¿Virtud de mentes pequeñas?
Si uno mira hacia atrás en la historia del conocimiento no puede por menos que constatar lo lejos que se encuentran las nociones hoy en boga de las que dominaban el panorama intelectual en el pasado. Asuntos que hoy nos parecen palmarios, se veían de forma muy diferente hace un siglo, y mucho más hace dos. La consideración moral de la esclavitud, por ejemplo, ha cambiado de forma radical desde el siglo XVIII; el estatus de las supuestas razas, desde el XIX; y, sin retrotraernos tanto en el tiempo, la opinión de la mayoría de la sociedad acerca de la capacidad de las mujeres y de sus derechos ha cambiado mucho en el último medio siglo. Me refiero a asuntos acerca de los cuales hoy tenemos convicciones firmes y claras.
Lo más probable, por tanto, es que las opiniones mayoritarias en la sociedad dentro de cincuenta años sean diferentes a las de ahora, también en cosas que hoy nos parecen muy evidentes.
Estos días, por razones que no vienen al caso, me ha dado por pensar en eso, a la vez que me he puesto a revisar mis propias ideas y la forma en que pensaba hace cinco, diez, veinte o cuarenta años. Y me asombra hasta qué punto ha cambiado la forma en que veo bastantes cosas. Me refiero a cuestiones ideológicas, por ejemplo; también a la naturaleza y limitaciones del conocimiento científico, o asuntos tan importantes y tan de la vida cotidiana como la crianza de los hijos.
Ha cambiado mi forma de pensar. Es más, ahora me doy cuenta de que en algunos asuntos he hecho un viaje de ida y vuelta: pienso ahora de forma más parecida a como lo hacía hace cuarenta que hace veinte o diez años.
Hay personas -amigos, normalmente, pero no necesariamente- cuyas opiniones me han influido. También mis hijos. Constatarlo me causa sorpresa. Sus opiniones han sido a veces la palanca que me ha hecho cambiar de idea; y también sus vidas, las cosas que valoran, los problemas con que se encuentran, la forma en que los afrontan. No quiero decir con esto que piense las más de las veces que tienen razón o que lo hacen bien (ni tampoco lo contrario), pero su aproximación a los problemas me interesa y resulta muy enriquecedora. Hace diez años no lo hubiese imaginado.
Las lecturas también me hacen ver las cosas de forma distinta. Cada vez leo menos narrativa de ficción y más ensayo o divulgación sobre temas muy variados. Algunos me han ayudado a entender lo que ocurre y comprender a la gente; o eso me parece a mí, al menos. Y en ocasiones esos libros han cambiado mi forma de ver las cosas.
También me influye la reflexión acerca de lo que veo, claro. Constato que algunas nociones que para mí eran básicas ya no se sostienen a la vista de lo que ocurre a mi alrededor o, al menos, de cómo entiendo yo eso que ocurre.
Una vez nos damos cuenta, puede parecer obvio (aunque nada lo es, como acertadamente sostiene un buen amigo), pero a mí me ha desconcertado un tanto el constatar que la opinión que me merecen actos e ideas ha dependido de la posición en que me he encontrado, de las responsabilidades de cada momento, del grado de implicación en los asuntos en concreto. El mismo hecho no se valora de igual forma por quien dirige una organización y por quien, simplemente, forma parte de la misma. Y en algunos casos esa diferencia se proyecta a la valoración de otros asuntos de carácter más general o de otra esfera.
En paralelo a todo lo anterior, soy cada vez más consciente de hasta qué punto los intereses y deseos afectan a la visión que tenemos de las cosas. El saberlo hace que me interrogue acerca de las razones por las que pienso algo. Me refiero a las posibles razones espurias, a mis motivos, no las razones genuinas. En alguna ocasión he visto con claridad que pensaba lo que más convenía a mis intereses.
Por eso, porque he comprobado que mis ideas no han dejado de cambiar, sé que las que ahora tengo tampoco serán las que tendré dentro de diez años. Habrán cambiado. Pensaré de forma diferente.
Todo esto me produce una inseguridad enorme, sobre todo a la hora de discutir. No soy capaz de sostener posiciones fuertes en unas cuantas materias. No me atrevo.
Tengo un amigo al que gusta decir que la coherencia es virtud de mentes pequeñas. Consigue enojar a quienes tienen en alta estima ese rasgo. Pero aunque tiene una cierta dosis de provocación, hay algo de cierto en esa afirmación. Por un lado, porque el valor de las ideas no de hacerse depender de su coherencia con ideas anteriores, sino de las razones (argumentos) que las avalan y, si es el caso, de las pruebas a su favor. Y por el otro, porque la coherencia puede ser la mejor coartada para la fosilización de unas ideas.
No se me ocurre mejor consuelo para mis inseguridades. Aunque, bien mirado, quizás piense de esta forma porque es, también, la que más conviene a mis intereses.
Adenda: Antonio Casado ha tenido la amabilidad de pasarme la cita original. Es de Emerson. Dice así: «A foolish consistency is the hobgoblin of little minds, adored by little statesmen and philosophers and divines.» O sea: «Una tonta coherencia es el duendecillo de las mentes pequeñas, adorado por pequeños políticos y filósofos y predicadores.»
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