Conjeturas


Sociedad

Una tragedia de los comunes algo especial

2020-11-29 1 Comentario

Ya me referí aquí en el mes de abril, en pleno confinamiento, a los efectos de la pandemia sobre nuestro comportamiento, sobre si saca lo mejor o lo peor de las personas. Vuelvo a ese asunto, porque tiene más enjundia que la que en su día le atribuí, y porque en mis últimas lecturas me he encontrado con algunas ideas de interés.

El pasado mes de junio Iván Orio me hizo una entrevista para El Correo cuyo titular fue “En las crisis somos más colaborativos, surge una especie de instinto de conservación grupal”, extraído de una de las respuestas que di a sus preguntas. Había llegado a esa conclusión a partir de mis lecturas de años anteriores sobre evolución cultural y sobre la génesis de los comportamientos altruistas y, en general, prosociales, por su efecto aglutinador de las comunidades. Y lo había reafirmado unas semanas antes, leyendo Humankind-A Hopeful History, de Rutger Bregman.

El ensayo de Bregman, aunque tiene algunas ideas (a mi entender) más que discutibles, me sirvió para cuestionar algunas nociones muy extendidas según las cuales los seres humanos somos esencialmente egoístas y capaces de las mayores villanías. En concreto, me resultaron muy reveladores los relatos acerca de la reacción que mostraron los londinenses frente a los bombardeos alemanes en la II Guerra Mundial y los habitantes de Dresde frente al que sometió la aviación aliada a esa ciudad alemana. En ambos casos, los habitantes de las ciudades atacadas, lejos de caer en un sálvese quien pueda, reaccionaron con civismo, sin que los bombardeos consiguiesen sembrar el caos social que pretendían sus perpetradores.

Leo estos días The Weirdest People in the World, un ensayo del antropólogo Joseph Henrich, en el que defiende una teoría, basada en sus investigaciones de los últimos años, acerca de la extraña psicología de los occidentales y las causas de su prosperidad. Dice Henrich que cuando una población o una sociedad se ve afectada por un conflicto bélico, aumenta la intensidad de los comportamientos prosociales (confianza, altruismo,…) para con los miembros de la propia comunidad, a la vez que disminuye para con los extraños. También se intensifica el deseo, por parte de los miembros de la comunidad, de castigar a quienes incumplen las normas. Ocurre lo mismo cuando se ve expuesta a catástrofes naturales y cuando sufre los efectos de una pandemia. De hecho, el fenómeno en cuestión se produjo también durante los episodios de peste negra en la Europa de la Baja Edad Media.

Además de una prosocialidad más intensa, guerras, catástrofes naturales y epidemias conducen a un aumento de la religiosidad y la participación en los ritos religiosos. Por una parte, es posible que quienes creen en una divinidad a la que se atribuye gran poder tengan, bajo esas circunstancias, una mayor tendencia a recabar su protección. Y por la otra, y quizás de mayor importancia que la motivación anterior, los ritos religiosos, por su carácter colectivo, son potentes factores de cohesión social y de identificación con la comunidad. Por lo tanto, una mayor participación en ellos formaría parte de ese comportamiento más prosocial a que me he referido antes.

Dada la naturaleza de las medidas implantadas para frenar la expansión de la pandemia, la participación en ritos religiosos se ha visto en esta ocasión muy limitada o, incluso, suprimida. Y lo mismo se puede decir de ritos comunitarios de otra naturaleza, como la asistencia a grandes espectáculos deportivos, actuaciones de grupos e intérpretes de moda, manifestaciones políticas y otras. Sería interesante estudiar las consecuencias de la privación de rituales sobre esa parte de la población que participa con frecuencia en unos u otros ritos.

Hay quienes atribuyen al comportamiento despreocupado, egoísta o insolidario de muchos de nuestros conciudadanos la segunda ola de la pandemia o, incluso, la próxima tercera ola que previsiblemente llegue tras las fiestas navideñas. De ser una atribución fundada, cabría pensar que lo dicho en los párrafos anteriores carece de fundamento y que, en realidad, no se ha producido una intensificación de la cooperación social y de los comportamientos altruistas. Creo, sin embargo, que no es una atribución fundada, porque tengo la impresión de que la mayor parte de la gente cumple las normas implantadas para limitar la expansión de la pandemia.

Entonces, si eso es así ¿cómo se explica que durante octubre y primera mitad de noviembre se produjese una subida tan acusada de la incidencia de la covid-19 en toda Europa?

Creo que la respuesta tiene que ver con dos factores. Por un lado, hay actividades que, por ser necesarias, no se dejan de realizar y en las que se dan condiciones que facilitan los contagios. Y por otro lado, porque hay un porcentaje, creo que pequeño, de personas que, efectivamente, no respetan las normas e incurren en comportamientos de riesgo con más frecuencia que el resto (y digo «con más frecuencia» porque, ojo, casi todos, en alguna ocasión, lo hacemos). Por lo tanto, en todo momento hay alguna gente que, por necesidad o por irresponsabilidad, se encuentran en condiciones de contagiar o ser contagiados, ayudando al virus a multiplicarse y correr.

Lo anterior se ve agravado por dos características de la infección por este coronavirus que lo hacen particularmente insidioso. Una es que se transmite con facilidad desde uno o dos días antes de que aparezcan los primeros síntomas en las personas contagiadas. Y la segunda es que, aunque la mayoría de los contagiados no transmiten el virus, hay algunas personas que contagian a muchas, bien porque incurren con frecuencia en comportamientos de riesgo o por verse expuestos a condiciones que lo propician a causa de su trabajo.

Sabemos que el contagio de esta enfermedad no se produce de forma uniforme u homogénea en la población, sino de un modo muy azaroso y desequilibrado. En Hubei (China), durante las primeras semanas de la pandemia, el 80% de las personas contagiadas lo habían sido por un 15% de los infectados con SARS-Cov2. Este desequilibrio se ha observado en más ocasiones, pero lo más reciente lo he leído aquí. Esto es especialmente dañino porque hace más imprevisible de lo normal la progresión de la pandemia y porque dificulta mucho el seguimiento de los contactos. Si la mayor parte de quienes se contagian no transmiten el virus a nadie o a casi nadie, todo el esfuerzo que se hace en su seguimiento resulta inútil o casi inútil, mientras que quienes contagian a la mayoría pueden resultar difíciles de detectar.

Si esta interpretación del fenómeno en su conjunto es correcta, nos encontramos ante un caso de tragedia de los comunes (tragedia de los bienes comunales, en español) de características especiales.

La tragedia de los comunes es la pérdida o deterioro de un bien común que se produce cuando varios miembros del colectivo que usufructúa o se beneficia de ese bien lo hace sin tener en cuenta a los demás miembros o a sus descendientes, los miembros futuros del colectivo. Ejemplos de tragedia de los comunes son la sobreexplotación de prados comunales, la sobrepesca en aguas internacionales o el deterioro de la calidad ambiental debida a la utilización de ciertos recursos.

La covid-19 ha provocado una gran crisis de salud pública. Como el adjetivo indica, la salud puesta en peligro por el SARS-Cov2 es un bien público. Se encuentra expuesta, por ello, a amenazas similares a las que se ciernen sobre otros bienes públicos. Y es susceptible de sufrir una tragedia de los comunes. Pero sería una de un carácter algo especial, como antes he dicho, porque no sería provocada por una proporción alta de los miembros de la población sino por un porcentaje relativamente pequeño. Y de esa forma, dos tipos de comportamiento aparentemente incompatibles entre sí se estarían produciendo a un tiempo: el colaborativo (prosocial) de la mayoría y los de riesgo, por necesidad o por irresponsabilidad, de una minoría.

Los comportamientos de riesgo, tanto si son producto de situaciones difíciles de evitar como si tienen su origen en actitudes irresponsables, solo se pueden contrarrestar de dos formas, una es la limitación de la movilidad y actividades económicas y sociales, la otra es la pedagogía social (más sobre medidas que funcionan frente a la covid-19, aquí). Seguramente ambas son necesarias, pero dado que la pedagogía no produce los daños colaterales tan graves que producen las restricciones, debería hacerse el máximo esfuerzo posible en esa dirección. Hace falta explicar y hacerlo de forma insistente en qué consiste el problema y qué es lo que se persigue con cada una de las medidas que se implanta.

Quiero pensar que cuantas más y mejores explicaciones se den, mejores resultados se obtendrán. Nunca antes había percibido con tanta claridad la importancia y beneficios que se pueden derivar de buenas campañas de comunicación y formación como herramientas al servicio de un bien tan esencial como la salud.



1 Comentario En "Una tragedia de los comunes algo especial"

  1. Estoy muy de acuerdo con tu análisis y propuestas, Juan Ignacio. Me pregunto, en tu línea, si habría alguna forma de activar "el común", relativo al encuentro de las personas en actividades sociales, tendentes a reforzar el apoyo mutuo para incrementar el autocontrol y reforzar lazos sociales y la posición individual contra el virus; claro está, al tiempo que se hace manteniendo las oportunas medidas anti contagio...