Leña al maestro
Debo de ser un zoquete. La primera vez que vi la imagen del ejercicio del chiquillo que se ha hecho viral, no le vi la gracia. Simplemente no entendí qué había hecho. Esto lo declaro de entrada para que no haya duda de que soy una persona con muchas limitaciones; me cuesta entender cosas que para el resto del personal son, al parecer, cristalinas. La segunda que vi la imagen fue en un tuit de un amigo en cuyo criterio tengo gran confianza: le había parecido muy bueno. Y otro llegaba a decir que “muchas veces los alumnos son mucho más inteligentes que los profesores”. Lo he tenido que ver por tercera vez para darme cuenta de dónde estaba la gracia.
Y sin embargo, si hubiera tenido que redactar ese ejercicio, yo lo habría redactado igual. A mi juicio el texto no es ambiguo. Aunque es evidente que el chaval sabe de qué va la historia, creo que no es correcto interpretar la expresión “las siguientes cifras” como la interpreta él. En materia lingüística no es prudente hacer afirmaciones categóricas, pero me da la impresión de que la inmensa mayoría de los castellanohablantes las entendemos como las cifras que siguen al enunciado; de ningún modo habríamos entendido que se refiere a las cifras que ha de escribir a continuación del número escrito en letras. Ahora bien, yo no le habría tachado el ejercicio, pero le habría explicado que el enunciado no debía ser entendido de esa forma.
La imagen en cuestión se ha extendido a velocidad de vértigo por las redes. La gran mayoría de los comentarios han sido para elogiar al chaval (7 años de edad) y denostar al maestro. Aunque fue su padre quien difundió la imagen en tuiter, ha sido muy cuidadoso y no ha criticado al maestro de su hijo, al contrario, tiene muy buenas palabras para él y para el resto del profesorado. Pero insisto: la mayoría de cosas que he leído han sido para criticar al maestro por no haber entendido la respuesta y por haber redactado mal o de forma ambigua el ejercicio, y elogiar al chiquillo y considerarlo un genio. De paso, la crítica al maestro se ha extendido, como ocurre últimamente, al profesorado en su conjunto. Y es esto lo que me ha enojado, entristecido y preocupado a partes iguales.
Algunas profesiones se han convertido en el pim-pam-pum en la sociedad española. La de docente, en casi cualquiera de sus niveles, es una de ellas, si no es la más escarnecida. No dispongo de datos para hacer un diagnóstico de por qué eso es así. No sé cuáles son las razones de fondo. Quizás tenga que ver con el hecho de que se les considera –injustificadamente, a mi juicio- unos privilegiados. Quizás con algunos malos recuerdos de nuestra época infantil. No lo sé. Y luego están los esfuerzos que ha hecho el gobierno español, sobre todo durante los años de Wert en el ministerio, para desprestigiar al profesorado de las instituciones públicas, incluidas escuelas, institutos y universidades. Estoy convencido de que esos esfuerzos no han sido inocuos.
Sean cuales sean las razones, al personal le produce un gustirrinín especial dar leña a maestros y maestras, ponerlos de chupa de dómine, proclamar que la escuela mata la creatividad, ensalzar la curiosidad y (supuesta) genialidad de los chiquillos por comparación con la estulticia del maestro o la profesora. Estamos, al parecer, rodeados de genios, de superdotados, de niños y niñas de altísimas capacidades y, para su inmensa desgracia, sus docentes son unos cretinos.
Lo malo de eso es que redunda en una enorme pérdida de respeto al personal docente. Hablen con ellos, les contarán cómo los tratan muchos padres, delante de sus hijos incluso. La merma de autoridad que eso conlleva tendrá antes o después consecuencias negativas en el aprendizaje de los críos y, en general, en toda su educación. Y por si eso fuese poco, acabará teniendo –ya la tiene- un efecto nefasto en el prestigio de la profesión y en su atractivo. Hoy la profesión docente en España se nutre de titulados universitarios cuyas capacidades cognitivas en lengua y matemáticas son algo superiores a la media de las capacidades del conjunto de titulados. Pero las actitudes de menosprecio pueden acabar consiguiendo que los mejores no encuentren ningún incentivo en dedicarse a la docencia. Y entonces sí, se dedicarán los peores, los menos capacitados y menos interesados en una actividad tan exigente como es la enseñanza. Eso ya ocurre en algunos países y las consecuencias son pavorosas. Sigamos, pues, dando leña al maestro; es de goma.
16 Comentarios En "Leña al maestro"