20 máximas sobre educación
El pasado martes, 16 de noviembre, comparecí ante la “Ponencia para definir las bases del acuerdo sobre el futuro sistema educativo vasco”, que se acaba de constituir en el Parlamento Vasco tras la aprobación el pasado 14 de octubre de una moción en ese sentido por parte del Pleno. Mi intervención se enmarcaba en el apartado de “Visión estratégica de la educación de cara a 2035 y valores”. Y se me ofrecieron 15 minutos para presentar mis ideas al respecto. Reproduzco aquí el contenido aproximado de la intervención, que sinteticé en 20 máximas para ajustarme al tiempo concedido. Lo más probable es que en el texto falten nociones importantes, por lo que no debe entenderse como un cuerpo completo de ideas o principios sobre tan importante y enjundioso asunto.
El bienestar y la cohesión social dependen del disfrute de bienes inmateriales de carácter cultural y de bienes económicos. En ambos aspectos la educación cumple un papel determinante.
Los bienes culturales de carácter colectivo pueden influir en la configuración de identidades. En nuestro país conviven personas con identidades colectivas diversas y también mestizas. La educación debe ser respetuosa con esas identidades, y prestar especial atención a la cultura vasca.
De lo anterior se sigue que la educación ha de estar enraizada en lo local, pero ha de nutrirse del patrimonio de conocimiento universal y proporcionar las herramientas para contribuir a ampliar ese patrimonio.
El funcionamiento armónico de la sociedad exige que la educación se base en valores que ayuden a vertebrar y cohesionar la sociedad. Por ello, debe promover virtudes básicas para la convivencia, como el respeto a los demás y la responsabilidad.
La educación ha de proporcionar los conocimientos necesarios para ayudar a quienes la reciben a adquirir criterio propio y puedan así tomar decisiones bien fundadas, verdaderamente libres por ello.
Al ser la principal fuente de conocimiento riguroso, la educación debe ser la herramienta básica para el desarrollo de personas con espíritu crítico, capacitadas para un ejercicio pleno de la ciudadanía; es por ello condición para una sociedad verdaderamente democrática. El espíritu crítico se cultiva mediante el contraste de las nociones adquiridas con la realidad y el ejercicio de la humildad epistémica: en una sociedad de personas iguales, nadie tiene la última palabra.
La educación ha de proporcionar las competencias necesarias para ejercer una profesión y poder desarrollar así un proyecto vital autónomo que permita disfrutar de un amplio abanico de oportunidades en diferentes esferas de la vida.
En su vertiente colectiva la formación es la clave de bóveda sobre la que se asienta el funcionamiento de la sociedad y un desarrollo económico capaz de proporcionar los recursos que se necesitarán en el futuro.
Dada la importancia creciente del conocimiento de alto nivel, las empresas y entidades públicas necesitan cada vez más personas cualificadas y personas cada vez más cualificadas.
La calidad de la educación es un factor crítico de éxito profesional y de eficiencia económica. El nivel formativo de sus gentes es uno de los factores que más influyen -si no el que más- en la capacidad de un país para atraer personas de talento y agentes económicos del exterior.
Lo más próximo a la igualdad de oportunidades solo se puede conseguir dando formación de calidad a todas las personas. Un país no puede aspirar a proveer altos niveles de bienestar al conjunto de la población si su sistema formativo no cumple de forma adecuada su función.
El acceso al conocimiento es especialmente importante para quienes proceden de familias pobres. Estas personas tienen mayores dificultades para disfrutar de las oportunidades a las que tienen acceso las de alto nivel. El horizonte social de aquéllas es restringido. Además, su entorno es culturalmente más limitado y, por ello, lo que no adquieren en el centro de enseñanza, difícilmente lo pueden conseguir de otro modo.
Nuestro sistema educativo es inclusivo, proporciona niveles razonables de instrucción a casi todas las personas. Pero no ofrece las debidas oportunidades a los chicos y chicas con mayores capacidades. Ha renunciado, en la práctica, a promover desempeños académicos excelentes. Eso no sólo es injusto con los y las jóvenes a quienes se priva de un mayor desarrollo intelectual; supone, además, una limitación para las posibilidades de desarrollo futuro de la sociedad.
Es fundamental que se adquieran las competencias básicas, aquellas que permiten acceder al conocimiento. Los y las estudiantes han de aprender a aprender. Por ello, debe ponerse especial énfasis en las lenguas, las propias, y la lengua universal, las matemáticas. Quienes no tienen un nivel suficiente en el manejo de las lenguas citadas se verán privados de herramientas fundamentales y serán, en general, más pobres.
La educación no termina con la escolarización obligatoria. El sistema, además del bachillerato, necesita de una buena educación terciaria, que incluya formación para el desempeño profesional y educación (universitaria) vinculada a la creación de conocimiento. En el futuro debe facilitarse aún más el tránsito de estudiantes entre ambas modalidades al objeto de que no sean sistemas estancos.
Una buena formación precisa de un profesorado bien formado, reconocido y respetado. La enseñanza secundaria y la terciaria (universitaria, principalmente) no deben ser sistemas estancos, por lo que debería evaluarse la posibilidad, para sus docentes, de transitar y de compatibilizar su labor en ambas modalidades.
El conocimiento se renueva y completa cada vez con mayor celeridad. Los fundamentos, las fuentes principales y la mirada crítica se han de adquirir durante las etapas iniciales. Pero el sistema educativo debe proporcionar acceso a nuevos conocimientos a lo largo de toda la vida, ya sea de manera formal o informal.
La implantación de nuevas prácticas educativas debe contar con pruebas acerca de su eficacia real, huyendo de modas y metodologías sin contrastar. Por ello, la investigación y evaluación educativas han de ser prioritarias, con lo que ello implica acerca de la necesidad de asignación de recursos a esas funciones.
La regulación del servicio público de la educación debe huir de fetichismos en lo relativo al carácter de los agentes que lo prestan. Un servicio público puede estar a cargo de la administración o de otros agentes si se cumplen los requisitos que se establezcan. Pero que las familias puedan optar por unos u otros agentes no debe convertirse en factor de segregación social.
También debe huir de fetichismos relativos a los mecanismos o prácticas educativas que permitan adquirir plena competencia en las lenguas citadas en el punto 14, y ha de recurrir a aquellas que cuenten con pruebas sólidas que avalen su eficacia.
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