La expresión «la superioridad moral de la izquierda» tiene, a juicio de activistas e intelectuales[1] de izquierda –los «ungidos», que diría Sowell–, una justificación clara. Las ideas de la izquierda serían, por así decir, más morales que las de la derecha. ¡Chis pum!

Ignacio Sánchez-Cuenca, uno de los intelectuales de izquierda más prolíficos[2], publicó hace unos años un ensayo con ese título: ‘La superioridad moral de la izquierda’. Desarrolla en su obra esa noción y defiende, a su vez, que las ideas de la derecha son superiores intelectualmente, al menos en lo relativo a la gestión de lo público.

No comparto ninguna de las dos ideas. Ni la izquierda es superior moralmente, ni la derecha lo es intelectualmente. Lo contrario tampoco es cierto. Pero como esta anotación no va de eso, no me propongo discutir aquí las razones que creo que me asisten para discrepar. Ocasión habrá de ello. En todo caso, si a usted le interesa hacerse una idea de las tesis de Sánchez-Cuenca puede leer su ensayo o, si no le apetece, puede también leer esta entrevista que se le hizo a propósito de su publicación.

Sea como fuere, lo cierto es que esa supuesta superioridad –y es aquí donde yo quería llegar– tiene una contrapartida. Las sospechas o certezas de corrupción le salen, en términos electorales, más caras a la izquierda que a la derecha. El número de altos responsables políticos del PP que han pasado o están en prisión es llamativo y, sin embargo, los casos de corrupción en que se ha visto implicado no han conllevado un desgaste electoral tan alto como los que han salpicado al PSOE.

Parece, por tanto, que hay una relación directa entre la valoración ética de la ideología que profesa el electorado y la exigencia de comportamiento ético para con los responsables políticos. Y, por consiguiente, si los responsables políticos de izquierda son o parecen ser unos corruptos, sus votantes –por ser, supuestamente, más exigentes en materia de moralidad– les dan la espalda. Esto explicaría la mayor volatilidad del voto de izquierda y la mayor constancia del de la derecha.

Sin embargo, no creo que deba reducirse la exigencia moral a la limpieza con que se conduce quien ostenta el poder en lo relativo al uso de los recursos públicos. Porque no creo que el electorado de la derecha sea menos exigente en términos morales. Lo que ocurre es que las intuiciones y valores morales de quienes se consideran de derecha tienden a ser diferentes de las de quienes se consideran de izquierda.

Dependiendo del país de que se trate (no es lo mismo Estados Unidos, Reino Unido, Suecia o España), el patriotismo, la libertad, las ideas de base religiosa –como el carácter, sagrado o no, de la vida de un embrión humano, o las relativas al sexo–, la valoración de la eutanasia y otras, son nociones puramente morales; obedecen a intuiciones morales muy arraigadas.

Así se explica que la actitud de la derecha ante los independentismos sea mucho más visceral que la de la izquierda, porque para los primeros la patria es un valor que debe preservarse por encima de otros. Actuaciones como la de Fernández Díaz que pueden acabar llevándole a prisión pero que apenas tendrán, casi con toda seguridad, repercusión electoral entran también en esa categoría. Y otro fenómeno, de diferente fundamento moral pero también característico de la derecha, es la oposición o resistencia –del todo irracional– a reconocer como lo que son –matrimonios– las uniones reales (y, a la vez, formales) de parejas del mismo sexo.

Ideales tales como la (llamada) justicia social, el cuidado, la igualdad, la solidaridad con los demás seres humanos (del presente o futuros), o el respeto para con el resto de seres vivos se fundamentan, sin embargo, en intuiciones morales más propias de quienes se consideran de izquierda. De estas diferencias se ha ocupado, en La mente de los justos, Jonathan Haidt, uno de los padres de la teoría de los fundamentos morales. Por lo dicho en este y el anterior párrafo, no tienen las mismas consecuencias electorales unas y otras vulneraciones de normas morales.

La corrupción a que nos tiene acostumbrados el paisanaje político va, sobre todo, en contra de los principios morales propios de la izquierda. Por ese motivo, el escándalo de cobro de comisiones y quién sabe de qué otras villanías que llena esta semana las portadas de los periódicos, apenas causaría daño al PP pero puede hacerle muchísimo daño al PSOE y comprometer, de hecho, la continuidad de la legislatura. Un electorado muy sensible con ese tipo de prácticas castigará a quienes considere que no han sido suficientemente estrictos con quienes se han valido de su posición o cargo político para enriquecerse, incluso aunque no hayan delinquido. Sin embargo, esas trapacerías apenas pagan precio en otros vecindarios ideológicos.

¿O qué querían ustedes? ¿Creerse y decir ser mejores y no pagar un precio?

Coda:

La moral es necesaria, imprescindible incluso. Codifica normas que ayudan a convivir. Esa es (o debería ser) su única función. Por eso no hay ‘una moral’ buena; dependen del contexto cultural en que se experimentan sus efectos. Y todas pueden ser nefastas. Pablo Malo ha analizado de forma brillante este asunto en ‘Los peligros de la moralidad‘.


[1] A la palabra ‘intelectual’, como a ‘pensador’ les tengo que dedicar una anotación. La merecen.

[2] Me gustó su libro ‘La desfachatez intelectual’.