Faltan vocaciones hosteleras
Hoy me he encontrado con este tuit. Es de un empresario hostelero:
No es el único. Y no solo en tuiter se dicen estas cosas. También en la calle. En la radio.
Trabajé en un restaurante hace 45 años. Trabajé en la cocina de julio de 1977 a octubre de 1978. Los dos veranos lo hice a jornada completa, de 10:00h a 16:00h y de 20:00h a 24:00h, todos los días. Cuando me iba de juerga al salir de trabajar, pasaba antes por casa a las 8:00h de la mañana para darme una ducha, desayunar algo, coger el tren y plantarme en el restaurante. De octubre de 1977 a junio de 1978 trabajé los fines de semana; empezaba la tarde del viernes y hasta el domingo. Los días laborables los dedicaba a ir a clase y a estudiar.
Después de aquello tomé una decisión: salvo penuria extrema, nunca volvería a trabajar en un restaurante, ni en nada que tuviera que ver con la hostelería. He tenido la fortuna de haber podido llevar a la práctica aquel propósito.
¿A quién sorprende que no haya camareras? Dice ese hombre que hay 3 millones de parados y que no entiende cómo es posible que estén cobrando el desempleo. Merece la pena echar un ojo a las respuestas que le han dado. Quizás así y con experiencias no tan diferentes a la mía de hace 45 años se entienda que no haya gente dispuesta a dejarse las pestañas en los fogones.
Creo que en España hay muchos bares, muchos restaurantes, muchos hoteles. Demasiados. La mano de obra es muy barata y así se pueden ofrecer precios bajos. De esa forma, la gente sale más y consume más, y vienen más turistas. Sueldos bajos y condiciones laborales manifiestamente mejorables, creo que esa es la clave de una hostelería excesiva y un sector turístico muy competitivo. No es casualidad que cada vez más puestos de trabajo en el sector estén ocupados por personas de origen extranjero; son las que están dispuestas a trabajar en condiciones más penosas. Espero que me perdonen este alarde de ignorancia. No soy economista; expreso opiniones, seguramente no demasiado bien fundadas, basadas en percepciones e intuiciones.
Creo que esto no es sostenible, que es un sector sobredimensionado. Y pienso que antes o después tendrá que sufrir una reconversión. Tendrán que cerrar muchos negocios porque habrá que mejorar las condiciones laborales; eso elevará los costes, de manera que los precios subirán. Se consumirá menos; además, con una inflación disparada y sin visos de atenuarse en los próximos meses, mucha gente no dispondrá de recursos para gastarlos en copas, cenas y vermús.
Dice un amigo que sabe algo de economía -muchísimo más que yo, desde luego- que quienes inicien la transición serán los que se estrellen y que quedarán los que tengan mejores condiciones para aguantar. Nadie quiere ser el primero. Así será; supongo que así ha sido siempre que se han producido ajustes espontáneos. Es el mercado, amigos y amigas.
Para quien, como es mi caso, se lamenta de que nuestras ciudades se hayan convertido en gigantescos bares callejeros, esto no son malas noticias. Quizás de esta forma se empiecen a valorar más otras cosas. Quizás así se empiece a cuestionar de una vez por todas la conveniencia de basar el crecimiento en un sector tan devaluado, tan masificado y tan sobredimensionado.
Conste que me encantan los bares y los restaurantes; son algunas de esas cosas de la vida que por casi nada del mundo querría perder. Las tabernas, en sus diferentes variantes, son templos sociales, máxima expresión, junto a las librerías, de la civilización.
Pero que me encanten los bares y los restaurantes es una cosa, y que los bares estén sustituyendo a los negocios y tiendas familiares de nuestras calles, otra. Los pequeños comercios poco pueden hacer frente a Amazon, a las grandes superficies o a Zara, por citar solo algunos leviatanes. Los bares, sin embargo, no tienen amazones o zaras con los que competir; solo se tienen a ellos mismos.
Hablo de la hostelería pero, sobre todo, hablo de la vinculada al turismo. Hablo, por tanto, del turismo, y con el turismo, de los vuelos baratos, del urbanismo feo y feísta, del deterioro medioambiental que conlleva, de la degradación del entorno físico que provoca, de la homogeneización cultural que genera. Hablo de todo eso.
Lo lógico, por cierto, sería que dejase de ser promocionado. Aunque se me ocurre que, animadas por la patronal del ramo, las instituciones quizás opten por lanzar campañas para promover vocaciones hosteleras. Al fin y al cabo, es lo que hacen con las vocaciones científicas y de carreras STEM en general; la hostelería tiene, en la ciencia y la tecnología, un espejo en el que mirarse.
Esto puede parecer irónico; de hecho pretende serlo. Espero que me perdonen por hacer uso de un recurso que detesto. Este asunto -el de la promoción de vocaciones científicas- (también) me cabrea. Y es que no dejo de encontrar un cierto paralelismo entre la ciencia y la tecnología, por un lado, y el turismo y la hostelería, por el otro.
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