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El retorno de los románticos

2022-02-04 1 Comentario

Durante las últimas cuatro décadas se ha producido un cambio en el lenguaje que, en apariencia al menos, refleja un menor apego a la racionalidad y, a cambio, una preferencia creciente por la vertiente emocional de nuestra naturaleza. De ser cierta esa tendencia, asistiríamos, quizás, a un cambio de largo alcance en las formas de cognición preferidas. Los elementos emocionales estarían ganando presencia en nuestras vidas, en detrimento de los más racionales. Es posible, incluso, que se esté produciendo una transición entre sistemas de valores en el sentido apuntado.

Lo realmente interesante del fenómeno es que lo que ocurre desde la década de los ochenta es una corrección de una tendencia de sentido contrario que se prolongaba desde mediados del siglo XIX.

Al menos desde ese periodo, y en paralelo al gran desarrollo de la ciencia y la tecnología -teoría de la evolución e implicaciones humanísticas, relatividad e implicaciones cosmológicas, mecánica cuántica e implicaciones ontológicas, desarrollos científicos y tecnológicos en campos como la electricidad, la química de fertilizantes, los plásticos, o la física atómica, y tantas otras áreas- que tuvo lugar durante las décadas transcurridas entre 1850 y 1980, aproximadamente, el lenguaje reflejó grados crecientes de racionalidad en las formas de expresión y, por lo tanto, seguramente también de pensamiento.

Ahora bien, si es cierto que desde la década de los ochenta las emociones están ganando terreno a la racionalidad, esa transición no se producirá sin consecuencias. Por un lado, la ciencia y la tecnología, al estar íntimamente vinculadas al pensamiento racional, podrían haber perdido (o estar perdiendo) predicamento social, con las consecuencias que ello tendría en términos de aprecio y apoyo por el público. Y por el otro, la actividad política podría acentuar su deriva irracional y descansar en mayor medida en impulsos emocionales. Esto último es una opinión, por supuesto, en absoluto sustentada en estudio científico alguno.

Lo que sigue es un ejercicio arriesgado y, quizás, un tanto pretencioso por mi parte. Solo se basa en intuiciones y en conocimiento difuso.

Sostengo que en las décadas de los setenta y los ochenta del siglo pasado la ciencia y la tecnología, que habían proporcionado grandísimos logros -en especial en materia de alimentación humana, transporte, comunicaciones, y salud-, se empezaron a percibir por parte de la gente más como una amenaza que como fuente de bienestar.

En cierto modo, las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki fueron el primer gran aldabonazo de lo que la ciencia, utilizada para destruir, podía provocar.

En 1962 Rachel Carlson publicó Silent Spring, sobre los efectos nocivos sobre los seres vivos y los ecosistemas de las sustancias químicas producidas por los seres humanos. Silent Spring está considerada la obra que inspiró el ecologismo político moderno.

A finales de la década de los sesenta y en la de los setenta se produjeron en Europa Occidental una serie de movimientos sociales en respuesta, en principio, a la proliferación de armas nucleares y, también al auge de la energía nuclear. De forma natural, la causa ecologista pasó a formar parte de la agenda de esos movimientos. Y en la década de los setenta aparecieron los primeros partidos ecologistas.  

En ese contexto, varios desastres e informaciones relativas a daños ambientales graves y a amenazas a la seguridad de los alimentos, añadieron motivos a quienes ya desconfiaban de los logros de la ciencia y la tecnología, e hicieron que cada vez fuesen más las personas que recelaban abiertamente de esos logros. Lo que sigue es una relación breve, sin intención de exhaustividad, de casos significativos.

Aunque las primeras investigaciones sobre el fenómeno eran muy anteriores, durante los años sesenta y setenta se publicaron artículos científicos y también dirigidos al gran público en los que se alertaba acerca de la existencia de la lluvia ácida y de sus consecuencias.

En 1976 la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU hizo público un informe que daba cuenta de la reducción del grosor de la capa de ozono en la atmósfera. Ese anuncio fue el punto de partida para la suscripción de una serie de acuerdos internacionales para limitar o eliminar la producción de las sustancias responsables. En 1985 se anunció que en la Antártida se había producido un agujero en la capa de ozono.

El 28 de marzo de 1979 se produjo el accidente en la central nuclear de Three Mile Island (Pensilvania, EEUU), pocos días después del lanzamiento de la película El síndrome de China. En julio de ese mismo año se produjo el derrame del molino de uranio de Church Rock (Nuevo Méjico, EEUU).

Aunque había predicciones muy anteriores, así como investigaciones al respecto, fue en la década de los ochenta cuando se alcanzó un consenso importante en la comunidad científica acerca del calentamiento global, su origen y sus posibles consecuencias.

El 3 de diciembre de 1984 se produjo una fuga de isocianato de metilo en una industria química Union Carbide en Bophal (India). Produjo la muerte de 22000 personas.

El 26 de abril de 1986 se produjo el peor accidente de la historia de la energía nuclear en Chernóbil (Ucrania). Hay mucha controversia sobre el número total de muertos que provocó, aunque unas pocas decenas habían fallecido pocos meses después por efecto directo de la radiación; seguramente ha habido más muertos en los años siguientes, pero no es posible disponer de cifras fiables. Además de las muertes, el accidente provocó el desplazamiento de miles de personas, y la nube radiactiva se extendió por gran parte del Planeta.

El 23 de octubre de 1989 una serie de explosiones (3,5 en la escala Ritcher) en el Complejo Químico de Houston de la Phillips Petroleum en Pasadena (Tejas, EEUU) acabó con la vida de 23 trabajadores y 314 heridos.

En diciembre de 1984, en una granja de Sussex (Inglaterra) se tuvieron los primeros indicios de presencia de encefalopatía espongiforme bovina (EEB) en el Reino Unido; la sospecha se confirmó en junio de 1987 a partir de una vaca muerta en septiembre de 1985. En 1989 se prohibió el consumo humano de ciertos productos de ganado vacuno. Y en 1996 se detectó el primer caso en seres humanos de la enfermedad de Creutzfeldt Jacob, la patología humana consecuencia del contagio desde ganado afectado por EEB. La enfermedad se contagia entre animales a través del consumo de carne y huesos, en forma de piensos, procedentes de animales enfermos.

Todos estos casos y otros no tan notorios contribuyeron a aumentar la conciencia ambiental y la preocupación por la seguridad alimentaria, lo que redundó en un mayor apoyo al movimiento ambientalista. En los ochenta los partidos ecologistas empezaron a tener representación parlamentaria, y a partir de entonces, con altibajos, el ecologismo ha influido de forma decisiva en la política de los países occidentales, incluso aunque no hayan contado con representación parlamentaria, puesto que sus propuestas también han pasado a formar parte de los programas de otros partidos.

Durante los años transcurridos desde la década de los noventa se ha producido un crecimiento espectacular de la informática y telecomunicaciones, la revolución biotecnológica, y la ciencia de datos e inteligencia artificial. Ese desarrollo ha venido acompañado por una preocupación creciente por las consecuencias e implicaciones de la puesta en marcha y progreso de esas tecnologías en lo relativo a la salud, la privacidad y las libertades personales, así como al funcionamiento de la sociedad.

La ciencia nos muestra una cara prometeica. Es esa fuente de bienestar y progreso gracias a la cual no solo se han alcanzado excelentes condiciones de vida en los países más desarrollados, sino que también en los más pobres han mejorado las condiciones de salud y la esperanza de vida de la gente.  

Pero también tiene una cara fáustica. Es la de los peligros a que nos expone y la del precio que quizás acabemos pagando en términos de libertades y derechos, a causa del poder enorme que proporcionan las herramientas tecnológicas (edición genética, elaboración de perfiles, invasión de la privacidad, etc.). En otras palabras, si ya en el último cuarto del siglo XX la ciencia y sus productos fueron vistos con desconfianza y temor, en el primer cuarto del XXI no han dejado de acentuarse esas tendencias.

Por supuesto que puedo estar equivocado, pero tengo la impresión de que el último medio siglo ha visto crecer el recelo hacia la ciencia y sus productos y, en algunos casos, el rechazo, en ocasiones frontal. Y como la ciencia y la tecnología se asocian, lógicamente, a la racionalidad, ese recelo o rechazo han venido quizás acompañados por un crecimiento de los valores vinculados a la esfera emocional y por preferencias de ese mismo carácter.

La predilección actual por lo “natural” (alimentación, cosmética, terapias, etc.), el gusto por la naturaleza, así como el bienestar animal, por ejemplo, serían manifestaciones de esas preferencias.

En otro orden de cosas, la década de los ochenta marcó un antes y un después en las políticas económicas occidentales debido a las victorias electorales de Margaret Thatcher en el Reino Unido en 1979 (gobernó hasta 1990), y de Ronald Reagan en los EEUU en 1980 (gobernó hasta 1988). Ambos gobernantes no solo desarrollaron políticas liberales en sus países sino que, además, dichas políticas se extendieron por gran parte de los países occidentales.

Como ocurre con la ciencia y la tecnología, también las políticas liberales se suelen presentar bajo el manto de la “racionalidad”, económica en este caso, y se asocian con el desdén por políticas tendentes a reducir desigualdades, adjetivadas habitualmente como sociales. La influencia de las políticas liberales no se limitó a los gobiernos conservadores, ya que los partidos europeos de centro-izquierda incorporaron en su discurso y su práctica nociones y medidas de corte liberal.

Gran parte de la ciudadanía occidental experimentó, a partir de los ochenta, una mejora significativa en sus condiciones de vida. Pero a cambio, se vio inmersa en una sociedad cada vez más consumista, con una pérdida de valores comunitarios.

Además, también se produjo el debilitamiento y pérdida de influencia de la Iglesia Católica y las confesiones protestantes tradicionales. Las sociedades contemporáneas se hacían cada vez más laicas o basculaban hacia otras confesiones o formas de religiosidad. El laicismo creciente se debió, en parte, a la capacidad cada vez mayor de las ciencias naturales para ofrecer explicaciones materialistas satisfactorias a cuestiones tales como el origen del Cosmos, la evolución de la vida o el origen de la especie humana.

Todo ello dejó a multitud de personas sin una fuente de sentido y en una cierta anhedonia o nihilismo, incluso, condiciones que, a menudo, son la vía de acceso a formas de espiritualidad alternativas a las tradicionales, en las que, una vez más, las emociones adquieren una importancia grande.

Daré ahora un salto hacia atrás.

Edward Wilson, en Consilience (1988) escribió, sobre la pérdida de los ideales de la Ilustración, lo siguiente:

Especialmente en tiempos de peligro y tragedia, la ceremonia irracional lo es todo. No existe sustituto a rendirse a un ser infalible y benevolente, el compromiso denominado salvación. Y no hay sustituto al reconocimiento formal de una fuerza vital inmortal, el salto de fe llamado trascendencia. […]

La rutilante promesa de la Ilustración de una base objetiva para el raciocinio moral no pudo cumplirse.”

Y algo más adelante:

“El impulso de la Ilustración, como el humanismo griego que la prefiguró, era prometeico: el conocimiento que generaba iba a liberar a la humanidad, elevándola sobre el mundo salvaje. Pero podría ocurrir lo contrario. Si la indagación científica disminuye el concepto de la divinidad al tiempo que prescribe leyes naturales inmutables, entonces la humanidad puede perder la libertad que ya tiene. Quizás solo exista un orden social “perfecto”, y los científicos lo encontrarán (o, lo que es peor, afirmarán falsamente haberlo encontrado).  […] Tal es el lado oscuro del pensamiento secular de la Ilustración, desvelado en la Revolución francesa y expresado más recientemente mediante teorías de socialismo “científico” y fascismo racista.”

Y para concluir:

“Y existe otra preocupación: que una sociedad guiada por la ciencia corre el riesgo de trastocar el orden natural del mundo que Dios o, si se prefiere, miles de millones de años de evolución, pusieron en su lugar apropiado. Si se da demasiada autonomía a la ciencia se corre el riesgo de convertirla en una impiedad autodestructiva.” […]

“Para aquellos que durante tanto tiempo temieron a la ciencia por faustiana más que prometeica, el programa de la Ilustración planteaba una grave amenaza a la libertad espiritual, incluso a la propia vida. ¿Cuál es la respuesta a tal amenaza? ¡Rebelión! Volver al hombre natural, reafirmar la primacía de la imaginación individual y la confianza en la inmortalidad. Encontrar una evasión a un reino superior a través del arte, promover una revolución romántica.”

Wilson se refería en el capítulo 3 de su libro, de donde he extraído estos párrafos, al fracaso del proyecto de la Ilustración, que se frustró con la revolución romántica prefigurada por Rousseau y que provocó la dispersión de los saberes con el definitivo alejamiento de las artes y las letras de la esfera de las ciencias.

Creo que, mutatis mutandis, la conjetura de Wilson expresa con acierto el fenómeno que se produjo como reacción a la primacía de un progreso tecnológico y económico basado en fundamentos desprovistos, para muchos, de valores humanos esenciales, y en un desarrollo de la ciencia capaz de convertirse en un Frankenstein (o, en términos contemporáneos, un Terminator) con potencial para acabar destruyendo a sus propios creadores. La principal diferencia, quizás, es que hoy los credos religiosos ya no cumplen la función que cumplieron a finales del XVIII y comienzos del XIX. Su papel lo han asumido otras creencias.

En el XIX las ciencias siguieron su camino, alejándose de las llamadas humanidades, y duplicando cada quince años el número de sus practicantes, descubrimientos y revistas especializadas. Andando el tiempo, el romanticismo se desvaneció. Otras corrientes de pensamiento lo sustituyeron. La humanidad siguió progresando.

La ciencia, esa empresa colectiva dedicada a generar nuevo conocimiento, se ha convertido en una maquinaria gigantesca, muy poderosa pero también muy sofisticada y cara. No está nada claro que, en lo sucesivo, pueda proseguir su búsqueda -quimérica pero fecunda en términos materiales- de la verdad en un mundo que da la espalda a la racionalidad.

Nota:

El título original era «El retorno del Romaticismo», así con mayúscula de nombre propio porque pensaba en el movimiento filosófico y cultural del XIX, pero me acordé de la novela de Txani Rodríguez, «Los últimos románticos», y aunque utilizo la palabra con un sentido diferente, he optado por este título, «El retorno de los románticos». Me gusta más.

Adenda:

César Tomé ha hecho una crítica valiosa a la tesis sostenida en esta anotación. Como se puede ver en este intercambio en twitter, él sostiene que el cambio que registran los grupo holandés que publica el trabajo que da pie a esta anotación no es un cambio en la racionalidad, sino en su visibilización (conviene seguir el hilo con el intercambio, porque aquí solo aparece la primera respuesta):



1 Comentario En "El retorno de los románticos"

  1. Antonia
    2022-02-07 Responder

    Genial


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