No sabría ponerle un principio. Creo que fue durante los meses iniciales de la pandemia cuando empecé a pensar en el consumo desmedido de bienes materiales en que incurren nuestras sociedades. Me refiero a las occidentales, por supuesto.
No piense, querido lector, querida lectora, que la razón por la que pensé en aquello fue porque creyese que ese consumo y sus consecuencias fueron la causa de la pandemia. Aunque esa idea circuló hace tres años y medio al calor de la primera ola, no creo que sea prudente afirmar que la Covid19 fue consecuencia del deterioro de los ecosistemas. Dudo que una afirmación así pueda sostenerse en pruebas. Lo que ocurre es que lo sucedido durante esos meses me hizo pensar y darle muchas vueltas a las cosas.
Algo que vi con claridad es que en Occidente podríamos vivir de manera confortable consumiendo mucho menos de lo que consumimos. Lo anticipé aquí, cuando me refería a esas pequeñas cosas que hacen la vida digna de ser vivida, y lo desarrollé algo más aquí, al tratar de todo aquello de que podríamos prescindir y de lo necesario que es reducir el consumo.
Ayer leí en el periódico que durante este puente tan largo iban a salir un sinnúmero de vuelos de Loiu. Ya septiembre había sido “el mejor” de la historia del aeropuerto (15% más vuelos que en el mismo mes de 2022). Y creo que en lo que llevamos de verano y, diría más, de año, se han superado las cifras de vuelos operados en años anteriores en más de una ocasión. Me da la impresión de que 2023 será el año de mayor actividad en Loiu en toda su historia. Y sospecho, igualmente, que esto mismo será cierto a escala global, sobre todo en Occidente. Y eso a pesar de la inflación, de los altos tipos de interés, de las dos guerras en curso en las fronteras de Europa, de la crisis de suministros, de las temperaturas excepcionalmente cálidas, y de otros indicadores igualmente preocupantes.
Calificar de “mejor” el año, el verano, septiembre o el puente del Pilar por haberse batido récords de vuelos y, a la vez, afirmar que es importante preservar la salud de los ecosistemas y combatir el calentamiento global es, además de una disonancia cognitiva de manual, un verdadero sarcasmo.
Nadamos en la abundancia y nos permitimos el lujo de quemar billetes de 500€ para iluminar la azotea o para calentar las calles al amanecer. Hemos convertido nuestras vidas en ciclos fútiles.
Hace unos meses leí la edición de 2004 de “Limits to Growth”. Los autores de este libro y versiones anteriores construyen modelos matemáticos que simulan el consumo de recursos naturales en el planeta y las consecuencias que tendrá ese consumo de no producirse correcciones. A partir de los resultados de los modelos llegan a la conclusión de que es necesario limitar el crecimiento –reduciendo el consumo de recursos materiales– para hacerlo sostenible a largo plazo. No abogan por un crecimiento negativo –eso que ahora llamamos decrecimiento–, sino un crecimiento menor.
Justo es reconocer que las predicciones (quizás sea más correcto decir previsiones) de las simulaciones no fueron especialmente acertadas, al menos las que yo he conocido. Pero a mí eso no me ha parecido particularmente importante. Como ya se percatase Yogi Berra –o, quizás, Niels Bohr–, “es difícil hacer predicciones… especialmente sobre el futuro”.
Además de conocer la lógica subyacente a la construcción de esos modelos y ser consciente de sus debilidades, y de observar las tendencias que apuntan, lo que más me ha interesado del libro es una reflexión final que me pareció sugerente cuando la leí. Es de hace dos décadas; quizás por eso merece la pena releerla hoy. Dice lo siguiente:
«La gente no necesita coches enormes; necesita admiración y respeto. No necesitan un flujo constante de ropa nueva; necesitan sentir que los demás les consideran atractivos, y necesitan emoción, variedad y belleza. La gente no necesita entretenimiento electrónico; necesita algo interesante que ocupe su mente y sus emociones. Y así sucesivamente. Tratar de llenar necesidades reales pero no materiales –de identidad, comunidad, autoestima, desafío, amor, alegría– con cosas materiales es crear un apetito insaciable de falsas soluciones para anhelos nunca satisfechos. Una sociedad que se permite admitir y articular sus necesidades humanas inmateriales, y encontrar formas inmateriales de satisfacerlas requeriría mucho menos material y energía y proporcionaría niveles mucho más altos de realización».
No sé si su juicio es acertado en su literalidad y en todos sus extremos, pero hay ahí una idea básica poderosa. Proponen que busquemos satisfacer nuestras necesidades inmateriales mediante bienes inmateriales, de carácter cognitivo, relacional y sentimental (en un sentido nada peyorativo del adjetivo) y que renunciemos a satisfacerlas mediante el consumo de bienes materiales que, además de no servir de gran cosa, pueden poner en riesgo el bienestar de las generaciones futuras e, incluso, la perdurabilidad de la humanidad.
El pasado día 7, Daniel Innerarity publicó un enjundioso artículo en la sección El ruedo ibérico del diario La Vanguardia con el título «Conservar la sociedad» (si es usted suscriptor lo puede leer aquí). No sé hasta qué punto comparto algunas de las afirmaciones que hace Daniel en el artículo. Deberíamos encontrar una ocasión para comentarlas, pero me temo que no lo tenemos nada fácil viviendo, como vivimos, a más de 150 km de distancia.
Pero si he traído su artículo aquí es porque el último párrafo sintetiza muy bien las ideas que llevo madurando durante los últimos años y para las que no había encontrado las palabras adecuadas. El párrafo en cuestión es el siguiente:
«¿Y si todo esto nos estuviera animando a buscar un ideal posnarcisista de la vida buena? Tal vez la primacía de la autoconservación, en lugar de obligarnos a olvidar el desarrollo personal, nos invita a pensarlo de otra manera: que el lujo no sea la explotación de la naturaleza, la disposición absoluta a la movilidad, o al consumo desaforado, sino la soberanía sobre el tiempo propio, el desplazamiento a escala humana (a pie, en bicicleta, el transporte público, la conexión digital) o la alimentación sostenible. No estamos renunciando a ninguna dimensión seria de nuestra libertad actual cuando renunciamos a ejercerla de un modo que arruina nuestra libertad futura.»
Me ha parecido que el texto extraído de “The Limits to Growth” y el último párrafo del artículo de Daniel expresan la misma idea de fondo. No nos podemos permitir el lujo de seguir tratando de satisfacer las necesidades anímicas, sentimentales y relacionales mediante el consumo de bienes materiales de forma desaforada ni tratando de laminar el tiempo estirándolo hasta extremos absurdos. Necesitamos tiempo, reflexión, relaciones directas y fluidas –y, a poder ser, satisfactorias– con los demás. Hay lujos que no consisten en viajar al otro extremo del mundo para pasar dos o tres semanas yendo de un sitio para otro y convirtiendo en ejercicios atléticos las visitas a monumentos y parajes, lujos que no exigen adquirir una prenda de ropa cada semana, lujos que permiten renunciar a la tiranía de la conexión permanente y mantener más contacto cara a cara con amistades y colegas. Y otros del mismo tenor.
Daniel nos lo ha recordado en su artículo. Y yo lo he traído aquí porque creo que merece la pena difundir estas ideas. A muy corto plazo es el poder político el que mueve el mundo; a medio plazo, son los intereses las que lo hacen cambiar; a largo plazo, son las ideas las que lo transforman.
Anexo (original del texto traducido):
«People don’t need enormous cars; they need admiration and respect. They don’t need a constant stream of new clothes; they need to feel that others consider them to be attractive, and they need excitement and variety and beauty. People don’t need electronic entertainment; they need something interesting to occupy their minds and emotions. And so forth. Trying to fill real but nonmaterial needs –for identity, community, self-esteem, challenge, love, joy– with material things is to set up an unquenchable appetite for false solutions to never satisfied longings. A society that allows itself to admit and articulate its nonmaterial human needs, and to find nonmaterial ways to satisfy them, would require much lower material and energy throughputs and would provide much higher levels of human fulfillment».
Referencia del libro citado: Donella H. Meadows, Jorgen Randers, and Dennis Meadows (2004): Limits to Growth. The 30-Year Update. Chelsea Green Publishing Company.
2 Comentarios En "Un ideal posnarcisista de la vida buena"