Covid19 sigue su progresión en el mundo. En este momento, la rápida expansión en América es responsable de gran parte de esa progresión. Y lo que pueda ocurrir en África sigue siendo una incógnita. Por otra parte, según una investigación realizada en el MIT cuyas conclusiones han sido recogidas por el semanario británico The Economist, por cada caso registrado de Covid19, doce no se registran, y por cada dos fallecimientos a causa de los daños provocados por el SARS-Cov2, un tercero es atribuido erróneamente a otras causas. Salvo que se produzca alguna innovación médica trascendental, dentro de un año el número de casos habrá ascendido a entre 200 y 600 millones. No conviene hacer predicciones a más largo plazo porque es posible, aunque no sea seguro, que para la próxima primavera ya exista alguna vacuna efectiva.

Por otra parte, a día de hoy ya hay más de medio millón de muertes confirmadas en el mundo a causa del nuevo coronavirus, aunque la cifra real estará, seguramente, más cerca del millón. Y se estima que para la próxima primavera entre 1,4 y 3,7 millones de personas habrán fallecido, lo que implica que el número de muertes ocasionadas por infecciones del sistema respiratorio se duplicará en comparación con las que venían siendo habituales. Dado que en el mundo mueren cada año alrededor de 56 millones de personas, la Covid19 va a contribuir de una manera muy significativa a la cifra total de muertes en el mundo durante los años 2020 y 2021, al menos.

A las cifras anteriores habría que añadir los fallecimientos que se produzcan debido a los efectos colaterales, ese alto precio que la humanidad en su conjunto acabará pagando como consecuencia de los efectos sobre la economía y la salud a causa de las medidas implantadas para hacer frente a la pandemia (a algunos de esos efectos me referí aquí). Y a pesar de todo, transcurridos esos dos años, y salvo que se cuente con una vacuna efectiva, un 90% de la población mundial seguirá siendo potencialmente vulnerable a la infección, o más, incluso, si la inmunidad adquirida resulta ser transitoria.

No son pocos los que hablan de la pandemia en pasado. Otros, sin llegar a tanto, sostienen que lo peor ha pasado ya, porque aunque no cabe hablar aún de inmunidad de grupo, sí cabría pensar que los casos que se registran ahora son más benignos, quizás por contar con cierto nivel de inmunidad no detectable en forma de anticuerpos. En mi opinión son tantas las incógnitas en relación con las características del SARS-Cov2, con su caótica forma de propagación -como chispas que a veces prenden y a veces no (como conté aquí)-, que no es posible hacer predicciones fiables. Mucho de lo que se dice no dejan de ser especulaciones, en algunos casos teñidas de indudable wishful thinking y en otros, de lo contrario, de un insano espíritu agorero».

Lo cierto es que una mirada a nuestro alrededor nos muestra que el SARS-Cov2 no ha detenido su expansión, ni parece tener visos de hacerlo pronto. Cada pocos días surgen brotes. Afortunadamente, hasta ahora, están siendo controlados mediante trazado y aislamiento de contagiados o, en los casos más preocupantes, mediante confinamientos locales. Nos encontramos en la situación que anticipaba a mediados del pasado mes de abril, un mes después del comienzo del confinamiento. Esto es lo que escribí entonces:

Viviremos, por lo tanto, en el filo de la navaja durante meses, con fluctuaciones en las cifras de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos. Las autoridades deberán observar con atención el curso de la pandemia; necesitarán datos fiables de personas contagiadas en cada momento y de quienes ya han pasado la enfermedad. Deberán reforzar los servicios de salud y los suministros de material sanitario y de protección. También necesitarán sistemas para trazar los contagios. Y en función de lo que vaya ocurriendo, ajustarán la severidad de las medidas de distanciamiento social y control de movilidad.

Vemos que en unos países y otros se producen brotes que obligan a implantar esas medidas: Guetersloh, Pekín, Lisboa, Lleida, Mariña lucense o Melbourne son ejemplos de localidades o zonas confinadas para prevenir limitaciones de mayor extensión. En Euskadi, un brote en Ordizia ha disparado la alarma y se han realizado centenares de pruebas de ARN viral a quienes han pasado por una zona de bares en días pasados.

La recuperación de la actividad conlleva recuperar también la movilidad y las relaciones sociales. Y no es posible eliminar completamente la posibilidad de contagios. Por un lado, dado el crecimiento de la pandemia en otros países, no dejaremos de importar casos (de la misma forma que los hemos exportado y exportaremos). Y por otro lado, aunque mucha gente ha adquirido hábitos y normas de conducta protectora, bastantes muestran una gran despreocupación, cuya manifestación más extrema son las aglomeraciones que se han producido en algunas localidades con ocasión de sus fiestas patronales «extraoficiales». Cabría hablar de “preocupante despreocupación”.

Uno tiende a pensar que todos procuramos preservar nuestra salud y la de los seres queridos y allegados. Me parece que es lo lógico; pero constato que no todo el mundo entiende esa preocupación del mismo modo. Para mucha gente, no parece haber relación entre los comportamientos sociales y la transmisión del virus. O quizás es que piensan que a ellos no les va a tocar, sin ser conscientes de que su comportamiento tiene consecuencias que van más allá de lo estrictamente personal. La pandemia tiene, como otros fenómenos en los que interactúan múltiples elementos, propiedades emergentes. Parece que bastantes individuos no alcanzan a calibrar los efectos epidémicos de su comportamiento en lo que a esas propiedades se refiere.

Los brotes, por tanto, se seguirán produciendo. Esta misma semana, el semanario británico The Economist expresaba de esta forma la situación en que nos encontramos:

Covid-19 está aquí para una temporada al menos. Los vulnerables tendrán miedo de salir y la innovación se ralentizará, lo que generará una economía al 90% que sistemáticamente se queda sin alcanzar todo su potencial. Mucha gente caerá enferma y algunos morirán. Es posible que la pandemia deje de interesarte. A ella no dejarás de interesarle tú.

El coronavirus no desaparecerá por arte de birlibirloque. Quizás no acabe, entre nosotros, con tantas vidas como hasta ahora pero, si se le deja, no dejará de transmitirse ni de causar muertes. Las consecuencias de todo orden –sanitarias, demográficas, económicas y sociales- son potencialmente devastadoras. Quizás te hayas cansado de la pandemia; es posible, pero aunque así sea, al SARS-Cov2 le sigues interesando.