En ningún lugar de la Europa democrática a la que pretendemos pertenecer son insumisas sus instituciones. Las instituciones existen en virtud de las leyes que las han creado o las han legitimado. Fuera de la ley no hay espacio para una institución. Por eso, al desobedecer las leyes, las instituciones se niegan a sí mismas. Pierden su sentido y su mismo fundamento. En rigor, ningún ciudadano debería obedecer a una institución desobediente.

 

En ningún lugar de la Europa democrática a la que pretendemos parecernos desfilan en la misma manifestación el partido del gobierno, el principal de la oposición y los fascistas antisistema.  En ninguno de esos países comparten los partidos de orden calzada y aceras con fascistas de verdad y con espontáneos, o no tan espontáneos, que enarbolan símbolos fascistas, hacen el saludo romano y lanzan consignas antidemocráticas.