Roma se tenía a sí misma como un producto de la civilización helénica. La Eneida de Virgilio constituye la expresión épica de esa pretensión. Se trate de una creencia con fundamento o sin base alguna, en realidad, lo mismo da. Lo importante es que, para los romanos, la civilización era la griega; por esa razón se esforzaron por transmitir la idea de que ellos también formaban parte de esa tradición. Y lo cierto es que, por buenas razones, les hemos seguido el juego. Es bastante común hablar de la civilización grecolatina o de la cultura grecorromana.

Entre las clases acomodadas de Roma, era muy frecuente que los jóvenes viajasen a Grecia a imbuirse de helenismo, a asistir a academias o a aprender con alguna figura intelectual del mundo helénico. También lo era que esas mismas clases acomodadas contasen con esclavos griegos como secretarios, escribas o tutores de su prole.

El mundo griego no era en el pasado lo que hoy es Grecia. Para empezar, porque una parte importante de esa civilización se desarrolló en Jonia –en la costa de Asia Menor—, y porque los griegos extendieron su cultura, –a través, sobre todo, del comercio— por todo el Mediterráneo y, en especial, en la Magna Grecia, en el sur de Italia y Sicilia. Ejercieron una influencia cultural enorme gracias a la expansión de su lengua y a la escritura con un alfabeto que ya incluía vocales.

La Grecia Clásica era –y aún hoy sigue siendo— la fuente del conocimiento al que nos remitimos en busca de los orígenes de la civilización occidental. No quiere decir esto que todo el conocimiento provenga de las ciudades estado griegas, sino que la forma en que hoy organizamos los saberes y muchas nociones básicas de esos saberes –filosofía, matemáticas, astronomía, ciencias de la naturaleza, historia y demás— se remontan a la civilización helénica. Los pensadores jonios, los filósofos atenienses, Euclides, Hipócrates, Heródoto, y tantas otras figuras, tanto clásicas como helenísticas, han nutrido el pensamiento occidental desde la antigüedad hasta nuestros días.

Roma inició su expansión fuera de la península itálica con las guerras púnicas, que concluyeron con la destrucción de Cartago en 146 a.e.c., después de un siglo largo de confrontación entre las dos potencias del Mediterráneo.

A partir del s. II a.e.c. la civilización helénica –que solo durante un breve periodo de tiempo, bajo la égida de Filipo de Macedonia y Alejandro Magno, había adquirido unidad política—entro en declive económico, político y militar, en coincidencia con la pujanza de la república romana. Grecia fue conquistada por Roma en el año 146 a.e.c. tras la batalla de Corinto. Las legiones romanas, bajo el mando de Lucio Mumio, derrotaron a la Liga Aquea, una confederación de ciudades griegas. Corinto fue destruida, y Grecia pasó a formar parte del dominio romano como la provincia de Acaia.

Aunque Roma ya tenía influencia en la región desde antes, este hecho marcó el fin de la independencia política de las ciudades-estado griegas y el inicio de una integración más formal en el Imperio Romano. Andando el tiempo, sin embargo, la influencia cultural griega fue tan poderosa que se ha llegado a afirmar que fueron los griegos quienes conquistaron a los romanos. No es cierto, claro.

Más adelante fue el Imperio Romano el que entró en declive, un largo y lento declive, con numerosos altibajos. A partir del siglo III de nuestra era, los pueblos del norte de Europa y norte y centro de Asia empezaron a hostigar al Imperio de Occidente, hasta provocar su caída en 476, cuando el hérulo Odoacro depuso a Rómulo Augústulo. El imperio de Oriente perduró durante un milenio más, pero hubo de hacer frente durante siglos a la amenaza de los bárbaros del este, partos al principio e imperio Sasánida después. Más adelante fueron los musulmanes los que amenazaron sus fronteras. Su final se produjo en 1453, cuando Bizancio cayó en poder de los otomanos.

Los romanos no superaron a los griegos en ninguna de las disciplinas en las que aquellos destacaron –filosofía, astronomía, ciencia natural, literatura y demás—, pero crearon un código legal del que es heredero el derecho que regula nuestra convivencia, construyeron infraestructuras públicas que perduran todavía hoy, y organizaron un ejército muy poderoso.

La civilización occidental se coció a fuego lento durante la Edad Media en una Europa muy fragmentada y plagada de conflictos. Los ingredientes principales fueron la cultura grecolatina y la religión cristiana. El cristianismo proporcionó un sistema de valores y un código moral muy efectivo. Y algo quizás más importante: sus normas para evitar los emparejamientos consanguíneos y preservar el celibato del clero, generaron una prosocialidad nueva, desvinculada de la gens.

De esa forma, se difuminó la estructura social basada en los vínculos de parentesco. Los occidentales tendemos, por ese motivo, a ser individualistas e independientes, a la vez que mostramos menor conformidad y lealtad para con el grupo al que pertenecemos que los pertenecientes a otras culturas. Esa forma de prosocialidad ha favorecido la cooperación más allá del grupo familiar y, como consecuencia, el comercio a larga distancia y el capitalismo.

Europa, como Grecia, ha estado casi siempre muy fragmentada. Tan solo de forma parcial bajo Carlomagno y también en las últimas décadas gracias a la UE, ha gozado de una cierta aunque frágil unidad. Europa, como Grecia, ha erigido una obra cultural colectiva –eso a lo que denominamos ciencia los occidentales; el pensamiento racional los griegos— que ha ejercido un enorme impacto en nuestras sociedades. Europa, como Grecia, han desarrollado formas de gobierno democráticas o proto-democráticas. Los países europeos han tenido –para bien y para mal— una influencia determinante sobre gran parte del mundo, de una forma similar a como la tuvieron las ciudades estado griegas sobre la ribera mediterránea. Los emigrantes procedentes de Europa trasladaron al Nuevo Mundo eso que conocemos como civilización occidental, aunque en grados diferentes dependiendo de las áreas de procedencia de esa emigración. De forma similar a como habían hecho los griegos con su cultura cuando la expandieron por toda la cuenca mediterránea.

Roma, la república romana, emergió como una potencia económica y militar tras destruir Cartago de forma similar a como lo ha hecho Estados Unidos tras vencer a las potencias del Eje. Este país, por su parte, solo después de la II Guerra Mundial se ha convertido en una potencia cultural y científica. En cierto modo como le ocurrió a Roma tras las Guerras Púnicas.

Grecia quedó sometida a Roma, poco después de que esta destruyese Cartago. El acuerdo de Islandia entre Donald Trump y Ursula von der Leyen ha constituido, en realidad, el acta de la sumisión europea al imperio de los EE. UU.

Es muy posible que Grecia hubiese caído en poder de los partos o, quizás, más adelante, del Imperio Sasánida, de no haber sido conquistada por Roma. Creo que Europa se ha sometido a los EE. UU. porque la alternativa habría sido, antes o después, la pérdida del este de Europa a manos de Rusia.

La historia no ha terminado. La República Popular China del s. XXI quizás sea el equivalente al imperio Otomano del XV.