demos cuenta hace que todos los miembros del grupo de creyentes se comporten tal y como han acordado entre todos o la mayoría de ellos. Actuando de esa forma, se refuerza la cooperación dentro del grupo, en detrimento, en muchos casos, del beneficio a corto plazo que puede tener cada individuo si actuase de otra forma por su cuenta.
Hay que tener en cuenta que en una especie ultrasocial, como la nuestra, la selección natural no solo actúa sobre los genes y sobre los individuos, sino que también lo hace sobre los grupos. El destino de cada individuo depende, en gran medida, del destino del grupo, por lo que las posibilidades de perpetuar el propio legado genético dependen del éxito del grupo.
Por ello, la evolución favorece las creencias que mejoran las posibilidades del grupo de perpetuarse o, incluso, de expandirse, tanto si esas creencias son falsas como si no lo son. Lo que hace falta es que, aunque sean falsas, motiven un comportamiento más ventajoso que otras, incluso si esas otras son verdaderas. Las presiones selectivas que han actuado sobre nuestra especie han favorecido las creencias que ayudan al grupo a mantenerse o progresar, no las que nos ofrecen una comprensión mejor del mundo. Por ello, han favorecido la creencia en espíritus que controlan las acciones humanas. Además, si consideramos las creencias como señales de la disposición a aceptar las prácticas colectivas del grupo y una poderosa propensión a la cooperación, podemos incluso interpretar la reluctancia a creer como un reto a la unidad del grupo y, por lo tanto, equivalente a la traición.
Quienes hayan llegado hasta este punto se habrán percatado de que lo escrito hasta este punto no deja de ser una de esas explicaciones, una de esas historias que buscamos con tanto ahinco. No pretendo que sea otra cosa. Ni siquiera pretendo que sea verdad. Me basta con que resulte satisfactoria, que sea coherente con el resto de historias mediante las que represento el mundo. Con mis modelos del mundo.
Para terminar, una breve consideración acerca de la ciencia.
Las hipótesis científicas no dejan de ser, como las anteriores, historias, ficciones de un tipo determinado. Las que crea la ciencia ofrecen, como las demás historias, explicaciones. La diferencia con respecto a las que ofrecen las religiones es que no se asume la existencia de entes sobrenaturales, sino que se elaboran de abajo hacia arriba, de lo simple a lo complejo, a base de contrastarlas con la realidad. Las historias -me gusta llamarlas modelos, para despejarlas de elementos superfluos- se han ido sustituyendo por otras mejores cada vez que una nueva nos ha ofrecido mejores explicaciones, explicaciones que han dado cuenta de un mayor número de fenómenos o lo han hecho de una forma más satisfactoria.
La ciencia ofrece explicaciones cada vez mejores, y lo hace de una forma mucho más satisfactoria que las religiones (esto no deje de ser una creencia, por supuesto), pero la ciencia no podría haber iniciado su camino sin nuestra inclinación persistente y nuestra capacidad para pensar más allá del aquí y el ahora, para inventar agentes y escenarios no limitados a lo real o a lo probable, sino explorando también la mera posibilidad de lo muy improbable. No parece tan alejada de la religión, al menos en sus orígenes ¿no es cierto?
Nota: El cuerpo teórico de esta anotación se basa, en gran parte, en el capítulo dedicado a la religión en “On the Origin of Stories: Evolution, Cognition, and Fiction”, de Brian Boyd (2010).
6 Comentarios En "Es natural creer en seres sobrenaturales"