Metáforas
John Higgs, en Stranger than We Can Imagine: Making Sense of the Twentieth Century (2015), pone en relación fenómenos aparentemente inconexos. Según su tesis, la Teoría de la Relatividad supuso una revolución intelectual de tal carácter que afectó de manera profunda al conjunto del pensamiento y la creación a lo largo de todo el siglo XX. Vincula de esa forma, ciencia, arte, economía, vida personal, música y otros ámbitos sociales e intelectuales, y lo hace recurriendo a elementos sorprendentes. El pasado siglo se habría caracterizado por ser el del punto de vista del individuo y del individualismo; esa es la idea central del texto. Recomiendo leer el libro, merece la pena.
A lo largo del siglo XX se produjo una curiosa divergencia: mientras la física se fue quedando sin metáforas –salvo, como es normal, las de carácter estrictamente matemático- la literatura ensayaba las más arriesgadas y las artes plásticas se adentraban, más allá de la metáfora incluso (si tal cosa es etimológica y lógicamente posible), por los terrenos de la abstracción. En todos los casos, eso sí, se produjo un alejamiento cada vez más acentuado de la experiencia cotidiana, de la figuración, entendida esta en un sentido muy amplio. La Teoría de la Relatividad y, sobre todo, la mecánica cuántica, en la física, el surrealismo, en todas sus manifestaciones artísticas, y el arte abstracto son, en apariencia al menos, del todo ajenos a la experiencia cotidiana.
Eric Kandel es un neurofisiólogo norteamericano de origen austriaco formado inicialmente como psicólogo. En 2000 le fue concedido el premio Nobel de Fisiología por sus trabajos sobre las bases fisiológicas de la memoria. A Kandel le interesa el psicoanálisis y le apasiona el arte abstracto, y esta afición le ha llevado a publicar dos obras muy interesantes, The Age of Insight (2012) y Reductionism in Art and Brain Science (2016). Por cierto, salvando las distancias, Siri Hustvedt, en su reciente libro de ensayos A Woman Looking at Men Looking at Women (2016), también se ocupa de las relaciones entre ciencia y arte de una forma no muy diferente a como lo hace Kandel.
Una de las conclusiones más interesantes que he extraído de esas obras se refiere al modo en que el cerebro procesa la información que recibe procedente de los órganos receptores. Dado que el observador trata de atribuir un sentido a la información sensorial, al tratar la información y convertirla en una percepción, incorpora el denominado procesamiento top-down (de arriba a abajo), que implica influencias cognitivas y funciones mentales de orden superior tales como la atención, el simbolismo, las expectativas y las asociaciones visuales aprendidas. Recurre no sólo a recuerdos, a experiencias anteriores propias, sino también, y de forma muy intensa, a emociones. La percepción es así un fenómeno complejo, que consiste, de hecho, en un acto creativo por parte del observador.
Lo dicho vale para todos los fenómenos de percepción, dado que la generación de imágenes o de nociones de otro orden es siempre un acto creativo o, si se quiere, re-creativo, pero lo es en mayor medida en el arte abstracto y otras formas artísticas en las que la obra no intenta reflejar la realidad de forma fiel. En esos casos, en el procesamiento de las formas más básicas y los colores se produce una intensa interacción top-down con las áreas encefálicas implicadas de una u otra forma en el gobierno de las emociones: la amígdala, el hipotálamo, y los sistemas moduladores dopaminérgicos. Al reducir las imágenes a formas, líneas, colores o luz, el arte abstracto depende mucho más de las emociones, imaginación y creatividad. Eso es lo que hace que la observación de una obra de arte abstracta pueda resultar muy gratificante.
Y esto me ha conducido a la literatura. Las metáforas empezaron cumpliendo en el lenguaje y en la literatura la función de ayudar a comprender el texto, recurriendo a términos bien conocidos para representar nociones menos conocidas. Sin embargo, ya en el Barroco (es posible que algo parecido ocurriese incluso antes) las metáforas cumplen un papel diferente: dificultan, de hecho, la comprensión, en vez de facilitarla. Exigen un mayor esfuerzo pero, a la vez, suponen un estímulo para que el lector adquiera protagonismo re-creando las nociones o la historia que se quieren expresar. Cumplirían así una función similar a al que juegan los elementos de una obra de arte abstracta, en mayor medida cuanto más se alejan del objeto que quieren representar, cuanto más arriesgadas son, en definitiva. Gran parte de la literatura del siglo XX se ha adentrado por esa vía, y no solo en la poesía. La literatura surrealista alcanza, en ese aspecto, niveles de alejamiento máximos. Y sin llegar a los extremos de la literatura más «difícil», las mejores obras literarias del siglo XX exigen al lector un importante esfuerzo de re-creación.
Supongo que los mismos fenómenos neurológicos que dan cuenta de la gratificación que proporciona el arte abstracto estarían en la base de la recompensa que produce la literatura que exige un cierto nivel de esfuerzo. Y seguramente el mismo mecanismo es aplicable en el resto de manifestaciones artísticas.
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Por una de esas casualidades de la vida estos días he escuchado bastante a Leonard Cohen, un cantautor y poeta de lenguaje metafórico en grado sumo. Quizás por eso puso música al poema de Lorca Pequeño vals vienés, en una de sus canciones más conocidas: Take this waltz. He escogido esta versión sobrecogedora de Silvia Pérez Cruz y Raúl Fernández para ilustrar esta anotación. Cada vez me interesan más las metáforas.
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