Palos de ciego al coronavirus
Miles de contagios. Cada día que pasa la cifra supera a la del anterior. Y está ocurriendo lo que aventuré hace diez días. Hay más ingresos en los hospitales y en las unidades de intensivos, sí, pero lo cierto es que, en comparación con lo vivido en anteriores fases de la pandemia, está teniendo un impacto mayor en el funcionamiento de empresas y servicios públicos que en la salud pública. No pretendo quitar importancia a sus efectos sobre la salud y la vida de las personas, porque esta sexta ola provocará más muertes, pero a expensas de lo que nos deparen las dos próximas semanas, los efectos, hasta ahora, han sido de alcance limitado.
Durante este año 2021, las olas no alteraban demasiado la marcha de las cosas, salvo por las restricciones impuestas a la hostelería, actos culturales o a la movilidad, todas ellas de menor afectación que las de 2020 gracias a la vacunación masiva de la población. Ahora se suspenden miles de vuelos, se cierran restaurantes, se limita la prestación de determinados servicios o se suspenden las vacaciones o días de permiso de parte de la plantilla, sin que se hayan establecido apenas restricciones. Y esto está pasando (en unos países) o empezando a pasar (en otros) cuando todavía Ómicron no se ha convertido en la variante dominante en muchos. Cuando eso ocurra será difícil sostener un ritmo normal de funcionamiento social, con el agravante de que, aquí al menos, ocurrirá cuando estemos recuperando la actividad normal ya entrado 2022.
La avalancha de casos hace que cada vez se procesen las muestras para pcr con más retraso. Al paso que van poco falta para que se tarde tres o cuatro días en confirmar mediante esa analítica los resultados de otros test o diagnósticos provisionales basados en síntomas. Son tiempos muy largos, tanto que los test pierden gran parte de su utilidad, porque así apenas sirven para limitar contagios.
La respuesta de las autoridades sanitarias a este estado de cosas ha consistido en implantar (o proponer) medidas ya utilizadas en el pasado, como la mascarilla en exteriores urbanos, o restricciones a la hostelería y limitaciones de aforos en actos de masas. Por otro lado, también se han modificado los protocolos. Se han acortado los tiempos de aislamiento y de cuarentena para según qué circunstancia, aunque, que se sepa, la duración de la infección no difiere entre distintas variantes (8,7 días, en promedio, para las personas vacunadas, y 2 días más para las no vacunadas).
En medio de este panorama tan acelerado y tan confuso echo de menos algo de sosiego. Hay mucha crispación y nerviosismo, y mucho desconcierto. Esta situación nos ha cogido a contrapié. Cuando pensábamos que las cosas se irían normalizando progresivamente, la confluencia de las fiestas navideñas (y celebraciones prenavideñas), la emergencia de una nueva variante -al parecer hipercontagiosa-, y el cansancio y, en algunos casos, relajación del personal, nos han colocado en una situación muy difícil de gestionar.
Todos parecemos saber qué es lo mejor, lo más efectivo. Y caemos con facilidad en el vicio de atribuir a quienes han de tomar las decisiones, incompetencia, insensibilidad y hasta mala fe, según los casos. La situación se presta, además, a ser utilizada como arma arrojadiza en la refriega política.
Hay países en los que la incidencia de la pandemia ha empezado a bajar. En Sudáfrica, donde emergió Ómicron, al parecer lo hace porque un porcentaje alto de la población ya ha pasado la covid y al virus le van quedando menos víctimas a las que atacar. Eso es buena señal, querría decir que induce inmunidad. En otros países, como Alemania, lo más probable es que los descensos se deban al efecto de las restricciones establecidas. Israel, por su parte, valora la posibilidad de dar vía libre a los contagios masivos para inmunizar cuanto antes a su población (esto está relacionado con algo de lo que me ocuparé hacia el final de esta anotación).
Aquí, de momento, no parece que la curva vaya a invertir su tendencia en los próximos días y si tenemos en cuenta el altísimo ritmo de crecimiento de contagios, en pocos días serán millones las personas contagiadas por Ómicron.
Antes de comenzar la crisis navideña en España se habían registrado oficialmente unos 130000 contagios por millón de habitantes. A tenor de lo que indicaron los datos de seroprevalencia, es muy posible que en la primera ola se llegasen a contagiar unas 100000 personas por millón sin que la mayoría figurasen como contagiadas oficiales. Así pues, es razonable pensar que del orden de un 25% de la población ya se ha contagiado. Por otro lado, un 81% ha recibido la pauta completa de vacunación. Sabemos que las personas vacunadas se pueden contagiar, aunque lo hacen en menor medida que las no vacunadas. Y también que en muchos casos las personas vacunadas y las inmunizadas por contagio son las mismas. Pero se puede suponer que el gado de protección de la población es relativamente alto.
En mi opinión, la principal incógnita, en este momento es el número de personas que se han contagiado en las dos últimas olas, quinta y sexta, de las que no se tiene constancia por haber sido asintomáticas. En esta sexta ola son probablemente muchas. El pasado mes de julio, el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, José Manuel Bautista (@1000genes), apuntaba una ingeniosa hipótesis para explicar por qué han aumentado los casos de covid conforme progresaba la vacunación.
Según él, la vacunación ha provocado un aumento considerable en la proporción de contagios asintomáticos. Al no presentar síntomas y, por tanto, no ser detectadas, las personas con esa condición se convierten automáticamente en fuente de muchos contagios, puesto que no se aíslan ni hacen cuarentenas. Se produce, según sus propias palabras, una importante transmisión imperceptible. Me permito añadir a su argumento, que también en escolares sin vacunar ha podido ocurrir lo mismo, sobre todo desde que, al decaer el estado de alarma, quedaron sin efecto todas o la mayoría de las restricciones.
Lo más interesante de la conjetura del profesor Bautista, es que un estudio cuyas conclusiones se acaban de dar a conocer apunta a que la variante Ómicron eleva considerablemente la proporción de personas infectadas que son asintomáticas. El estudio no ha pasado aún la revisión por pares, pero tiene toda la lógica. Y, de hecho, respaldaría su opinión.
Si esa interpretación es correcta, sus implicaciones son muy importantes. Por un lado, podría ser que parte de su mayor transmisibilidad y el carácter explosivo de la progresión de la pandemia se deba, precisamente, a que hay muchos más agentes contagiosos que los que parece haber. Pasan desapercibidos pero ahí están. Por otro lado, a día de hoy no sabemos cuántas personas cuentan ya con algún grado de protección inmunitaria, pero podrían ser realmente muchas, sobre todo si se confirma que el contagio por Ómicron protege frente a otras variantes. Podrían ser tantas que la incidencia de covid severa en las próximas semanas se mantenga en niveles relativamente bajos; pero también podría no ser así. Y ese es el problema, que a día de hoy eso no se sabe; yo, desde luego, no lo sé.
Es muy difícil tomar decisiones acertadas sin tener estimaciones relativamente precisas de esas variables. Por eso creo que sería muy conveniente desviar parte de los recursos analíticos a muestreos aleatorios en la población para evaluar en diferentes momentos el número de personas que están contagiadas y estimar así cuántas son las que han pasado desapercibidas para el sistema de rastreo. Teniendo en cuenta, además, la alta tasa de positividad que se está produciendo en este momento, es posible que ese número sea muy alto. Esas cifras permitirían tomar decisiones mejor fundadas. Y no requerirían un esfuerzo demasiado grande.
No creo que tenga sentido seguir haciendo pcr-s a personas que ya han dado positivo en test de antígenos o en personas que han dado negativo y no tienen síntomas. Sí, se perdería algún caso, pero en este momento, tal y como están las cosas, la información relativa a la verdadera incidencia de los contagios en cada momento es demasiado valiosa como para no intentar obtenerla. Solo con esa información se puede aventurar de forma mínimamente fiable la evolución de los contagios; y sin esas predicciones, no se podrán tomar decisiones racionales. La forma en que se están tomando decisiones ahora, sin tener una idea cabal de cuál es el grado real de extensión de la pandemia es lo más parecido que se me ocurre a dar palos de ciego.
Hace falta sosiego. Hace falta pensar con tranquilidad. Hace falta darle muchas vueltas a las cosas. Y consultar a quienes saben.
Nota añadida el 2 de marzo de 2022:
Hoy se ha hecho público un informe del CDC estadounidense, según el cual, a partir de análisis serológicos se ha estimado que 140 millones norteamericanos se han contagiado con sars-cov2, el doble de la cifra oficial de contagios. Muchas personas de aquel país o no se han enterado de que se habían contagiado o, de haberse dado cuenta de que podía ser así, no han informado de su situación. No sería nada sorprendente que entre nosotros hubiera ocurrido algo similar.
Nota final:
No sé prácticamente nada de virus ni de pandemias, por lo que es perfectamente posible que haya dicho alguna tontería en estas líneas. Si así fuera, agradeceré las correspondientes observaciones en forma de comentarios. Esto es una conjetura que ha visto la luz, como las demás, para ser refutada, si es el caso. Y también es posible que haya elementos que no haya tenido en cuenta. Agradeceré cualquier observación al respecto.
2 Comentarios En "Palos de ciego al coronavirus"