Supe tarde que había muerto. Llamé tarde a un familiar para transmitirle mi condolencia. Y tarde escribo ahora estas líneas, en su recuerdo. Este brindis por Zubi, producido para homenajearle, ha sido el ancla que me ha servido para, por fin, dedicarle unas palabras.

Hubiera querido escribir un obituario en toda regla y publicarlo en nuestra web, la de la UPV/EHU, porque Zubi, Juan Zubillaga Esperanza, lo merecía. Pero me resulta imposible. Tal y como se dice en el vídeo del brindis, había muchos Zubis, y a mí solo me fue dado conocer uno o dos. Para escribir su obituario hubiera necesitado conocer a los demás o, al menos, a bastantes de ellos.

Conocí a Juanito, a través de conocidos comunes de la facultad, cuando yo estaba terminando la carrera de Biología o recién empezada mi tesis doctoral. Él era un profesor no numerario, un pnn de la época. Enseguida conectamos.

Juan era inteligente, pausado, amable, ingenioso, bondadoso, …   y físico. Era un excelente conversador; nunca recurría a lugares comunes. Era muy agradable charlar con él.

Siempre estaba dispuesto a ayudar a quien se lo pedía e, incluso, a quien no se lo pedía si a él le parecía que podía ser útil. En cierta ocasión, a comienzos de los años ochenta, le conté que andaba detrás de algún programa sencillo para resolver un problema estadístico. Una semana después se presentó en mi despacho y me pidió los datos; una hora más tarde me proporcionó la ecuación. El tío se había escrito un programa para ajustar los datos al modelo que yo tenía en la cabeza. Esos detalles de generosidad los prodigaba, de manera que dedicaba a los demás buena parte del tiempo que debería haber dedicado a sus cosas. Quizás por eso tadó tanto en presentar su propia tesis doctoral.

Zubi desaparecía con frecuencia, a veces para largo. Cuando reaparecía y le preguntaba dónde se había metido durante todo ese tiempo, me contaba siempre alguna historia sorprendente. “He tenido que atender los asuntos de mi familia; he pedido una licencia sin sueldo”, o “he estado en California aprendiendo meteorología”, o “he pasado a dedicación parcial y he montado una empresa de cosas de informática”, “vengo de Nicaragua; paso allí parte de mi tiempo”. Esas eran algunas de las explicaciones que me daba. Lo bueno era que en nuestra amistad, sus ausencias no atenuaban el aprecio; cada vez que nos encontrábamos era como si nos hubiésemos visto ayer.

Cuando venía a verme entraba en mi despacho siempre con alguna pregunta para la que él tenía varias posibles respuestas, o con alguna idea para poner en práctica. Era una de las personas más creativas que he conocido. Y heterodoxo, siempre, con relación a todos los asuntos que nos interesaban. También por eso era tan gratificante conversar con él, porque ofrecía puntos de vista únicos y, normalmente, nada descabellados.

A veces me lo encontraba en las circunstancias más insospechadas. En más de una ocasión descubría que teníamos amigos comunes, como cuando coincidimos en la presentación de un libro de Pedro Ugarte. Resulta que Juanito era miembro de Alea Bilbao, una asociación literaria de la que Pedro, y también Txani Rodríguez, formaban parte.  

Estaba muy interesado en las cosas que hacíamos en la Cátedra de Cultura Científica y, en general, en la divulgación de la ciencia. A Zubi le encantaba Naukas Bilbao. Un día daba yo una charla sobre las orejas de los elefantes cuando, de repente, lo vi en una de las primeras filas. Al acabar me dijo que no estaba de acuerdo con algo de lo que había dicho y, cuando llevábamos un rato debatiendo, me sugirió que considerase que el elefante era una esfera. Le respondí que un elefante era más esférico que una vaca, pero que, incluso así, no estaba dispuesto a asumir una aberración de tal calibre. ¡Pobre elefante! Ya he dicho que Juan era físico. 😉

Su último mensaje por whatsapp fue para decirme que un conocido común, también físico y profesor universitario, en un artículo de prensa sobre la expansión de la pandemia, se equivocaba. Tenía razón, claro. Diez días después supe que había fallecido. Pensé, al enterarme, “cómo es posible que a pocos días de su muerte, se le ocurra enviarme un mensaje así”. Pero era Zubi; no tenía que haberme soprendido.

Durante una década, desde finales de los ochenta y hasta finales de los noventa, compartimos militancia sindical. Yo me afilié al STEE-EILAS en 1988, si no recuerdo mal, y mantuve mi militancia hasta que acepté el cargo de vicerrector, cuando decidí darme de baja porque sabía que tendría que negociar, como representante del rector, con los representantes sindicales. No quería interferencias.

El caso es que Juanito y yo coincidimos en muchas reuniones sindicales; lo normal era que estuviésemos bastante de acuerdo en lo que se debatía. En cierta ocasión, un grupo de profesores que habían militado en CCOO solicitó la incorporación a nuestro sindicato. Eran los que conformaban la corriente “Izquierda sindical” de Comisiones. Para que nos entendamos, eran un grupo de profesores algunos de los cuales al menos, habían sido destacados militantes trotskistas en los años de la transición, de la misma forma que algunos de los militantes del STEE lo habían sido del Movimiento Comunista, un grupo de orientación maoísta, al parecer (nunca me he aclarado bien con estas distinciones). En los noventa esas diferencias no tenían ya ninguna importancia. Todos ellos eran lo que se consideraba entonces extrema izquierda.

El caso es que, por razones que ahora se me escapan, al tratarse de la llegada de un grupo procedente de otro sindicato, su incorporación debía ser debatida y, en su caso, aceptada en asamblea. Nadie puso ninguna pega. En la asamblea en cuestión, en un aparte, Zubi me dijo: “Para nosotros (él y yo) esta es una buena noticia, Iñako, porque van a reforzar el ala derecha del sindicato, la nuestra. Y para ellos también, porque, -dónde vas a comparar-, cuánto mejor es ser la derecha de la izquierda que la izquierda de la derecha”.

Zubi era de esas personas que hacían que el mundo fuera mejor. Ha muerto, pero su amabilidad, bonhomía, inteligencia, humor, vitalidad, generosidad e ingenio pervive en quienes le conocimos y tuvimos la fortuna de tenerlo por amigo.