Libertad condicional
Llevamos ya unos días –no recuerdo cuántos son- de libertad; de cierta libertad, para ser precisos, porque no podemos ir a donde queramos. Podemos salir a cualquier hora, viajar por nuestro territorio (a los efectos, provincia) y, esta semana, hasta hemos podido sentarnos en dos o tres ocasiones en la terraza de nuestro local pub. Pero a pesar de mi natural optimista, lo que veo en la calle me preocupa. Me da miedo la actitud que detecto en la mayor parte de convecinos con los que me cruzo o a los que veo en la calle. Quizás no sean, precisamente, los más prudentes; quizás los temerosos ni siquiera salgan de sus casas. Pero los que nos encontramos en nuestros paseos matutino y vespertino exhiben, de forma mayoritaria, un comportamiento imprudente; diría, incluso, que temerario, una actitud que se acentúa con el paso de los días.
Muy poca gente mantiene la distancia, tampoco cuando se encuentran cara a cara. Menos aún en las terrazas, donde se aglomeran jóvenes y mayores sin tomar ninguna precaución. Al principio, las terrazas mantenían la distancia entre mesas y eso limitaba su número; ahora son excepción las de mesas separadas. Lo que en pleno confinamiento era precaución, rayana, a veces, en la obsesión, se ha convertido en temeridad. La afluencia a playas y zonas de esparcimiento que hemos visto estos días refleja la misma actitud imprudente.
La gente le ha perdido el miedo al virus. A la vista de las tendencias de contagios, hospitalizaciones y fallecimientos por covid19, y de la constatación de que solo un 5% ha sido contagiado en el algún momento en los tres meses transcurridos desde finales de febrero, la gente es consciente de que la probabilidad de contagiarse es baja. Según bulos difundidos por uatsap la pandemia se disipará en las próximas semanas.
Las circunstancias que favorecen la propagación del virus son los espacios cerrados, mal ventilados, en los que hay mucha gente. Y también los lugares en los que se producen aglomeraciones. Esas son las condiciones que se dan en residencias de mayores (en Euskadi un tercio de las muertes se ha producido en estas residencias y en otras comunidades autónomas ese porcentaje seguramente es similar) y en hospitales, donde, además, hay áreas con muchos enfermos de covid19 y, por lo tanto, muchos virus en el ambiente.
Considerados en conjunto, probablemente la mitad de los contagios en España se han producido en residencias y hospitales. Los hogares también son focos de contagio importantes, porque allí donde vive una persona infectada puede transmitir con facilidad el virus a quienes viven con ella. Es muy probable que ocurra en la fase anterior a la aparición de síntomas o por personas contagiadas que no llegan casi ni a enterarse de que lo están. En China, la mayoría de los contagios se han producido en los hogares, seguidos de los ocurridos en el transporte público. En todos esos casos confluyen las circunstancias citadas.
¿Quiere decir lo anterior que fuera de esos lugares el riesgo es despreciable? En absoluto. Antonio Martínez Ron ha publicado estos días un artículo que animo a leer. Trata de las peculiaridades de la expansión del SARS-CoV2 y de la importancia de ciertos eventos de superdispersión. El epidemiólogo Adam Kucharski, de la London School of Hygiene & Tropical Medicine, uno de los mayores especialistas en epidemias y autor de The Rules of Contagion, explicaba en un hilo breve en tuiter algunas peculiaridades del brote y expansión del virus en los Estados Unidos, peculiaridades extrapolables a otros lugares:
El epidemiólogo indica que la aparición de nuevos brotes y la expansión del virus no se producen de una forma continua o uniforme, sino que tiene un cierto carácter caótico, aleatorio, como chispas que a veces prenden y a veces no. Puede ocurrir que varias personas contagiadas no transmitan el virus a nadie o lo hagan solo a una persona, pero otros lo contagien a muchas. Se ha utilizado, para denominar a estos últimos, el término “supercontagiadores”. Yo prefiero recurrir a la expresión «eventos de superdispersión». Son contagios que se producen en un acto en el que participan grupos de personas; pueden ser celebraciones, como funerales, ceremonias religiosas, juergas nocturnas, despedidas de trabajo, reuniones de cuadrillas o hasta ensayos o actuaciones del coro. Son reuniones en las que hay contacto físico o, sin llegar a haberlo, cantan o unos se hablan en voz a alta a los otros cara a cara, incluso aunque mantengan una cierta distancia. En esas circunstancias, una persona contagiada puede emitir a la atmósfera, simplemente hablando, numerosísimas partículas virales, y hacerlo a una distancia tal, que propicien el contagio.
Por esa razón es muy importante evitar las situaciones en las que la gente se abraza, se palmea, se besa, habla en voz alta cara a cara y sin mascarilla, canta en grupo, se habla al oído, etc. En resumen, aparte de los lugares cerrados antes dichos, los entornos de cuadrillas, sociedades, txokos, clubs sociales, y hasta las terrazas o espacios al aire libre en los que se produzcan esas prácticas, que son de riesgo, la probabilidad de contagio es alta. Ciertamente la probabilidad es nula si no hay ningún contagiado en el grupo, pero eso nadie puede saberlo. Es cierto, también, que la probabilidad de que haya alguien contagiado es muy baja, pero no es nula. Y, por lo tanto, si esos eventos susceptibles de provocar una superpropagación se repiten sin medida, el contagio múltiple se producirá con toda seguridad, antes o después.
Por lo tanto, si queremos evitar retrocesos en la vuelta a una vida de libertad y de cierta seguridad, es preciso actuar con responsabilidad. Y en lo que a esta actitud se refiere, hay tres niveles, ninguno de los cuales ha de descuidarse.
Un nivel es el de la responsabilidad individual. Es necesario ser conscientes de que el incumplimiento de las normas de higiene, protección y distancia física conducirá, de manera inexorable, a nuevos episodios, que pueden, a su vez, reactivar la pandemia hasta niveles que obliguen a nuevas restricciones de movilidad y actividad.
Muchos piensan que los incumplimientos se producen por comodidad, egoísmo o falta de respeto a los demás. Nadie es perfecto (que se lo digan a Jerry) y es fácil engañarse a uno mismo convenciéndose de que no hace daño a nadie al reunirse con los amigos en una francachela o cuando se acalora en una discusión, máxime cuando vemos en la televisión o en la prensa que cada vez hay menos contagios, hospitalizaciones y muertes. Pero lo cierto es que la gente tiende a comportarse con civismo cuando se les recuerda con claridad que ciertas prácticas entrañan riesgo y que ese riesgo, aunque no lo corran ellos directamente, puede acabar provocando un daño social enorme, tanto por las vidas que pueden perderse como por el deterioro económico que se puede derivar de nuevas restricciones.
La consideración anterior nos conduce al terreno de las responsabilidades institucionales en lo relativo al comportamiento de los ciudadanos. Es el segundo de los tres niveles a que aludía antes. A las instituciones compete la labor, principalmente educativa y persuasiva, de recordar a la ciudadanía que esta crisis no ha terminado, que seguimos estando en situación de alto riesgo, y que las normas deben cumplirse. En mi pueblo el ayuntamiento ha colocado carteles con instrucciones en la calle y en el mercado. Aplaudo la iniciativa, pero no debe quedarse ahí. Esos carteles deben estar en todas partes. Dan Ariely sostiene que es importante dar a la gente instrucciones claras; será así más fácil que las cumpla. Y tal y como leí en uno de sus libros, si vemos textos que nos recuerden nuestras obligaciones, es más probable que las cumplamos. Se reduce así la probabilidad de que el autoengaño encuentre coartada en el desconocimiento o la mala memoria. En otras palabras, si se nos recuerdan las normas una y otra vez, es más difícil que nos engañemos a nosotros mismos. Podremos seguir sin cumplirlas, pero lo haremos con plena (in)consciencia.
En este nivel de responsabilidad institucional hay un escalón adicional. Es posible que la pedagogía en soporte escrito no sea la más eficaz. Pues bien, las instituciones públicas cuentan con empleados, -me refiero a los policías-, que bien pueden advertir de los incumplimientos a quien incurre en ellos, incluidos los dueños de los establecimientos que no respetan las normas de aforo. Es más, la sola presencia de la policía puede ser razón suficiente para refrescar la memoria de los olvidadizos. A lo largo de estas dos semanas de paseos no he visto a ningún agente fuera de su automóvil merodeando por las terrazas, aunque me consta que en alguna ocasión han salido. Y en alguna de ellas, su actuación ha sido providencial. No descarto las sanciones, por supuesto, pero creo que no son necesarias; el mero recordatorio o advertencia pueden obrar, si no milagros, sí efectos. Insisto: esto es responsabilidad institucional; lo que está en juego es demasiado importante como para inhibirse.
Hay más responsabilidades institucionales, aunque estas exceden el nivel municipal. Por un lado, es esencial que se expongan bien, con claridad y orden las medidas que se van adoptando. Los mensajes no pueden ser tan confusos que alguien de inteligencia media, como quien suscribe, tarde en comprender qué puede y qué no puede o debe hacer. Y han de explicarse también las razones de esas medidas. Muchos no entienden, por ejemplo, que se pudiera ir a las terrazas y no se pudiera hacer otras cosas de índole recreativa de riesgo equivalente. Y sin embargo, esa aparente contradicción tiene su razón de ser: dadas dos actividades de riesgo semejante, se han priorizado aquellas que facilitan la reactivación del consumo. No se escandalice nadie: hay puestos de trabajo directos en juego, ingresos para las arcas públicas de las que dependen otros puestos de trabajo, y hasta las pensiones del futuro. Así pues: explíquense las decisiones. Cuando se explican las cosas, mucha gente las entiende, y lo que se entiende se cumple de mejor grado, aunque no guste.
Por último, hay otro nivel de responsabilidades, el tercero en la escala que he citado antes. Las anteriores eran personales o, si institucionales, se referían a asuntos relativos al comportamiento de los individuos, a la forma en que las instituciones pueden influir en ellos, y a la medida en que los incumplimientos pueden ser evitados gracias a la intervención institucional. Las de este tercer nivel se refieren, exclusivamente, al ámbito institucional. Me refiero a las de control del curso de la pandemia.
En lo sucesivo, los poderes públicos han de garantizar (utilizo el término con plena consciencia) que cada caso de covid19 detectado es seguido del consiguiente rastreo de contactos, identificación de contagiados mediante análisis de ARN viral (pruebas PCR) y trazado de la cadena o red de contagios. Hay que cortar de raíz los nuevos brotes que se produzcan. No todos los contagios serán comunitarios. Es inevitable que se importen casos de otros países, pero es esencial identificar y romper las redes de contagio. Y, a la vez, el sistema de salud, que por tantas dificultades ha pasado en los meses anteriores, ha de contar con los medios adecuados para hacer frente a nuevas oleadas; hablo de protección, y de formación del personal sanitario. Esto es esencial, y no es responsabilidad de los individuos, sino de las autoridades.
Solo cumpliendo esas normas se conseguirá limitar los contagios, evitando las restricciones al movimiento y la actividad, ganando tiempo de ese modo para posponer contagios hasta contar con vacunas o tratamientos eficaces.
En lo anterior, he tratado de diferenciar niveles individuales e institucionales de responsabilidad. Ni los individuos debemos hacer recaer en las instituciones toda la responsabilidad, ni estas han de hacer lo propio con los individuos. Cada nivel ha de ejercer la parte que le corresponde.
Disfrutamos de una cierta libertad, pero no es completa. Además, sobre nosotros pende la amenaza de nuevas restricciones. Que la acabemos recobrando en su integridad o no depende del comportamiento de todos, personas e instituciones. Es muy importante recordarlo: no disfrutamos de libertad plena, nos encontramos en libertad condicional.
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