Escolios (prescindibles) a una interpretación electoral implícita
En las elecciones de ayer, de los partidos con implantación en todo el estado, la derecha ha obtenido el 45% de los votos y la izquierda, el 44%. Pero, simplificando hasta el extremo, el voto de izquierdas y el de derechas están prácticamente empatados. Esa no es la única variable, claro; del orden de un 7% del electorado ha optado por partidos nacionalistas o independentistas, incluso bajo una polarización máxima en el panorama general.
Los cambios a corto plazo en los resultados electorales obedecen, en lo esencial, a tres factores: (1) voto táctico en función de las expectativas (lo que se viene llamando, mal, voto útil), (2) voto diferencial en función del ámbito electoral (general, autonómico o municipal), y (3) grado de movilización del electorado; el castigo suele traducirse en abstención y el deseo de desalojar al rival, en participación. A largo plazo hay, sin embargo, cambios en la orientación del voto, pero de forma muy gradual.
En unas elecciones no se trata necesariamente de ganar. Si no se gana con mayoría absoluta, ha de poderse articular una mayoría alternativa a la que consiga armar el partido rival. En eso consiste la centralidad política; es un bien muy preciado, aunque resulte difícil de valorar por el electorado y, en ocasiones, por los partidos.
Para quienes no aspiran a gobernar, porque no pueden o porque no es su objetivo, lo importante es ser decisivos. Eso da la medida de la influencia política.
Al comienzo de la campaña publiqué esta predicción en tuiter:
Explico mis razones a continuación.
No den a Sánchez Castejón por muerto (políticamente) aunque lo vean ustedes en un ataúd (político).
Me dijo un psiquiatra con el que tengo alguna relación profesional –no del tipo de la que quizás usted esté pensando– que Sánchez era una triada oscura de libro. De ser cierto, eso explicaría muchas cosas.
Aznar gobernó al segundo intento, aunque la derecha mediática nos había convencido a casi todos de que lo conseguiría al primero. Rajoy lo consiguió al tercero, aunque es cierto que en el primero se lo puso muy difícil su compañero de gobierno Acebes y su jefe, Aznar, a cuenta de las mentiras sobre el atentado yihadista en Madrid justo antes de las elecciones. Casado no lo consiguió ni en dos intentos sucesivos.
Este era el primer intento de Feijóo. Además, creo que no ha llegado el momento de que la extrema derecha declarada esté en el gobierno de España. Eso, más que otra cosa, ha movilizado al electorado de izquierda, aunque confieso que no lo veía así hace unas semanas.
El PP necesita reagrupar en su seno a esa extrema derecha, como en su día consiguió Aznar. Será difícil que llegue a gobernar mientras VOX mantenga un nivel de voto significativo y su apoyo al PP le resulte esencial.
Sánchez acertó convocando elecciones anticipadas. Se quitó de en medio un verano y, sobre todo, un otoño que lo habría laminado. Y puso en evidencia la necesidad y la disposición favorable del PP para contar con VOX para gobernar.
El electorado, en general, prefería a Sánchez como presidente del gobierno que a Feijóo, a pesar de la fenomenal campaña en su contra por parte de la derecha mediática. Eso, de una forma o de otra, debía tener su reflejo en el resultado y ponía, a mi entender, en cuestión las previsiones de la mayoría de encuestas preelectorales.
La extrema izquierda –me refiero a Unidas Podemos– protagonizó, en los meses anteriores a la campaña, un culebrón más propio de dramas y dramones adolescentes que de responsables políticos de primer nivel.
Aunque el drama ha podido reducir el apoyo a Sumar, paradójicamente, ha beneficiado al PSOE, porque ha recibido un voto, y obtenido los correspondientes escaños claves (seis o siete) que, de otra forma, podían haber caído del lado de la derecha en circunscripciones pequeñas.
La derecha mediática es muy impaciente y puede intentar desplazar a Feijóo (el amigo de “contrabandistas”) y promover a IDA. Pero creo que el «abogao» tiene razón:
No obstante, incluso aunque IDA fuese la próxima candidata del PP, no creo que su personalidad (su personaje) tenga fuera de Madrid, y salvo en un electorado muy especial, el apoyo que le puede permitir llegar a presidir el gobierno. Aunque es cierto que su guionista es excelente y ella no solo es una intérprete excepcional, también es extremadamente inteligente.
Para formar gobierno, Sánchez necesita el apoyo de ERC, EHBildu y EAJ/PNV y, además, de la abstención de Junts. El precio de estos apoyos es muy alto. Creo que el de Junts será, de hecho, inasumible por el PSOE. Lo pensaba cuando aposté por la repetición de las elecciones a fin de año, y lo sigo pensando ahora.
Discrepo en este punto del «abogao».
Es cierto que esto podría desmovilizar a la izquierda, pero no tiene por qué ser así. Las condiciones de partida no serían peores para ella que ahora, aunque el desgaste a que los medios someterán a Sánchez quizás sea excesivo.
¿No lo será también el de Feijóo? ¿No se dirá de él que ha desperdiciado una oportunidad excelente? ¿No le pasarán una factura mayor sus medias palabras sobre sus amistades de yate? Además, Feijóo tiene evidentes déficits retóricos.
Si se repiten las elecciones, ni Sánchez cometerá el error de menospreciar a su rival en los debates televisivos, ni Feijóo el de no ir bien forrado a entrevistas difíciles. O. sencillamente, las evitará.
Nota: el título de esta anotación es un (cuasi)plagio. Copia el de una colección de aforismos del genial Nicolás Gómez Dávila (Escolios a un texto implícito), un escritor conservador colombiano del siglo pasado, fuerte crítico de la modernidad –pero nada posmoderno–, cuyos escolios me divierten muchísimo y me obligan a pensar.
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