Las elecciones europeas del 9 de junio me preocupan.

El pasado 19 se celebró en Vistalegre, Madrid, organizado por Vox, un encuentro de la extrema derecha europea en el que Milei, el presidente argentino, fue la figura invitada. Lo más notorio del encuentro fue, precisamente, la actuación de este último, con sus insultos a las socialistas, al presidente Sánchez y a su mujer, y con perlas como que «la justicia social es una aberración» o que «los impuestos son un robo».

Pero con ser lo más destacado por los medios de comunicación, lo realmente importante de ese encuentro no fueron las afirmaciones del presidente histrión, sino sus implicaciones con respecto al proceso en marcha de reconfiguración –cabría decir que agrupamiento– de las fuerzas europeas de extrema derecha.

En efecto, Vox pertenece al grupo Conservadores y Reformistas (CRE), liderado por la italiana Giorgia Meloni, que cuenta en la actualidad con 68 escaños en el Parlamento Europeo; pero al cónclave en Madrid asistió la francesa Marine Le Pen, líder del grupo Identidad y Democracia (ID), con 59 escaños hasta ahora. E intervino mediante un vídeo grabado, Viktor Orbán, líder del Fidesz húngaro, cuyos parlamentarios europeos fueron excluidos del grupo del Partido Popular Europeo (PPE) y que aspira a integrarse en el CRE.

La presencia de Marine Le Pen –que seguramente ganará por un amplio margen las elecciones europeas en Francia– es especialmente significativa porque acaba de cortar sus lazos con la ultraderecha alemana y todo hace indicar que en el nuevo parlamento podría integrarse en el mismo grupo que el resto de partidos de extrema derecha. Por eso he dicho antes que la reconfiguración de este ala del espectro ideológico quizás consista en un agrupamiento de las fuerzas hasta ahora divididas.

De confirmarse la operación, es probable que el grupo resultante se convierta en el segundo en la cámara europea, superando a los socialistas. De esa forma, las intenciones de Manfred Weber, líder del PPE, de alcanzar un acuerdo con la extrema derecha para configurar una Comisión netamente conservadora, podrían llevarse a la práctica. En todo caso, la mera posibilidad de tal alianza daría mucha fuerza tanto al PPE, que adquiriría una posición negociadora cómoda, como a Meloni y sus aliados, que verían aumentar su influencia política en Bruselas de forma notable.

Lo anterior sería importante fuesen cuales fuesen las circunstancias políticas o económicas europeas o mundiales. Pero, como vimos aquí, Europa se encuentra en una encrucijada. En palabras de Enric Juliana (de su boletín Penínsulas), «si no avanza hacia una mayor integración y no adquiere más capacidad para competir industrial y tecnológicamente frente a Estados Unidos y República Popular China, la Unión puede adentrarse en un insondable proceso de decadencia que conduzca a una lenta disgregación».

Añade: «El bucle podría presentar la siguiente dinámica: a mayor debilidad de la entidad europea, mayor pujanza de las fuerzas nacional-populistas que dicen “mí país, primero”; a mayor pujanza del nacional-populismo, creciente formación de constelaciones “regionales” enfrentadas entre sí (norte contra sur, este contra oeste, áreas urbanas contra zonas rurales y viceversa, zonas climáticas templadas frente a zonas recalentadas, viejos contenciosos reabiertos, independencias pendientes…). Y a río revuelto, ganancia de las grandes potencias.»

Y en lo que a España se refiere, concluye: «España se convertiría a todos los efectos en colonia americana, invirtiendo de manera definitiva el proceso histórico iniciado en 1492. País bajo control geopolítico de los Estados Unidos, con creciente influencia de las potentes oligarquías latinoamericanas, cada vez más presentes en la ciudad de Madrid. A menos Europa, más motosierra. Creo que nos entendemos.»

Es posible que me equivoque, pero hasta ahora la extrema derecha se ha opuesto de manera sistemática a intensificar la integración europea, reclamando la devolución de la capacidad para legislar a la esfera estatal, máxime en las políticas a la que se oponen esas fuerzas. Por eso, no es verosímil que apoye las propuestas contenidas en los informes de Leta (ya presentado, aquí el pdf) y de Draghi (del que ha ofrecido un adelanto en forma de artículo y conferencia), y que abogan por avanzar en la configuración de un espacio europeo cada vez más unificado e integrado en materia de innovación, conocimiento, finanzas, medio ambiente y defensa, entre otras.

Lo que está en juego en estas elecciones es, ni más ni menos, el sistema de libertades y derechos de la población europea, en definitiva, nuestra calidad de vida. Las opciones, a mi entender, son dos, o una mayor integración tratando hacer de Europa un espacio de conocimiento, económico, social y de defensa más fuerte frente a sus competidores globales, o la motosierra.