Siempre me han producido una cierta desazón las manifestaciones convocadas por las autoridades. Antaño era al revés, se convocaban para exigir algo a las autoridades, y las convocaban partidos, sindicatos u otros agentes políticos o sociales.

Pero fueron tantos los años de terrorismo en Euskadi que al final nos acabamos acostumbrando a que las autoridades o partidos en el poder, para mostrar rechazo y condena, convocasen concentraciones y manifestaciones, o se adhieresen a las convocatorias de organizaciones pacifistas ciudadanas. Recuerdo algunas multitudinarias. Aunque en aquellas ocasiones estaba claro a quién o quiénes nos dirigíamos los concentrados o manifestantes, siempre tuve una cierta sensación de irrealidad. Sí, nos juntábamos y permanecíamos durante unos minutos en grandes (o no tan grandes) círculos, hasta que se deshacían al final del tiempo establecido con un aplauso. Pero siempre dudé de la efectividad de aquellas concentraciones. Lo que queríamos expresar, aparte de la condena por la muerte o muertes producidas por los terroristas, era que de ninguna manera nos sentíamos representados por ellos y, por lo tanto, que rechazábamos sus acciones y hasta su misma existencia como organización.

Era importante hacerlo. Pero creo que, más que las movilizaciones contra el terrorismo, fueron los policías y los jueces los que acabaron, tras medio siglo, con la violencia. Por eso tengo, y tuve, grandísimas dudas acerca de la efectividad de todo aquello. Era importante y necesario, sí, pero no por su efectividad, sino por otras razones. Queríamos dejar claro que, lejos de darnos igual, estábamos radicalmente en contra del recurso a la violencia, la amenaza y el asesinato como vía para obtener objetivos políticos. Y al respecto, no debemos olvidar que una fuerza política que representaba alrededor de un 15% del electorado compartía estrategia política con los terroristas y nunca condenó (sigue sin hacerlo) la violencia (salvo en las ocasiones en que los caídos eran sus próximos, claro). Pero incluso a pesar de eso, nunca me acabé de acostumbrar a aquellas convocatorias.

También ahora, con motivo de los atentados en Cataluña, se ha convocado una manifestación, una de esas grandes manifestaciones que se celebran cuando la ocasión, por sus dimensiones, gravedad o trascendencia, parecen requerirlo. Pero el caso es que las dudas que ya solían asaltarme hace años me han vuelto a asaltar ahora, solo que en mayor medida. En este caso, además, no hay agentes políticos a los que dirigirse.

¿Para qué la manifestación? ¿A quién se han dirigido los manifestantes? ¿Para decirles qué? Me dicen que se trata de decir a los terroristas que no tenemos miedo. Pues la verdad es que no le veo el sentido. No, al menos, en estos términos. Porque ¿habrá algún futuro terrorista que se sienta interpelado por los manifestantes? ¿Se lo pensará dos veces antes de decidir inmolarse en medio de una gran concentración de infieles y pecadores con ocasión, por ejemplo, de un concierto de música rock? ¿Se lo pensarán quienes han inspirado el atentado o han plantado la semilla del mal en sus perpetradores finales? En realidad creo que, de hecho, una manifestación gigante conviene a sus intereses, sean estos los que sean; porque dan mayor repercusión mediática aún al asesinato múltiple.

No dudo de que las intenciones de los participantes sean genuinas, por supuesto. Supongo, además, que pensarán que su participación tendrá algún efecto positivo, siquiera se trate de transmitir a los familiares de las víctimas sus condolencias. Mi compañero César San Juan me dice en un intercambio a través de tuiter que la sociedad necesita “metabolizar”, superar colectivamente el duelo, fortalecer la identidad de un «nosotros» frente a los terroristas. Txipi también me dice algo parecido: que, como con anteriores terroristas y manifestaciones, le parece “un ejercicio de autoafirmación”. Me parecen motivos razonables; la gente reacciona frente al terror actuando conjuntamente, en señal de duelo y de autoafirmación. Pero sigo sin ver cuáles son los motivos de los convocantes o quizás es que prefiero no verlos.