Conjeturas


Covid-19La vida

Nos acabarán expulsando del mundo

2021-06-04 4 Comentarios

La pandemia nos ha convertido en usuarios intensivos de herramientas digitales. Porque ahorcan a la fuerza.

No es de ahora, claro. Ya llevábamos unos años transitando desde el mundo “cara a cara” hacia el mundo “mano a teclado” o “cara a pantalla”. Pero la pandemia lo ha acelerado, mucho. Tanto que algunos no podemos seguir el ritmo. Así de triste. Mi experiencia no puede ser más penosa.

Aborrezco los formularios de internet. Me enciende no entender lo que, según el criterio del diseñador o del informático de turno, es fácil, evidentemente fácil. Pero las más de las veces me resultan ininteligibles los mensajes, textos, cuadros de diálogo y artefactos informáticos similares con los que se encuentra uno para hacer cosas tan tontas en apariencia como comprar un billete de tren.

En su género, solo hay algo peor que la burocracia: la burocracia digital. Hace más de un lustro me propuse solicitar financiación a una entidad pública de la administración central. Tras una hora combatiendo a brazo partido con la aplicación, me di por derrotado. No lo he vuelto a intentar.

He renunciado, incluso, a solicitar un complemento salarial solo por no tener que pelear con la bestia. He vivido infinidad de episodios de frustración, enfado y tristeza de ese género. Es lamentable. Me doy pena. Y no lo digo con ironía.

Y llegó la pandemia. Todos nos pusimos a hacer cosas por la internet.

Desde que el 14 de marzo de 2020 se apagó el mundo en el que vivo, no he dejado de sufrir como un perro dando clase. Nunca me había pasado. Lo normal es que disfrute en el aula. Pero no este último año.

Primero fue la docencia a un grupo de estudiantes de cuarto de Biología. En todo un cuatrimestre no dejé de sentirme ridículo hablando a la pantallita de mi portátil desde casa. Luego llegó septiembre y como tenía 98 estudiantes en una asignatura contenedor, impartía en el aula a los de Biología las semanas pares, mientras los de Bioquímica y Biotecnología atendían desde casa. Las semanas impares se cambiaban. Digo que atendían desde casa, pero es un supuesto que, por mi falta de destreza, no sé si se cumplía a diario. Además. Tampoco los veía. Y de enero a mayo, con otro grupo de estudiantes de 3º de Biología, la experiencia ha sido similar. Un sufrimiento.

Llevo semanas intentando habilitar la firma digital para poder rubricar documentos desde lejos. Imposible.

La Hacienda Foral de mi territorio, Bizkaia, me ha sometido a una dura prueba de la que, contra todo pronóstico, creo haber salido indemne. Me envió una carta con instrucciones y claves para rematar la declaración del IRPF de 2020 que había tenido la gentileza de elaborar por mí. El problema es que, al principio, no fui capaz de cumplimentarla en el formulario electrónico porque, al parecer, había un error. Quiero decir que, sin llegar a hacer nada de nada, la pantallita me advertía de que en la declaración había un error. No se trataba de un error que hubiese cometido yo, sino que ya estaba en la propuesta foral. Intenté contactar por teléfono, pero tardé semanas en tener éxito. Cuando lo conseguí, la amable funcionaria me pidió que esperase mientras hacía la debida consulta; nunca más se supo. Me di por vencido. Empecé a retocar cosas al azar y, sin acabar de entender como ni por qué, el error despareció y, no solo eso, resultó que la cantidad a pagar era inferior a la estimación que había hecho el Leviatán por su cuenta. Todo esto es un arcano: no sé por qué ocurrieron esas cosas.

La Hacienda Foral me da miedo. Seguramente es porque lo sabe todo sobre mí. O quizás es un miedo irracional, injustificado. El caso es que me lo da. Y no poco. La tele-declaración no ha hecho sino agrandarlo.

El Leviatán es, de suyo, monstruoso, pero cuando transmuta a Leviatán digital el miedo deviene terror.

En marzo de 2020, cuando se cerró el mundo, todos entendimos que las restricciones a la actividad bancaria de cara al público eran lógicas y necesarias. Pero, de la misma forma, también pensamos que, poco a poco, al mejorar la situación, los bancos volverían a prestar el servicio como lo venían haciendo antes de los virus. Eso pensábamos.

No todos los bancos han actuado de la misma forma. En mi entorno, Caja Laboral mantiene una actividad de cara al público similar a la de hace dos años o, al menos, a mí así me lo parece. Kutxabank, sin embargo, quizás por ser el banco público vasco, solo conserva una única ventanilla abierta al público en una zona habitada por no menos de 20000 personas, quizás 25000. En la misma zona en la que hace unos años había tres o cuatro sucursales con varias ventanillas cada una, después de cerrar dos sucursales y quitar de una de ellas ese servicio, solo ha dejado una abierta. Y tiene un puesto de atención en ventanilla.

Dan pena las colas que se forman desde las 7:30h y 8:00h de la mañana ciertos días de la semana en esa sucursal. Alguien me ha dicho que son los días de cobro de los pensionistas. Pero los comerciantes también lo sufren: necesitan cambios. Ya puede llover, hacer un frío del demonio o un calor abrasador, la cola en plena calle puede llegar a congregar cerca de 20 personas, la mayor parte de cierta edad. Unos cuantos, octogenarios.

Que nos instalemos la app, que es fácil, dicen, la app.

Estos son ejemplos de experiencias que me ha tocado sufrir y que recuerdo hoy. Algunas han sido y son inevitables. Muy pocas, por cierto, porque para ciertas entidades ha sido más cómodo recurrir a la internet a destajo que habilitar otras posibilidades.

Creo que la Hacienda Foral vizcaína ha intentado mejorar el servicio (el trato que dispensa el Departamento de Acción Social de la misma institución es impecable y las gestiones para el reconocimiento del grado de dependencia de mi anciano padre, han sido sencillas y fluidas) y no le ha acabado de funcionar. Optimismo digital, quizás.

Pero lo que están haciendo algunos bancos y Kutxabank en particular, es otro nivel.

Esa digitalización, que de forma tan ufana promueven y predican algunos, va a proseguir, caiga quien caiga. Y eso, para los inútiles digitales como yo, es un verdadero drama. Hace unos días me llegó un mensaje de alguna oscura instancia universitaria, en el que se nos advertía de que, en adelante, determinadas gestiones solo se podrían firmar de forma digital. Me eché a temblar.

Y no, por favor, que nadie me diga que es fácil, que es una tontería, que te lo enseño en cinco minutos….   No, no soy un emigrante digital. Soy un inútil digital. Solo aspiro a que en el mundo haya alternativas para que los miles de inútiles digitales dejemos de sufrir las consecuencias de algo que, mucho me temo, nos acabará expulsando del mundo.



4 Comentarios En "Nos acabarán expulsando del mundo"

  1. Manolintxu
    2021-06-05 Responder

    Si a mi edad me tengo que instalar la app y comprarme una bicicleta, igual me voy voluntario a Vista Alegre. No, a la plaza de toros no. Al hilherria. O me entra la risa.

  2. Patxi Dieguez
    2021-06-05 Responder

    Perdóneme la puntilla pero eso de que Kutxabank es un banco público vasco es algo que dejo de serlo desde que en 2013 se fusionaron la tres cajas de la CAV. Y no vea como funciona como banco privado: si es cliente ya lo conocerá: unas comisiones abusivas que te cagas, al mejor estilo (mafioso) del BBVA en sus mejores años.

  3. PJ
    2022-01-29 Responder

    De esto como en todo hay que preguntarse ¿Y a quien beneficia que sepas hacer GESTIONES como la declaración de la renta o del IVA?..... Exacto, a los que llevan toda la vida viviendo de hacer esas GESTIONES y a los que tenemos que ir para que nos lo resuelva. ¿Clientelismo? ¿Amiguismo?

  4. Bárbara
    2022-01-29 Responder

    De acuerdo en todo, excepto en lo de la caja laboral, están como kutxabank hace 2 años, intentando poner trabas al "cliente" para que no aparezca por la oficina. Necesitamos otra palabra para "cliente"; si es por obligación, con sentimiento de maltrato, con sensación de tener que adecuarte tú a sus necesidades y no al revés, cuando los servicios te los cambian sin pedirlo y mediante información liosa y poca clara... Yo no soy una clienta... soy otra cosa.


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