Han de abrirse las escuelas, aunque haya que cerrar los bares
Dentro de un mes empezará el nuevo curso. Abrirán escuelas, colegios, ikastolas, institutos y universidades. Salvo que las cosas se compliquen de mala manera en las semanas que faltan, abrirán, sí; no parece haber demasiadas dudas al respecto. Lo que sí suscita dudas es si se podrán mantener abiertas o habrá que volver a cerrarlas o, según algunos, cuánto tardarán en tener que cerrarse de nuevo.
Para tomar decisiones bien fundadas hace falta conocimiento fiable. Llamo fiable al conocimiento basado en pruebas. Pero hay muy pocos estudios acerca del comportamiento del SARS-CoV2 en las interacciones entre niños y niñas de corta edad. Sabemos que a ellos les afecta menos que a los adultos. Enferman en proporción muy inferior. El problema es que aunque puedan ser menos vulnerables a los efectos del virus, sí son vectores de transmisión, por lo que una escuela puede ser el enclave en el que entran en contacto estudiantes de diferentes hogares, barrios y localidades, ayudando de esa forma a expandir el virus por toda una región. Como, además, en los más pequeños es más fácil que el contagio pase desapercibido, pueden ser transmisores durante mucho tiempo antes de ser detectados.
No obstante lo anterior, y tal y como recoge The Economist, hay indicios de que los más pequeños contagian menos que los mayores. En Suecia, el personal de guarderías y escuelas de primaria que no se cerraron durante los peores meses de la pandemia no se contagió en mayor medida que el de otras actividades. Un estudio en Alemania ha mostrado que de 1 500 estudiantes y 500 docentes que volvieron a clase en mayo, solo el 0,6% presentaba anticuerpos contra el virus, menos de la mitad del conjunto de la población. Conclusiones similares ha arrojado un estudio realizado con 15 centros escolares australianos durante la primera ola de la pandemia; los resultados, publicados este mismo lunes indican, según sus autores, que los escolares no contribuyeron de forma significativa a la transmisión del virus en la población.
Por el contrario, cuando a finales de mayo, el gobierno de Israel, tras un control muy exitoso de la pandemia, decidió reabrir el país, escuelas incluidas, un brote en un centro de secundaria provocó el contagio de 180 (estudiantes y personal). Y a partir de ahí, se extendió a otros centros, familias y barrios. La consecuencia que han extraído las autoridades israelíes y los especialistas, es que la reapertura se produjo de forma precipitada y sin garantizar que se cumplieran las condiciones necesarias de aislamiento y distancia entre personas. Además, a causa de una ola de calor se levantó la obligación de usar mascarillas.
Tras la experiencia de ese primer brote, las autoridades decidieron cerrar todos los colegios en los que se detectó al menos un contagio, de manera que se han acabado cerrando 240 centros de enseñanza y 22 520 estudiantes y docentes han tenido que someterse a cuarentena. Al terminar el curso a finales de junio, casi 1 000 estudiantes y docentes dieron positivo en las pruebas de ARN viral que se les practicaron.
Para muchos, el caso de las escuelas israelíes muestra bien a las claras los riesgos de abrir los centros docentes en septiembre, pero otros se oponen a esa conclusión porque estiman que el problema no fue la rápida apertura de las escuelas, sino la del país en su conjunto y la despreocupación por parte de la población, al dar por superada la crisis pandémica.
De cara al curso próximo, los israelíes se proponen reducir el tamaño de los grupos (10 a 15 estudiantes) y dotarles de funcionamiento autónomo y separado de los demás grupos, mantener metro y medio de distancia entre cada estudiante, obligar al uso de la mascarilla, y mantener las instalaciones ventiladas. De ninguna forma consideran la posibilidad de no abrir las escuelas tras el verano.
Las razones para abrir son muy poderosas. De no volver a las aulas, los estudiantes aprenderían menos y perderían los hábitos de estudio. Y las consecuencias serían mucho peores para los niños y niñas de familias en peor situación económica, pues es menos probable que sus padres cuenten con formación superior y dispongan de conexión a internet de calidad. Los estudiantes de familias pobres tienen, además, peores condiciones para estudiar y, en algunos casos, mayores dificultades para que sus progenitores puedan atenderlos y atenderlos bien. Creo que nadie duda de lo importante que es que las escuelas abran de nuevo en septiembre.
La cuestión, no obstante, es si se abrirán para tener que volver a cerrarse enseguida, como ocurrió en Israel. Y al respecto, de lo que se trata es de poner los medios, tanto materiales, como de organización que hagan posible la apertura bajo condiciones de una cierta seguridad, siendo muy conscientes de que el riesgo 0 no existe.
Cuando hace unos meses, escribí acerca de la necesidad de planificar el próximo curso sabiendo que las clases no se podrían impartir de forma normal, ya adelanté algunas ideas. Me centré, sobre todo, en la subdivisión de los grupos en subgrupos menores, de forma que se pudiera reducir el aforo de las aulas a la mitad o a un tercio de su capacidad normal. Sigo pensando que eso es necesario, incluso si conlleva que una parte de la actividad docente y, sobre todo, discente, se realiza en y desde casa. Y por esa razón, sigo pensando también que, para chicos y chicas de enseñanza secundaria, bachillerato y universidad, sería de desear que el aprendizaje se base, en gran parte, en el trabajo personal guiado, así como el aprovechamiento de los recursos de calidad disponibles en internet.
Pero además de esos recursos, los países que han abierto sus centros de enseñanza tras la primera ola de la pandemia han optado también por aplicar medidas que tienden a minimizar los riesgos. Y las medidas son de muy diferente carácter.
En esos países, al personal más vulnerable se le mantiene en casa, desempeñando funciones de apoyo a través de internet u otras tareas. En ese sentido, y en función de otras medidas, como sería la incorporación de profesorado joven, a los más mayores podría ofrecérseles la posibilidad de retiros anticipados o retiros parciales con trabajo desde el hogar. Las fórmulas pueden ser variadas. Hay que asumir que, se haga lo que se haga, el coste de la adaptación será enorme, por lo que esa medidas tendrían costes ínfimos, a la vez que reportarían claros beneficios.
En coincidencia con mis propuestas del pasado 25 de abril, esos países también han reducido el tamaño de los grupos docentes, aún a costa de limitar la docencia presencial. Han escalonado los horarios para evitar aglomeraciones en los pasillos. Y exigen el uso de mascarillas.
Y, muy importante, han impulsado las pruebas de ARN viral y trazado de contagios en las mismas escuelas. Este punto es fundamental y exige un gran esfuerzo por parte de las autoridades educativas y sanitarias, pero en un correcto seguimiento de los contagios en los centros escolares puede estar la clave para propiciar un desarrollo mínimamente normal del próximo curso.
En todo caso, con carácter general, los esfuerzos para detectar contagios, trazar sus contactos y aislar a las personas contagiadas deben seguir aumentando. De acuerdo con un estudio que se acaba de publicar en The Lancet, en el Reino Unido podría evitarse un rebrote epidémico (2ª ola) al reabrir las escuelas en septiembre si se consigue practicar las pruebas a un porcentaje entre el 59% y el 87% de los contagiados con síntomas y se rastrea y aísla de forma efectiva a los contactos de esas personas. Si se consigue identificar y aislar al 68% de los contactos, sería necesario hacer las pruebas al 75% de los contagiados con síntomas, pero si solo se consigue aislar al 40% de los contactos, para evitar la segunda ola sería necesario hacer pruebas al 87% de los contagiados con síntomas. Este estudio ilustra bien a las claras la importancia tanto de identificar (mediante pruebas de ARN) a los contagiados, como de aislar a la mayor cantidad posible de sus contactos.
Durante las últimas semanas hemos asistido a una subida constante y acelerada de los contagios en varias comunidades autónomas españolas. Aragón es la comunidad con más prevalencia, pero Cataluña, Madrid, Navarra y la CAV también presentan cifras muy altas. Estas zonas, que se localizan en un área geográfica relativamente bien definida –el noreste peninsular, si exceptuamos a Madrid-, son las que presentan una mayor incidencia de la Covid19 en Europa en este momento. Corresponde a las autoridades adoptar las medidas que permitan contener la expansión de la pandemia y el desarrollo explosivo de una segunda ola en España. Y para eso hacen falta más pruebas, muchas más. De no elevarse el número de pruebas PCRs y subsiguiente trazado y aislamiento de los contactos, la pandemia no se podrá contener y la vuelta a las aulas en septiembre será impensable.
La revista Nature ha publicado hoy un reportaje con las opiniones de un escogido grupo de epidemiólogos y un análisis de los modelos con los que trabajan. Sus conclusiones no son nada complacientes. Todo hace pensar que tendremos coronavirus para unos años. Solo bajo los mejores supuestos podemos aspirar a recuperar hábitos y formas de vida como los que teníamos antes de este año. En otras palabras, y como ya señalé en su día: aunque nos hayamos aburrido de él, al virus seguimos interesándole.
Es impensable que se produzcan confinamientos masivos de la población como durante la primavera de este año; es impensable que mantengamos los centros escolares cerrados o bajo mínimos durante varios cursos académicos; y es impensable también que se vuelva a someter al sistema sanitario y a su personal al estrés al que se le sometió durante la primavera.
Por todo ello, es imperativo tomar las medidas necesarias para contener la expansión de la pandemia y evitar el colapso social. Ya me he referido a la importancia de las pruebas de ARN viral, pero no deberían descartarse otras medidas. En el Reino Unido las autoridades ya han advertido de que, llegado el caso, las escuelas tienen prioridad frente a los pubs. Esa advertencia puede considerarse anecdótica, pero encierra un profundo significado, porque quizás ha llegado el momento de cambiar la forma de abordar el problema y plantear abiertamente que hay bienes a preservar incompatibles entre sí y que hay que priorizar los que verdaderamente importan. Solo se trata de tener claro cuáles son.
Adenda 1 (6 de agosto): Un amigo me ha pasado un artículo pubicado el 29 de julio en la revista New England Journal of Medicine. El título, Reopening the Primary Schools during the Pandemic, expresa bien a las claras el tema que aborda. Resumiendo, sus autores, argumentan de forma muy convincente a favor de abrir las escuelas, por razones de variada índole, pero teniendo en cuenta, ante todo, los intereses de los niños y niñas afectados por la situación. Ahora bien, también señalan que para poder abrirlas, no debe haber transmisión comunitaria del virus en las áreas en que se encuentren, por lo que proponen que se tomen ya medidas de eficacia probada para reducir la transmisión al mínimo. Opinan que en los EEUU está a tiempo de conseguirlo. Si trasladamos la misma lógica a nuestro contexto, es muy probable que, de no tomarse medidas adicionales, dentro de un mes no se den las condiciones que permitan la apertura de los centros docentes. A partir de ahora, los eslabones más débiles de la cadena social son los sistemas de salud y educativo; las cadenas se rompen por sus puntos más débiles.
Adenda 2 (7 de agosto): Mi compañera de la Facultad de Ciencias Económicas de la UPV/EHU, Vicky Ateca, me ha indicado a través de un tuit que la Royal Society elabora un informe sobre esta misma cuestión. Sus conclusiones no difieren de las comentadas en el texto y la adenda 1. Se puede consultar aquí.
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