En verano me gusta calzar sandalias, de cuero, a poder ser. No me importa que las haya mejores de otros materiales, más recomendables quizás para las plantas de los pies o más adecuadas para caminar por el campo o la playa. Las prefiero de cuero. Y, por supuesto, sin calcetines.

El caso es que este verano he aprendido —seguro que algunos de ustedes también, porque ha circulado por las redes sociales de Internet— que la piedrecilla que se cuela entre la planta del pie y la parte superior de la suela de la sandalia recibía, en latín, el nombre de ‘scrupulus’. Así parece. Esa piedrecilla que incordiaba al caminar, una pequeñez, una nada casi.

Al resultar un incordio, el escrúpulo —forma que toma en castellano— obligaba a quien calzaba la sandalia a optar: ¿seguir caminando o detenerse para retirarla? Dada mi querencia por las sandalias en verano, es duda que me asalta a menudo. ¿Me paro y retiro la piedrecilla? ¿O sigo caminando, esperando que acabe por deslizarse al exterior? Uno duda, en efecto. En ocasiones resuelvo parar, es un leve contratiempo, pero contratiempo al fin. En otras ocasiones decido aguantar. Pero, hasta que la piedrecilla desaparece por activa o por pasiva, la inquietud perdura.

Que en castellano escrúpulo haga referencia a una duda moral parece deberse al paralelismo —una metáfora, al fin— que se establece entre la molestia o la incomodidad que sufrimos mientras dudamos acerca de si parar o seguir andando, y la molestia o incomodidad que experimenta quien siente o teme sentir un remordimiento por haber tomado una opción moralmente rechazable o discutible.

O quizás la transposición metafórica sea algo diferente. Porque escrúpulo también servía para designar espacios de tiempo breves o, incluso, muy breves. Unas pequeñeces, vaya, en términos de tiempo. La metáfora, en este caso, vendría dada por la nimiedad de la duración de un escrúpulo.

Se trata, en ambos casos, de pequeñas cosas: una chinita que provoca una molestia pequeña, o un intervalo de tiempo pequeño.

Si el actual sentido metafórico incorpora ese matiz, la pequeñez, deberíamos pensar que los reparos morales a los que denominamos escrúpulos también lo son.

Este verano ha sido pródigo en revelaciones de currículos inventados. Y la casualidad me ha llevado a pensar que para quienes han actuado de esa forma, la invención del título universitario no ha llegado ni a la categoría de escrúpulo. Porque ni siquiera les ha provocado una pequeña molestia, hasta que la impostura ha sido desvelada, claro. La chinita se convirtió en guijarro.

Post scriptum: en mi familia salmantina, la palabra escrúpulo la reservamos para las cosas que nos producen una repugnancia orgánica, no moral. A los escrúpulos morales los llamábamos remordimientos o, simplemente, conciencia.