La alternancia política es hoy una posibilidad real en la Comunidad Autónoma Vasca
Antes de empezar, quiero hacer dos advertencias. La primera es que esta anotación trata de asuntos que conciernen, principalmente, a la ciudadanía de la Comunidad Autónoma Vasca; espero que me sepan disculpar quienes lean mis escritos desde fuera de este territorio. La segunda aclaración es que en este artículo reúno y retoco dos artículos que salieron publicados ayer y anteayer en los medios del Grupo Noticias.
Normalmente, para hacer cualquier valoración es preciso comparar. Las cosas no son buenas o malas, sin más precisión. Son mejores o son peores. Van mejor o van peor. Esto vale para la salud de una persona, la economía de un país, el estado de una empresa o unas elecciones. Y para comparar resultados electorales, mi indicador preferido es el porcentaje de voto que obtiene cada opción política con respecto al censo electoral total, el electorado potencial. Ni el número total de votos (porque el censo es variable), ni el porcentaje con respecto al total de los emitidos (porque la participación cambia), ni el número de escaños (porque pocos votos pueden decantar el último en ser asignado) son buenos indicadores.
Valoraré sobre esa base los resultados en la Comunidad Autónoma Vasca de las elecciones a Cortes Generales recién celebradas en el contexto de las convocatorias electorales de los últimos doce años. Antes de esos doce años el panorama electoral estaba distorsionado por la exclusión de la izquierda abertzale y creo que es un periodo suficientemente largo como para extraer conclusiones razonablemente firmes. Los datos que he utilizado los he obtenido de aquí.
La izquierda a la izquierda del PSE-EE –entenderán que la llame «La Izquierda»–, tras emerger con fuerza en 2015 –con una cantidad de votos que representaba el 19,3 % del censo–, no ha dejado de caer hasta el 7,4 % de esta convocatoria. Una parte de su potencial electorado ha podido votar ahora al PSE-EE o a EH Bildu, o se ha abstenido. Las diatribas con Unidas Podemos y unas expectativas dudosas seguramente han pesado en esas decisiones.
La Derecha –PP y demás partidos de esa parte del espectro, como VOX, Ciudadanos y UPyD–, que había venido perdiendo fuelle –del 13,7 % en 2011 hasta un 8,7 % en 2019–, ha remontado ligeramente –9,4 % ahora– probablemente como consecuencia de la gran polarización y de la campaña para echar a Sánchez del gobierno que ha mantenido su brazo mediático en los últimos meses.
El PSE-EE ha seguido subiendo, llegando al 16,8 % tras el bache de 2015 (9,1 %, debido al empuje de Podemos) y un 13,4 % en 2016. El socialista ha sido el partido ganador en la CAV, impulsado por la polarización y alimentado por antiguos votantes de La Izquierda y, seguramente, de EAJ/PNV.
Si nos atenemos a las expectativas de unos y otros, los mejores resultados en esta convocatoria han sido los de EH Bildu, aunque conviene no olvidar que el porcentaje del electorado que les ha apoyado (15,9%) es ligeramente inferior al que recibió Amaiur en 2011 (16,1%). La subida que ha experimentado la izquierda independentista ha sido consecuencia, a mi entender y sin excluir otros, de cuatro factores importantes.
Se ha implicado en la política estatal y ha comunicado muy bien las consecuencias de esa implicación. Ha hecho una oposición dura a los gobiernos forales y autonómicos liderados por EAJ/PNV en un periodo especialmente difícil (derrumbamiento del vertedero, pandemia, crisis de suministros, guerra en Ucrania, inflación), y en un contexto en el que los partidos que han hecho oposición han tenido, en general, éxito en casi toda Europa. Han sido capaces de llegar a acuerdos de país en materias de alcance estratégico, como el pacto educativo. Y han acentuado en el discurso su imagen más izquierdista a costa de un perfil soberanista menos marcado. No creo exagerar si califico estos cambios como una transición hacia el posibilismo –la realpolitik–, eso que, antaño, tan duramente le criticaba al Partido Nacionalista Vasco.
He dicho antes que en Europa la tónica general ha sido la de la victoria de la oposición, y añado: con una presencia significativa (Finlandia o Suecia) o mayoritaria (Polonia, Hungría o Italia) de la extrema derecha. El ascenso en Europa de los extremismos –de derecha, principalmente– es seguramente una consecuencia de las sucesivas grandes crisis que hemos vivido (económica a partir de 2008, y sanitaria, a partir de 2020). La excepción más cercana a la norma de la victoria de la oposición ha sido la Comunidad de Madrid; no obstante, que su presidenta –perteneciente al partido ganador (el PP)– se haya dedicado durante los últimos años a hacerle la oposición a Pedro Sánchez quizás tenga mucho que ver con ese resultado.
El Partido Nacionalista Vasco, por su parte, no ha rentabilizado en la misma medida que EH Bildu sus acuerdos con el gobierno de Sánchez. De hecho, la imagen que se ha proyectado ha sido de permanente incumplimiento o demora en su aplicación de los acuerdos con el gobierno central. Contaba mi abuelo Ignacio que en cierta ocasión un tratante de ganado le vendió una mula que no valía ni la mitad de lo que había pagado por ella. En la siguiente ocasión en que se encontraron, se quejó, haciendo ver al tratante que la mula había sido una mala compra. Este se le quedó mirando y le dijo «Ignacio, yo que tú no hablaría tan mal de la mula; así no conseguirás vendérsela a nadie a un precio razonable.» La anécdota es apócrifa, por supuesto. Mi abuelo nos la contaba para darnos, en primer lugar, una lección de humildad: hasta a él le podían engañar. Y, de paso, otra de astucia.
EAJ/PNV ha mostrado en varias ocasiones de forma muy clara su enojo con los incumplimientos de Pedro Sánchez. Ha actuado como mi abuelo nos contaba que hizo él tras comprar la mula. EH Bildu, por el contrario, lo ha hecho como aconsejaba el tratante. No creo que este haya sido un elemento clave, ni muchísimo menos, para explicar los resultados electorales, pero seguramente ha tenido su parte alícuota de incidencia. Y me ha parecido una buena metáfora para ilustrar la nueva forma de hacer política de EH Bildu y una inesperada ingenuidad por parte del Partido Nacionalista Vasco.
El partido jeltzale había venido ganando apoyo electoral hasta las elecciones forales, municipales y generales de 2019 y también hasta las autonómicas de 2016. En estas últimas le había votado un 22,3 % del censo, en consonancia con los resultados obtenidos en 2012 (21,7 %) y 2009 (22,5 %). Sin embargo, en las autonómicas de 2020 ese porcentaje bajó al 19,5 %. Puede parecer un descenso menor, pero no lo es.
Atribuí en su día ese resultado al efecto de las medidas impopulares a que obligó la situación sanitaria como consecuencia de la pandemia. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, las protestas de la hostelería y el pequeño comercio? O la irritación que causaban las limitaciones a la movilidad o los tiempos de espera para poder acudir a consultas. Mucha gente, además, ha tenido la percepción de que en ciertas áreas la gestión ha sido peor que a como estábamos acostumbrados y que no se ha actuado con la debida diligencia para corregir los problemas.
La incertidumbre y el temor que se han instalado en parte de la ciudadanía vasca han hecho el resto, lo que ha minado el apoyo al gobierno y al partido que lo lidera, a la vez que aumentaba el de su principal oponente. Esto que ha ocurrido aquí no es privativo de nuestra comunidad; como antes he señalado, en la mayor parte de Europa el electorado ha favorecido a los partidos de la oposición y castigado a los del gobierno.
La consecuencia es que la diferencia en porcentajes de voto en las recientes elecciones forales entre EAJ/PNV y EH Bildu fue de un 1,3 %, cuando la diferencia media de las anteriores elecciones a Juntas Generales había sido de 6,6 %. Y en las elecciones a Cortes Generales ha sido de 0,1 %, cuando la media de las tres convocatorias anteriores había sido de 3,2 %.
Lo que indican estos datos es que aunque en esta última convocatoria se ha visto con claridad el declive electoral de EAJ/PNV, el descenso no ha sido repentino; se había producido ya, en gran parte, en las últimas elecciones al Parlamento Vasco de 2020. En aquella ocasión la bajada no se vio con la claridad debida porque la participación fue muy baja, de poco más del 50% –ese es, precisamente, el motivo por el que prefiero guiarme por porcentajes de voto con respecto al censo–, pero una parte importante del electorado nacionalista se había dado de baja ya.
Se volvió a ver en las forales (19,4 % en 2023, frente a 20,9 % en 2019). Y en lo que a las generales se refiere, con excepción de las de 1989, EAJ/PNV ha cosechado en estas elecciones su segundo peor resultado desde la restauración de las elecciones democráticas en 1977. En 2023 ha recibido el 16 % de votos del electorado potencial, solo superior al 15,1 % en las elecciones a Cortes de 1989, las primeras tras la escisión de EA.
Si esas tendencias se mantienen en los próximos meses, en las elecciones autonómicas del próximo verano habrá una posibilidad real –aunque no tan fácil como algunos piensan– de que EH Bildu adelante al Partido Nacionalista Vasco. Digo que no será tan fácil como algunos piensan porque lo previsible es que EAJ/PNV recupere parte del voto perdido (de votantes en estas elecciones al PSE-EE, especialmente) pero también puede ocurrir que la izquierda abertzale siga su trayectoria de ascenso; de hecho, ni siquiera han alcanzado aún el techo al que llegó Amaiur en 2011, ni ese no tiene por qué ser su techo definitivo.
En contra del Partido Nacionalista pueden jugar dos factores. Uno es el nerviosismo de algunos de sus dirigentes, que pueden llevarles a cometer errores y precipitaciones en el año escaso que tenemos por delante. El otro es la posible toma de postura favorable a EH Bildu de personas que, ante un previsible ascenso de esta opción, quieran subirse a la ola y hacerse copartícipes del posible éxito. Últimamente hemos visto algunos ejemplos de ambos comportamientos.
En contra de EH Bildu pueden jugar, también, dos factores. Las buenas perspectivas pueden conducir a adoptar actitudes arrogantes y exceso de confianza; ambos rasgos suelen ser difíciles de controlar cuando sopla viento de cola. El otro factor es el previsible regreso a EAJ/PNV de los votantes que han optado ahora por el PSE-EE porque no desean que gane EH Bildu y ven a los jeltzales como la mejor alternativa para evitarlo.
De producirse el sorpasso nos encontraríamos en un contexto inédito, pero lógico y, desde un punto de vista democrático, saludable. Después de décadas de irredentismo y apoyo al terror de los predecesores del principal partido –Sortu– que conforma la coalición, EH Bildu, a pesar de los pesares –léanse esos pesares como «la renuencia a adoptar posturas éticamente más acordes con la sensibilidad mayoritaria en nuestra sociedad»– ha optado por hacer política de verdad, en Madrid, en Navarra, y en la CAV y cada de sus territorios históricos. Actuando de esa forma y valiéndose de la coyuntura que ha propiciado la pandemia y lo que ha venido después –crisis de suministros, guerra en Ucrania e inflación–, así como los problemas de gestión percibidos por el electorado, la izquierda abertzale se ha convertido en una alternativa real a la hegemonía electoral histórica de EAJ/PNV.
Hay que recordar, por último, que en la CAV nadie puede gobernar sin el concurso de un segundo partido. Se abren, por tanto, diversas posibilidades. Estaremos entonces en condiciones de aplicar lo que sostenía el filósofo austriaco Karl Popper cuando asemejaba las decisiones políticas en sistemas democráticos a las hipótesis científicas. En una democracia se aprueban las políticas públicas que decide la mayoría gobernante y la implantación de esas medidas funciona como un experimento. Si la política aplicada sale bien, se mantiene. Si sale mal, se rechaza. La alternancia y la posibilidad real de que se produzca actúan facilitando ese proceso.
Han llegado tiempos de cambio; ha llegado la posibilidad de alternancia real; ha llegado la hora de someter a contraste las políticas públicas como hasta ahora pocas veces lo habíamos hecho.
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