Soy vasco ¿y tú?
Llegué a Bilbao en septiembre de 1970, próximo a a cumplir mi primera década de vida. Procedentes de una ciudad luminosa, Salamanca, en la que la arenisca de Villamayor en los edificios realza la hermosura de los atardeceres del verano y comienzo del otoño, bajamos del autobús en una calle gris, oscura, no solo por el color del cielo, también por la tonalidad de las fachadas. Llegamos mareados del viaje tras descender el puerto de Orduña. Y nos dirigimos andando a Rekalde arrastrando maletas, con todo lo que una familia de cuatro miembros necesitaba para instalarse y empezar una nueva vida. Nuestro nuevo hogar estaba en la calle Larraskitu; todavía recuerdo el número: era el 11 de aquella época. Enseguida empecé en el instituto del barrio, recién estrenado, a cursar primero de bachillerato elemental. Creo que ahora sería quinto de primaria. Pronto hice amigos. Salamanca empezó entonces a ser el lugar donde vivía parte de nuestra familia y a donde íbamos a pasar las vacaciones.
Ya antes de hacerme mayor decidí aprender vasco. No quería vivir en un país en el que no pudiera entender a parte de sus paisanos cuando hablaban entre ellos. Reafirmé ese propósito, aunque con motivos adicionales, en la universidad. Allí me encontré a muchos compañeros, la mayoría procedentes de otras zonas del País Vasco, que utilizaban esa lengua habitualmente. Tuve suerte. Un amigo de entonces y de ahora, más que nadie, y algunos otros compañeros me ayudaron mucho, hicieron fácil lo difícil. Aprendí euskera. Escribí y defendí mi tesis de licenciatura en esa lengua; era 1982. Y también la de doctorado; en 1986. La mía fue la primer tesis de biología escrita y defendida en lengua vasca.
Soy ciudadano vasco. Lo soy a efectos políticos, por supuesto. Y también lo soy a efectos sentimentales. Pertenezco a este país. Vivo en él, trabajo en él y, además, siempre he pensado que lo que hacía era bueno para sus gentes. También he hecho mías algunas tradiciones vascas, musicales y folclóricas sobre todo. Y de vez en cuando disfruto leyendo a autores que escriben en euskera.
También soy ciudadano español. Lo soy a efectos políticos. Voto en las elecciones españolas; y tengo pasaporte español. Pertenezco a ese país. En lo que a mí respecta, trabajo en él. Y por supuesto, pienso que lo que hago también es bueno para los demás españoles. La cultura española es mi cultura. Siento que su literatura, sobre todo, pero también su música, su arte, en fin, cualesquiera manifestaciones producto de los creadores españoles que en la historia han sido, me pertenecen en cierto grado. Así pues, también soy español a esos efectos, y a otros, como el gastronómico, por ejemplo. Además, la mayoría de mis familiares, mi gente, son españoles.
Pienso que eso a lo que me dedico, y que creo que es bueno para vascos y españoles, es también bueno para el resto de ciudadanos del mundo. Me gustaría que todos gozasen de los derechos básicos y las oportunidades de los que disfrutan nuestros conciudadanos. Y quiero pensar que, siquiera sea en una ínfima medida, mi trabajo ayudará a que eso sea así. Me tengo por cosmopolita, aunque nunca digo de mí mismo que soy ciudadano del mundo, porque no lo soy.
Entiendo, y me parece bien, que haya quienes viven estas cosas de forma diferente. Los de pertenencia, como el resto de sentimientos, forman parte de una esfera –la emocional- en la que la razón poco o nada tienen que decir. Por eso no me parece mal que haya quien se considere sólo vasco o solo español. Y me parece del todo legítima la aspiración a conseguir que los sentimientos de pertenencia tengan consecuencias políticas bajo la fórmula que se desee, incluida la del estado independiente. Como también me parece normal que esa aspiración tenga una base estrictamente racional.
A punto de cumplir 11 años nos trasladamos al barrio de Cabieces, en Santurce -hoy Santurtzi-, a la periferia de la periferia. Allí una chiquilla de mi edad, compañera del instituto, me llamó “maketo” por primera vez en mi vida; esa era la forma despectiva de llamar a los que veníamos de fuera. Me lo han llamado en alguna otra ocasión, pero muy pocas, porque lo cierto es que, en general, me he sentido bien tratado y acogido por los naturales del país. Pero también es cierto que, en sintonía con quienes descalifican a los de fuera por el hecho de serlo, también he conocido a personas –algunas con altas responsabilidades- que sostienen en privado (quizás también en público) que “los vascos hacemos las cosas mejor que los españoles”. Nunca reacciono bien cuando oigo eso o cosa parecida.
Por eso tampoco me ha gustado lo que he visto del programa “Euskalduna naiz. Eta zu?” (“Soy vasco, ¿y tú?”[1]) que tanto revuelo ha generado. Acepto que tratándose de un programa de humor no es fácil emitir juicios si ese de quien se ríen resulta que eres tú. Entiendo que al tratar de reírse de los estereotipos, también de los que tenemos acerca de nosotros mismos, es fácil que alguna de las risas se interprete con demasiado rigor. Y doy por hecho que –como afirma la dirección de EiTB- el vídeo que se ha difundido se ha montado con el propósito de causar escándalo, y que la visión del programa completo, con las secuencias en su contexto, daría una impresión menos escandalosa.
Pero entendiendo todo eso, mi yo español no ha podido sustraerse al sentimiento de ofensa motivado por algunas expresiones. Sí, de sobra sé que no tengo derecho a no sentirme ofendido. Pero es que no se trata de eso, no de invocar derechos, al menos. Defiendo la libertad de expresión a ultranza. Defiendo el derecho a que se me ofenda. Y entiendo que los únicos límites que ha de haber son los que impone el Código Penal. Por eso no me ha gustado que la dirección de EiTB haya retirado el vídeo sin que mediase sentencia judicial alguna.
El sentimiento de ofensa, por menosprecio o puro desprecio, que denotan algunas intervenciones en el programa de ETB1 no es nuevo. Lo experimento cada vez que alguien dice eso de que «los vascos hacemos las cosas mejor» o, más raramente, cuando alguien utiliza la palabra maketo. Es lo que he sentido al ver reflejados esos estereotipos en el programa de televisión. No tengo ningún aprecio por banderas, himnos y demás símbolos patrióticos, pero creo que si quieres que respeten los tuyos no es mala idea empezar respetando los de los demás, también cuando no hay reciprocidad. Lo que no me da igual es que se asuman con normalidad estereotipos según los cuales los españoles sean –seamos- paletos, fachas, chonis o progres. Por cierto, me gustaría saber a qué grupo pertenezco, porque no acabo de ubicarme en ninguno de ellos. Tampoco me da igual que se afirme, entre otras cosas y entre risas, que los españoles son –somos- incultos o un poco retrasados culturalmente.
Al ver el vídeo del programa me he visto a mí mismo en Cabieces, en la periferia de la periferia, mientras Josune –así se llamaba la compañera del «insti»- me llamaba maketo como si tal cosa; también me he visto camino de Larraskitu arrastrando maletas, todavía presa del mareo del viaje. No. No ha sido buena idea retirar el vídeo. De haberlo mantenido, habría colocado a muchos vascos ante un espejo. Porque lo malo, lo que me disgusta, no es que salgan esas cosas en un programa de televisión; sino que salen porque reflejan unas ideas no tan minoritarias. Es lo que tienen muchos estereotipos. Al haber retirado el vídeo no lo podremos ver cuando se dicte alguna condena por corrupción en este pequeño y modélico país. O cuando, en las próximas evaluaciones educativas, vuelva a salir detrás de muchas comunidades autónomas españolas.
[1] Aunque en rigor quiere decir “Soy vascohablante, ¿y tú?”
Post scriptum: Aquí he hablado de mis circunstancias. Cada uno tiene las suyas. Y no hace falta haber vivido las mismas experiencias para sentirse molesto u ofendido por los estereotipos. Ni tampoco tiene por que sentirse ofendido o molesto alguien que haya tenido experiencias similares. No pretendo generalizar.
Addendum:
Ikusi nahi duenarentzat, hemen ikus daiteke programa osoa. Ikusi ondoren ez dut iritzia aldatu.
46 Comentarios En "Soy vasco ¿y tú?"