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Sociedad

Mis razones contra Facebook

2021-10-12 1 Comentario

Hace dos semanas el editor jefe de Science -junto con Nature la revista científica más influyente del mundo- defendió la conveniencia de que los profesionales de la ciencia tomemos parte activa en Facebook para combatir actitudes anticientíficas, bulos y negacionismos diversos. Sostenía que, dada la relevancia de la red social y la gran influencia que tiene en la opinión pública, ese espacio no puede permanecer abandonado por la comunidad científica, sino que debemos dar la batalla en favor de la ciencia en ese terreno.

El periodista Antonio Martínez Ron se hizo eco del asunto en Vozpópuli y pidió su opinión a varias personas del mundo de la ciencia o la comunicación científica. La mía fue, junto con las de Lluis Montoliu, Joaquín Sevilla y Elena Lázaro, una de esas opiniones.

Unos días después (4 de octubre) se produjo la caída global de Facebook, Instagram y WhatsApp, las tres encarnaciones del Monstruo, que se prolongó durante seis horas. El colapso de las plataformas fue, de hecho, un aguacero sobre la reputación ya bastante mojada de la compañía.

El pasado 13 de julio se había puesto a la venta An Ugly Truth: Inside Facebook’s Battle for Domination, un libro de Sheera Frenkel y Cecilia Kang, periodistas de The New York Times. Las autoras denuncian que esta red social “llena sus arcas explotando la propagación viral de información erróneamientras trata de convencer a todos de su noble misión de conectar el mundo”. Y al día siguiente de la caída (5 de octubre), Frances Haugen, una antigua empleada de la empresa que había proporcionado a The Wall Street Journal los denominados Facebook Files, declaró en el Senado de los EEUU que la forma de operar de la compañía de Zuckerberg contribuye a difundir odio y supone un riesgo para la democracia. Sus declaraciones han tenido un eco y una difusión quizás sin precedentes y han dado pie a una cascada de declaraciones e informaciones en contra de la red social.

La revista Time llegó a sugerir en su portada la eliminación de la cuenta de Facebook. Así lo expresó en Twitter:

Según The Economist (en español en La Vanguardia), es posible que el prestigio de Facebook se haya deteriorado hasta un punto de no retorno. La periodista filipina María Ressa, flamante ganadora del Nobel de la Paz, en sus primeras declaraciones tras el anuncio del premio, dijo de Facebook estar sesgado en contra de los hechos, propagar falsedades, alimentar discursos de odio y ser una amenaza para la democracia. Otro periodista, John Carlin, en su columna de La Vanguardia del pasado día 10, ha dicho que “Facebook es una amenaza tan grande para el bienestar general como el coronavirus o el cambio climático”.

Las informaciones sobre Facebook y sus, tan cacareados ahora, efectos maléficos habían sido el tema sobre el que conversamos Txani Rodríguez y un servidor en la tertulia en Radio Euskadi con Xabier García Ramsden del pasado día 6. En la tertulia (sobre este tema en este enlace entre 2h 19min y 2h 33min) expliqué mi postura contraria a participar en Facebook, con los mismos argumentos que le di a Antonio Martínez Ron y que él recogió en su pieza en Vozpópuli.

Antonio destacó la, posiblemente, más contundente de mis expresiones: “Nuestra obligación como científicos es abandonar Facebook, porque es la estrategia más inteligente para que no tenga los efectos que tiene.” Esa idea se basa en tres elementos, tres razones por las que creo que la compañía de Mark Zuckerberg es El Monstruo.

En primer lugar, sabe demasiado de nosotros. A partir de nuestro comportamiento en sus redes sociales conoce nuestra ideología, creencias religiosas, gustos, aficiones, orientación sexual y muchas cosas más. Esa información la usa para dirigirnos publicidad de forma eficiente y, además, también la vende. No sabemos con qué frecuencia ni a quién, pero sabemos que lo ha hecho y supongo que lo hace de forma habitual.

En segundo lugar, y aunque esto pueda ser quizás más discutible, parece que la participación en Facebook y, sobre todo, en Instagram daña la salud mental de los adolescentes y favorece el aumento de la fragilidad de los más jóvenes. Digo que puede ser más discutible porque siempre cabe la duda de si los estudios están lo suficientemente bien hechos como para que sus conclusiones sean robustas. El conocido psicólogo social norteamericano Jonathan Haidt es uno de los más firmes defensores de esa idea. El hilo de tweets que sigue a este resume su posición:

Pero lo que tiene mayor importancia y es la principal razón por la que soy contrario a participar en Facebook y, de rebote, en Instagram y WhatsApp, es que el procedimiento que utiliza (el algoritmo en jerga técnica) para hacer funcionar su red social e incentivar la participación es intrínsecamente perverso. Y eso poco tiene que ver con posibles sevicias morales de sus diseñadores o sus dueños. Es simplemente una cuestión de negocios.

A Facebook le interesa que la gente navegue en su web, de manera que quede así expuesta durante más tiempo a la publicidad de la que obtiene sus ingresos. Esto es lógico y legítimo. Por ello, trata de evitar que sus usuarios salgan de allí.

También trata de mantenerlos dentro de su plataforma porque, de esa forma, sabe más cosas de ellos, puesto que dejan más rastros de sus gustos, aficiones y propensiones ideológicas. Igualmente lógico, pero ya no tan legítimo. Para conseguir que los usuarios pasen más tiempo dentro de Facebook, hace dos cosas, al menos.

Una es que privilegia los comentarios breves o imágenes que generan muchas reacciones, a favor o en contra, o muchos comentarios, porque Facebook los muestra a muchos más usuarios. Personas con mucho ingenio tienen así mucha visibilidad. Pero también lo tienen los bulos, mensajes enloquecidos de negacionistas de diverso pelaje, antivacunas, terraplanistas, xenófobos, etc.. También mensajes políticos extremistas o populistas, porque dan lugar a muchas reacciones a favor o en contra. Todos ellos generan tráfico interno y mantienen a los usuarios conectados durante más tiempo. La anticiencia, en ese contexto, campa a sus anchas y tiene mucho más alcance del que le correspondería en virtud de su presencia social real. Los discursos de odio, la xenofobia, el racismo y el extremismo político también.

Lo otro que hace para mantener a la gente navegando en su plataforma es penalizar la exhibición de cualquier enlace que saca a la gente de allí y la lleva a otros sitios. Por eso, cuando se publican enlaces a noticias en otros medios o a blogs personales u otras webs, prácticamente no muestra esas publicaciones a los demás usuarios, aunque la mayoría cree que sí lo hace. Hay excepciones, claro. Si ese sitio al que conduce el enlace resulta ser muy atractivo o provoca mucho rechazo, es susceptible de generar en poco tiempo muchas respuestas en la propia anotación en Facebook por los pocos usuarios a quienes se les muestra al principio y, en ese caso, también aumenta su difusión. Lo normal es que sean enlaces que conducen a webs de contenido provocador, escandaloso, antisistema, extremista, anticientífico, racista, o semejante los que más reacciones suscitan, de manera que son los que Facebook muestra a más usuarios y, por lo tanto, más se difunden.

Como se ve, no hace falta que los responsables de la red social hagan nada extraño para promover la polarización, la difusión de mensajes extremistas, de odio, anticientíficos, o escandalosos. Basta con un algoritmo que muestra preferentemente los contenidos que más reacciones provocan. El mecanismo genera, de suyo, la retroalimentación y multiplicación de mensajes peligrosos. En realidad, es muy sencillo. Facebook y otras compañías de internet del estilo conocen muy bien la psicología humana y la explotan en su beneficio. Mi compañera en Jakiunde Elena Matute explica la forma en que esta y otras empresas explotan nuestros sesgos para obtener enormes beneficios y los peligros inherentes a ello.

Facebook podría, si quisiera, cambiar su algoritmo, pero entonces ganaría menos dinero o podría incluso, no ser rentable. Es cierto lo que al respecto sostiene Roger McNamee en la revista Time: Facebook no se arreglará a sí mismo.

Por todo lo que he explicado, eliminé mi cuenta en Facebook hace unos años. Me di cuenta de que, aunque me ayudaba a difundir los textos que publicaba en Conjeturas, artículos de ciencia y otras cosas que me interesaban, mi presencia allí alimentaba el negocio de Zuckerberg y favorecía las tendencias que acabo de describir.

Algunos me han dicho que su actividad en la red social de la F es inocua, porque se limitan a publicar algunos enlaces de interés para todo el mundo y, de esa forma, lo que hacen es bueno y útil. Lo cierto es que, salvo excepciones, muy pocas personas ven sus publicaciones, aunque ellos crean lo contrario. Y sin embargo, su mera presencia da de comer al Monstruo y favorece su capacidad para cometer desmanes. Por eso, como le dije a Antonio, “la pretensión de que los científicos entremos ahí es vana y va en nuestra contra”, y “si los científicos entramos a la pelea en el barro lo que hacemos es que estamos legitimando a los anticientíficos”.

Me fui por todo esto, porque no quise ser partícipe de una actividad que considero muy dañina. Me fui de Facebook y de Instagram, otra de sus encarnaciones. Y espero poder irme pronto de WhatsApp, cuando mis contactos más queridos se hayan ido a Signal o, al menos, a Telegram.

Concluyo: el editorialista de Science se equivocó recomendando la participación de la comunidad científica en Facebook. Diría, además, que no escogió el mejor momento posible para hacerlo.



1 Comentario En "Mis razones contra Facebook"

  1. Carlos luis
    2021-10-12 Responder

    Me ha parecido un razonamiento muy bien explicado. Gracias.


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