Repasé hace unos días las ideas y sentimientos que me han dado que pensar durante este malhadado año transcurrido desde la aparición entre nosotros de los primeros casos de covid19 hasta estos días. Toca ahora referirme a la ciencia.

Desde que tengo uso de razón y, muy probablemente, en sus más de tres siglos de historia, la ciencia no había tenido un papel tan estelar como el que ha tenido este año.

El periodo que va del 29 de diciembre de 2019, cuando se informó en China por primera vez de una neumonía desconocida, hasta hoy ha tenido un protagonista absoluto: el SARS-CoV-2, un virus (coronavirus, para más señas), un ente –no me atrevo a considerarlo un ser vivo– del que todas las unidades existentes en el mundo caben holgadamente en una lata de refresco.

El esfuerzo científico realizado este año ha sido impresionante. Se ha investigado para averiguar la especie animal de la que procede el virus, descubrir la vía por la que accedió a los seres humanos, conocer su funcionamiento, saber cómo penetra en el organismo, desentrañar las formas en que ataca a sus víctimas, desvelar como se contagia a otras, indagar acerca de las vías de expansión en las poblaciones humanas, saber de los entornos que favorecen su contagio, aprender a prevenir la enfermedad, diseñar y producir vacunas con las que inmunizarnos, hallar antivirales capaces de acabar con él en caso de contagio, encontrar tratamientos eficaces, y analizar muchos otros aspectos relativos a la enfermedad que causa, la covid19.

En tan corto espacio de tiempo nunca tantas personas se habían afanado en resolver un problema concreto; nunca se había producido tanta colaboración entre científicos de diferentes países; nunca se había orientado tanta actividad investigadora a un objetivo; nunca se le habían dedicado tantos recursos económicos; y nunca se habían publicado tantos resultados científicos sobre un tema. Se compare con el proyecto que se compare, las cifras de la actividad científica para conocer al virus y combatir la enfermedad no tienen parangón.

La empresa se está saldando con éxito, al menos hasta el momento. Ya se administran media docena de vacunas en diferentes países del mundo y hay decenas de nuevas vacunas en desarrollo. Próximamente vendrán más. Se ha empezado a inmunizar a las personas más vulnerables, y en los próximos meses se irán vacunando a segmentos crecientes de población. Vivimos bajo la amenaza de la aparición de variantes más contagiosas y, quizás, más virulentas, sí, pero tenemos la confianza de que los métodos de diseño y producción vacunal podrán hacer frente a las contingencias que puedan surgir.

La ciencia ha adquirido, merced a la amenaza pandémica, una relevancia social enorme durante 2020, para lo bueno y para lo no tan bueno. El aspecto positivo es que en un momento de crisis grave, la empresa científica se ha mostrado solvente para abordar un reto sin precedentes.

Pero los éxitos cosechados no pueden ocultar los problemas que han atenazado al sistema: ha habido exceso de información científica; la comunicación al público ha sido desordenada y no siempre profesional; la ciencia se ha utilizado con intenciones espurias a cargo de científicos con agenda política; el comportamiento de las compañías farmacéuticas a la hora de distribuir y comercializar sus vacunas ha sido extremadamente opaco; y subsisten las dudas acerca del acceso a la inmunización de los habitantes de los países más pobres. Nada de esto se debe olvidar porque hay importantes enseñanzas que extraer.

Pero si tuviera que quedarme con una idea, con aquello que será recordado cuando hayan pasado muchos años, me quedo con el éxito obtenido por la comunidad científica. El conocimiento que hemos adquirido desde enero de 2020 para hacer frente a la pandemia constituye la mejor reivindicación de la ciencia y de su potencial para redimir a la humanidad. No solo se han alcanzado grandes logros, se ha abierto el camino para que en poco tiempo se pueda abordar la resolución de otras muchas enfermedades que hoy causan dolor y provocan la pérdida de miles de vidas humanas.

Nota: Esta anotación tuvo una primera versión en el especial que el Diario Deia ha dedicado al aniversario de la pandemia en Euskadi. Se puede leer al final de este reportaje.