La afición de un club se solidariza con un futbolista condenado por evasión fiscal. Los de otro club, y no son pocos, son de la opinión de que a los futbolistas también se les debería permitir agredir sexualmente a sus parejas[1]. Hay padres que en vez de animar a sus hijos, insultan al árbitro hasta el punto de provocar que este salga llorando del campo. Si es el caso, las aficiones se manifiestan para exigir que el club de sus amores no pierda la categoría, y hasta lo consiguen. Son solo unos pocos ejemplos, pero bastante ilustrativos de la consideración que le tiene al fútbol mucha gente y de la idolatría de la hinchada hacia sus futbolistas.
El futbol llena páginas de periódicos, horas de radio y televisión, conversaciones de cuadrilla, y hasta sirve para acabar con esos más que incómodos silencios de ascensor. Es el ejemplo más conspicuo de la tribalización que aflige a nuestras sociedades.
El futbol, además, altera la normal convivencia ciudadana. Se desvía el tráfico, se cambia el recorrido de los autobuses y hasta circular en metro se hace más difícil. Los días de partido las calles y plazas próximas al estadio se llenan de gente con mucho alcohol en el aparato digestivo, en la sangre, en el hígado y en el encéfalo; y con mucha necesidad de evacuarlo de cualquier modo y en cualquier esquina.
Y a veces, como ayer en Bilbao, ocasiona gravísimos incidentes.
Ayer murió un ertzaina antidisturbios en Bilbao mientras trabajaba para mantener a raya a las hordas de subhumanos que decidieron convertir el entorno de San Mamés en un campo de batalla. Murió sin que fuera agredido físicamente, y es posible que su destino ya estuviera escrito en su corazón antes de que saliera de la furgoneta y se desplomara sobre el asfalto. Pero que la muerte del ertzaina fuese debida a una afección cardiaca y no consecuencia directa de los incidentes, no elimina la gravedad de aquellos.
No hay nada que hacer. El fútbol, los clubs y los futbolistas parecen ser intocables. Y a las aficiones no se las puede contrariar. La violencia que rodea el fútbol no es imposible de erradicar. Si no se toman las medidas necesarias es porque en el fondo, los responsables han acabado asumiendo que las broncas, la violencia y la degradación de todo orden que acompaña al espectáculo, forma parte del mismo y es un elemento más de su penetración social y, por lo tanto, del status quo que no se quiere poner en riesgo.

Pero no nos engañemos: los “responsables” oficiales no son los único responsables. Lo son todos aquellos que con su actitud ayudan a que el futbol siga siendo objeto de veneración social y esté más allá de cualquier otra consideración.

[1] El futbolista en cuestión fue finalmente absuelto de los delitos de los que fue acusado, pero ello no exime a la afición de su comportamiento.