«Está usted hablando con quien ha hecho esa norma»
Ayer llegamos al restaurante a las 20:45h. Queríamos ir pronto para coincidir con el menor número de personas posible. Han reducido mucho su aforo y, a pesar del temporal del noroeste, también ayer tenía sus ventanas abiertas en posición oscilante. La sala está siempre muy bien ventilada. Por eso nos gusta el sitio.
Poco a poco se fueron ocupando otras mesas. Alrededor de las 21:30h llegaron dos parejas y se sentaron en una redonda, preparada para seis cubiertos. Nada más sentarse, una de las mujeres se levantó de la silla y cerró la ventana que tenía tras ella a su derecha. Estaba a unos 4 m de donde estaba yo sentado, también con una ventana detrás.
La miré y moví la cabeza hacia los lados, en un gesto ostensible de negación. Me miró y me preguntó:
¿Qué pasa?
Mi respuesta:
Que la sala debe estar bien ventilada y para eso las ventanas deben estar abiertas, para que circule el aire. Es la norma.
La mujer se levantó rápidamente y abrió la ventana.
En ese momento, uno de los hombres a la mesa se dirigió a mí:
Está usted hablando con quien ha hecho esa norma.
Razón de más para que la cumpla –le respondí-.
La mujer volvió a dirigirse a mí:
De todas maneras, esas no son formas de decir las cosas.
No creo que mi forma de decirle que debía abrir la ventana fuera inapropiada, menos aún maleducada. No obstante, le respondí:
Si algo que yo haya dicho le ha molestado, le pido perdón por ello. Lo único que quiero es que las ventanas estén abiertas. Por eso venimos a este restaurante, porque está bien ventilado siempre.
El anterior comensal insistió:
Está usted hablando con quien ha hecho la norma.
Le repito que razón de más –le volví a decir-.
El otro hombre aprovechó el momento para sumarse a la mujer de la ventana:
Desde luego, esas no son formas de decir las cosas.
Ya le he pedido perdón si la he molestado –le dije-, solo quiero que las ventanas estén abiertas. Ahora lo están.
Unos minutos después llegó la pareja que faltaba. Tomaron asiento y se unieron a la conversación. Por los retazos de conversación que llegaban a nuestros oídos, pensamos que algunos eran del mundo sanitario.
El recién llegado, de repente, se dirigió la mujer de la ventana y le dijo:
Te he visto hoy en la tele muy normalita.
Deduje que la mujer era, efectivamente, alguien de cierta relevancia en este contexto pandémico. Su presencia en algún programa de televisión lo justificaba.
Moraleja
Habrá quien, llegados a este punto, hayan sacado la conclusión de que si las mismas personas que proponen o implantan normas no las cumplen, es señal de que esas normas carecen de sentido o utilidad.
Sería una conclusión errónea. La conveniencia o adecuación de las normas no depende de que sean cumplidas con más o menos rigor por quienes las aprueban. Es cierto que la ejemplaridad es una virtud importantísima en un contexto como este, pero también lo es que no todo el mundo la atesora.
La conclusión correcta es, a mi entender, que los seres humanos somos falibles. Hasta quienes saben y son conscientes de la conveniencia y necesidad de cumplir ciertas normas las incumplen en momentos de debilidad. Porque es muy difícil mantener la tensión y estar alerta en todo momento. Así pues, si eso les ocurre a quienes mejor saben de la importancia de la limpieza, higiene y ventilación, y de mantener las distancias, qué no le ocurrirá a quienes carecen de ese conocimiento o lo han adquirido recientemente y de forma superficial.
Las epidemias para las que no tenemos vacuna solo se pueden contener con la implicación de la inmensa mayoría. Es una tarea colectiva. Y exige esfuerzo y tensión permanente. Esa es la moraleja que extraje del episodio de ayer.
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