El mismo medio que alerta hoy acerca de la escasez de trabajadores –y cotizantes de la Seguridad Social—que habrá dentro de cinco o diez años por razones demográficas, advertía ayer de la pronta desaparición de trabajos cualificados porque los harán inteligencias artificiales.

Otro medio anticipaba una debacle en la exportación de automóviles a causa de los dichosos aranceles, para afirmar unos días después que la de coches de cierta marca había evitado la catástrofe exportadora en cuestión.

El señor Naranja sacude el tablero del comercio mundial y pone patas arriba el mundo tal y como lo habíamos conocido. Así, con esas palabras, se no dice. Mañana la vida sigue igual. Si acaso, la bolsa vuelve a subir.

Lo cierto es que la bolsa, desde la victoria del chico de Queens en las elecciones estadounidenses, va como un tiro. Se supone que es el termómetro o, quizás mejor, el barómetro de la economía, porque, al dar cuenta de la confianza de los inversores, anticipa el tiempo (económico) que se avecina.

Me dan que pensar dos asuntos. Uno es mediático. El otro, en el fondo, científico.

Vamos con el mediático. Si uno se atiene a lo que dicen los titulares de los principales medios –al menos del País Vasco—, no dejamos de perder posiciones, siempre en comparación con otros pagos y, sobre todo, con Madrid.

Hoy es la falta de inversiones extranjeras. Ayer era la actividad industrial. Mañana serán las exportaciones. Pasado mañana, la creación de empleo. Al día siguiente, la fuga de cerebros.

Cada uno de esos indicadores viene sistemáticamente acompañado de un verbo un tanto aparatoso y de dirección descendente. Debacle bursátil. Las exportaciones se hunden. Los beneficios empresariales se desploman. El comercio en declive. La afiliación a la Seguridad Social se derrumba. Las horas trabajadas caen.

Ya no bajan, se reducen, se limitan, descienden, pierden. Ninguno de esos verbos, por asépticos, sirve para expresar la crudeza de la realidad que nos atenaza. Les falta drama, intensidad.

Todo va a peor, irremediablemente. Los únicos verbos que expresan dirección ascendente ya los imaginan. Son los que dan cuenta de la variación de los precios –de la vivienda, sobre todo— y del absentismo laboral.

El País Vasco parece encontrarse inmerso en un declive continuo y, por lo que parece, irremediable. Nos espera la nada.

Expresiones lapidarias en los titulares, como las anteriores, son la antesala del augurio. En ocasiones no es necesario formularlo de modo explícito. El pronóstico catastrófico deriva de modo natural del tono del titular.

Las valoraciones ‘expertas’ de la situación de la economía de periódicos y tertulias remachan el contenido –editorializante por hiperbólico— de los titulares. Y se utilizan para predecir el futuro.

Y aquí está el otro asunto, el científico. Sí, la economía tiene algunas regularidades bien contrastadas. Y hay algunas grandes tendencias que se pueden anticipar. Ejemplo: si el Banco Central sube el precio del dinero, la inflación tiende a bajar. Pero de ahí a que se puedan hacer predicciones fiables de lo que va a suceder bajo diferentes supuestos va un largo trecho.

 “No es fácil hacer predicciones, sobre todo sobre el futuro” dejó sabiamente dicho Yogi Berra (aunque los físicos digan que lo dijo Niels Bohr, no les hagan caso, es casi seguro que el apotegma sea de Berra). Sobre todo, si esas predicciones se refieren a sistemas en los que intervienen incontables variables y en los que participa la nunca suficientemente equilibrada mente de ciertos seres humanos. El sistema económico internacional es uno de ellos.

En diciembre de 2019, superadas las peores consecuencias de las crisis de los 2009 y 2013, venían años buenos. Nos las prometíamos muy felices mientras un virus coronado se dedicaba a proliferar sin control en una región china. Tres meses después el dichoso coronavirus paró el mundo. Hagan caso a Yogi Berra.

No sé si en otras latitudes ocurre algo parecido. Pero este paisito nuestro debe de ir fatal, si hacemos caso a los titulares. Yo lo llamo síndrome de Van Gaal.