En el país que ha sido hasta hace nada líder mundial en ciencia y tecnología se asfixian líneas de investigación por razones ideológicas (aquí un ejemplo). Se desmantelan agencias de la administración cuyas funciones son velar por la salud y la seguridad ambiental y alimentaria. Se despide o intenta despedir a altos responsables de agencias gubernamentales porque no aceptan deformar la realidad. Se despide, también a la responsable de la oficina de estadísticas laborales porque los datos de empleo van en contra de los intereses de esos mandatarios. Y el centro más prestigioso de investigación sobre el clima se ve obligado a recortar su plantilla.

Nombran secretario de Salud a un enemigo declarado de las vacunas, decidido partidario de terapias sin base científica y adepto a todo tipo de conspiranoias y bulos. Sostiene, por ejemplo, que hay que dejar de confiar en los expertos, o que aprobarán nuevos medicamentos rápidamente recurriendo a la IA.

El presidente intentó reducir el presupuesto de los NIH (Institutos Nacionales de Salud) para 2026 en un 40%, pero las dos cámaras del Congreso rechazaron el recorte. Los NIH son la principal agencia financiadora de la investigación en ciencias biomédicas de los EE. UU. Algunas de las dificultades que tiene el presidente Trump para que se apruebe su presupuesto para 2026 tienen que ver, precisamente, con esos recortes.

Este mes de agosto, el Director de los NIH Jayanta Bhattacharya, ordenó una revisión de las líneas de investigación consideradas prioritarias. Esa orden, traducida a sus consecuencias reales, quiere decir que la financiación de muchos proyectos de investigación será, muy probablemente, anulada. En la mayor parte de los casos el principal criterio para la anulación será de carácter ideológico. Afectará a investigaciones en las que se haga referencia al género, temas LGTBI, asuntos raciales, y otros considerados propios del movimiento woke.

La revista Science, encabeza un amplio reportaje sobre el estado en que se encuentra en la actualidad la N.S.F. (Fundación Nacional para la Ciencia) con este subtítulo: Las directrices de Trump han socavado una historia de 75 años de independencia y amenazan el reconocido historial de excelencia de la Agencia.

El pasado 22 de septiembre el propio presidente, mediante comunicación oficial, establecía un vínculo entre el consumo de Tylenol por mujeres embarazadas y el autismo. Mientras lo declaraba ante los medios de comunicación le acompañaba su Secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr., verdadero inspirador de esa astracanada. El asunto no se queda ahí; los mismos que han demonizado el consumo de paracetamol por mujeres embarazadas, han anunciado que próximamente, la FDA aprobará el uso de leucovorina (una variedad  de vitamina B9 o folato) como fármaco contra el autismo, aunque los especialistas sostienen que no hay evidencias suficientes para ese tratamiento.

El pasado viernes 26, la Casa Blanca anunció un cambio en las condiciones para obtener un visado H-1B para profesionales de muy alta cualificación. En virtud de ese cambio, las personas que potencialmente pudieran hacer uso de ese visado deberán pagar 100.000 $ para conseguirlo. Hasta el pasado 26, el precio medio de esta visa era de 1.710 $, por lo que el nuevo precio multiplica casi por sesenta el anterior. Los principales beneficiados de la medida serán las grandes empresas tecnológicas, para las que tal cantidad es poco más que anecdótica. Y saldrán perjudicadas las empresas pequeñas de creación reciente y las universidades, que no cuentan con los recursos necesarios para afrontar el gasto. Esta medida, pensada para evitar que ciertas empresas hagan uso del visado para contratar inmigrantes de baja cualificación, acabará, de no corregirse, provocando la descapitalización intelectual de las universidades –consecuencia, seguramente, buscada—y dificultando el progreso de pequeñas empresas de gran potencial. Conviene recordar que un 60% de los directores ejecutivos de las grandes empresas tecnológicas proceden de otros países y, cuando emigraron, bastantes de ellos lo hicieron para incorporarse a esas empresas pequeñas o para crear las suyas propias.

Este rosario de actuaciones es una cruzada contra el conocimiento riguroso, que es el producto de las universidades y los centros de investigación. Porque lo que está ocurriendo en los EE. UU. es eso, una cruzada, una guerra cultural en la que las autoridades del país, con su presidente a la cabeza, han decidido combatir a quienes crean las nociones que contradicen su visión del mundo, la naturaleza, la sociedad y el ser humano. Y también, y no en una menor medida, porque van en contra de sus intereses y los de los sectores a los que representan.

Han decidido que la mejor manera de combatir nociones que les incomodan es actuar contra quienes las crean y contra las instituciones a las que pertenecen. También actúan contra los medios de comunicación y periodistas que no les rinden pleitesía. Ni en el terreno del conocimiento ni en el comunicativo aceptan la primacía de las pruebas y de los hechos fehacientes.

Han decidido que sus “hechos” han de ser los hechos y que sus “verdades” han de ser las verdades. Y que hechos y verdades han de obedecer a sus deseos. Y a nada más.

Todas esas actuaciones no surgen de la nada. Además, que favorezcan los intereses de los mandatarios no es motivo suficiente para que se hayan llegado a materializar. Surgen de un caldo de cultivo que propicia o facilita su realización. Son el producto del descrédito a que se ha sometido al conocimiento científico y, en general, al conocimiento experto durante las últimas décadas y, muy en especial, durante los años más duros de la incidencia de la Covid19.

Pagan ahora los estadounidenses y la ciudadanía de otros países occidentales los platos que empezaron a romper mucho antes el movimiento antivacunas, el negacionismo del cambio climático, teorías conspirativas diversas, y demás frivolidades de la posmodernidad. 

Durante años no dimos demasiada importancia a ese descrédito. En ocasiones, incluso, era motivo de chanza. No nos tomamos estas cosas con la debida seriedad. Los llamados expertos han sido tratados con desdén cuando no directamente menospreciados. Es cierto que con demasiada frecuencia se presentan como expertas personas que no lo son ni, por tanto, cuentan con las debidas credenciales, pero de esa certeza no debería haberse derivado un descrédito generalizado de los especialistas, de quienes verdaderamente saben.

Los movimientos anticientíficos a los que antes he hecho mención fueron enmiendas a los valores de la Ilustración, si bien lo fueron parciales. Pero su proliferación e intensificación condujeron a convertirlas en una enmienda a la totalidad. El trumpismo y demás tendencias populistas autoritarias son eso, una enmienda a la totalidad a la Ilustración.

Porque no es solo la primacía de las pruebas y de los hechos la que está siendo atacada. El asalto a la “fortaleza de la ciencia” no es sino una faceta más de la deriva autoritaria que sigue Occidente hoy. La libertad de expresión y el respeto a lo que es verdad son pilares básicos de la democracia. Al atacarlos se socavan sus cimientos. En efecto, los frutos más valiosos de la modernidad son cuestionados, erosionados o, directamente, atacados.

El movimiento ilustrado alumbró la ciencia y la democracia liberal. Hoy está en juego su pervivencia.