Europa en la encrucijada (y II): la Europa que viene
Siete de cada diez europeos creen que irán a votar en las elecciones de junio al Parlamento Europeo. En otras palabras, las próximas elecciones europeas han despertado un interés inusitado, y no es para menos. Aunque en nuestro país últimamente no reparamos en lo que se cuece en el continente, hay dos esferas de interés muy poderosas que dan un valor especial a estas elecciones. Por un lado, en junio se enfrentarán dos visiones contrapuestas, tanto de Europa como de la política y la convivencia, en general. Y, por el otro, la situación política internacional – con las guerras en Ucrania y Palestina, la expansión política y militar de China, y el proteccionismo creciente en EEUU, como elementos más destacados de la nueva situación– fluida e inestable, por no decir convulsa, que vivimos, parecen otorgar una importancia especial al Parlamento que salgan de las urnas y a la Comisión que se configure después.
Los sondeos indican que tras las elecciones del próximo mes junio, la derecha y la extrema derecha sumarán más del 50% de los asientos, lo que podría alterar el actual status quo, en el que la coalición formada por socialdemócratas y conservadores ha dominado la política del continente desde la creación de las instituciones comunes.
En principio eso podría parecer difícil, ya que los líderes de la derecha tradicional han hecho público su compromiso de que solo se aliarán con grupos partidarios de la Unión Europea, de la OTAN, del apoyo a Ucrania y del imperio de la ley.
Sin embargo, esa dificultad podría estar desvaneciéndose ya en el caso del partido de Giorgia Meloni y de otros partidos de extrema derecha dispuestos a asumir la misma línea. Los dirigentes de Agrupación Nacional de Marine Le Pen, por ejemplo, están rectificando sus anteriores posturas antiatlantistas, diferenciándose así de la Alternativa por Alemania, más radical. Viktor Orban ha moderado su discurso, y afirma que tras las elecciones europeas su partido, hoy sin adscripción, se unirá al ECR, al que pertenecen el italiano Hermanos de Italia, el polaco Ley y Justicia, y Vox, y que en la actualidad está liderado por la jefa del gobierno de su país..
El otro gran grupo de la extrema derecha europea es ID, y en el confluyen la Agrupación Nacional (de Francia), la Alternativa para Alemania (AfD) y la Liga (de Italia), liderada por Matteo Salvini. Los dos grandes grupos obtendrán, en conjunto, una cuarta parte de los escaños, lo que les da mucho margen para intervenir en la política europea en el próxima legislatura.
Aunque, en principio, puede pensarse que la coalición entre conservadores y socialdemócratas mantendrá un apoyo suficientemente amplio como para poder acordar un reparto de cargos en la Comisión Europea y un programa coherente con el seguido hasta ahora, la situación puede deparar sorpresas.
Por un lado, aunque el EPP ha elegido a Ursula von der Leyen candidata a repetir en el cargo, los antecedentes sugieren que esa candidatura podría no salir adelante. Cuando se eligió a esta al comienzo de la actual legislatura, el candidato al puesto elegido por ese partido había sido Manfred Weber, de la CSU bávara y actual presidente del EPP. Sin embargo, la oposición de Emmanuel Macron acabó conduciendo a la elección de Ursula von der Leyen. En esta ocasión, dependiendo de la correlación de fuerzas que resulte y del programa que acordase esta última con los socialistas, no sería descartable que las derechas europeas, o gran parte de estas, dieran al traste con esa elección.
En esa tesitura, la decisión que tomen los parlamentarios de The Left podría ser determinante. Y no es previsible que apoyen a la alemana, máxime teniendo en cuenta la clara actitud proisraelí de esta en el contexto de la actual guerra entre israelíes y palestinos.
Weber, aparte de la animadversión personal que guarda hacia von der Leyen y Macron, está muy interesado en la alianza de los conservadores con la extrema derecha. En su día, apoyó las alianzas entre el Partido Popular español y Vox en las comunidades autónomas en que acordaron un gobierno de coalición y también de cara a un eventual gobierno del estado. El bávaro vería con muy buenos ojos una alianza con el ECR, al que se unirían los húngaros de Orban y, quizás, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen.
La semana pasada se celebró en Budapest la reunión de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) –una organización ultraconservadora estadounidense– y en ella, además de una nutrida representación de la ultraderecha europea, participaron al menos cuatro representantes del EPP. La reunión se celebró bajo los auspicios del primer ministro húngaro, quien manifestó abiertamente su deseo de que este año se dé un doble vuelco político, en Europa en junio, y en Estados Unidos en noviembre. En sus palabras: “Este año podremos cerrar una etapa infame de la civilización occidental, el orden mundial basado en la hegemonía progresista-liberal”.
Incluso si no se llega a una alianza de las derechas con ese perfil, lo cierto es el EPP ha aprobado un manifiesto en su cónclave de Bucarest en el que propone endurecer la política migratoria, un cambio de política ambiental –lo llaman abrir una nueva fase en la aplicación del Pacto Verde por Europa (Green Deal)–, que priorice el crecimiento económico y dé satisfacción a las reivindicaciones del sector primario.
La pujanza de la extrema derecha tiene esos efectos: para neutralizar su ascenso, los conservadores europeos han optado por imitar sus programas.
Hasta el año pasado, la península ibérica era una excepción relativa en Europa, pues en ambos países han gobernado los socialistas, pero las elecciones celebradas tras la salida del socialista António Costa, han dado el gobierno al Partido Socialdemócrata (conservador) y entrada al parlamento a un nutrido grupo de ultraderechistas (Chega). En España, el gobierno de izquierda se sostiene con pinzas mientras su presidente juega al psicodrama; veremos con qué resultado.
Esta situación política se produce en un contexto económico especial y difícil. Europa sufre una competencia cada vez más intensa por parte de China y de Estados Unidos. De la competencia China ya sabíamos.
Estados Unidos, por su parte ha afrontado el reto que representa esa competencia empezando a aplicar el año pasado un ambicioso programa para relanzar –y proteger de la competencia exterior– a la industria estadounidense, sobre todo en los sectores vinculados a las energías renovables y el vehículo eléctrico, a través de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, por sus siglas en inglés). El plan se aprobó en 2022 con un presupuesto global de 740.000 millones de dólares, la mitad de los cuales estaba destinada a inversiones en transición energética, incluyendo un sustancioso volumen de subsidios federales.
En respuesta, Bruselas, aceptó que los estados europeos pudieran dar ayudas públicas equivalentes a las empresas de los sectores afectados para evitar la deslocalización de empresas europeas. No obstante, esta respuesta a la amenaza de deslocalización dada por Bruselas no deja de ser un parche; para muchos agentes económicos europeos, resulta ya evidente que Europa necesita un cambio de estrategia de gran magnitud.
Como consecuencia de esa toma de conciencia, se está lanzando un gran debate sobre el mercado único europeo y la competitividad. El debate se desarrollará, a partir de sendos informes a cargo Enrico Letta y Mario Draghi, previsiblemente tras las elecciones de junio.
El informe Letta, presentado hace unas semanas ante el Consejo Europeo, propone impulsar un ambicioso plan de inversiones y desarrollar un “nuevo mercado único”, en el que se incluirían las finanzas, los mercados de la energía y las comunicaciones electrónicas, que en su día se quedaron fuera.
El segundo se hará público tras las elecciones, pero en una conferencia reciente en La Hupe, Bélgica, el propio Mario Draghi ha avanzado que Europa necesita un cambio radical que pasa por el diseño y aplicación de una política industrial común y por la unificación de los mercados europeos de capitales.
En la esfera política, el presidente francés Emmanuel Macron, en una intervención de casi dos horas, hace una semana, expuso los retos y peligros a los que se enfrenta Europa y abogó por convertir a la Unión Europea en una auténtica potencia económica, militar y política, condición necesaria para salvaguardar su modelo de democracia liberal y su sistema de protección social, hoy amenazados desde fuera y desde dentro. En sus palabras: “Nuestra Europa es mortal. Europa puede morir. Depende de nosotros”.
Creo que, en adelante, deberíamos seguir con más interés la información relativa a los asuntos europeos. Nos va mucho en ellos.
Notas:
(1) Esta anotación completa la publicada ayer sobre la situación actual del Parlamento Europeo y, en especial, sobre la influencia de la extrema derecha en el continente.
(2) Las dos anotaciones sobre este tema se han nutrido de múltiples lecturas y, sobre todo, de estos tres artículos (de pago): David Broder: ‘The Far Right Wants to Take Over Europe, and She’s Leading the Way’ (The New York Times); Lluis Uría: ‘Dos visiones de Europa’ (Newsletter Europa); y Xavier Ferrás: ‘Necesitamos un cambio radical’ (La Vanguardia)
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