Dicen que los italianos que se encuentran de paso en Lombardía se agolpan en las estaciones para salir antes de que se decrete la cuarentena. También cuentan que en París, Berlín y otras ciudades europeas se vacían las estanterías de los supermercados. La epidemia ha dejado de serlo y se ha convertido ya en pandemia. Es lo más parecido a la gripe española que ha visto el Mundo en más de un siglo. Causará decenas de miles de muertes. Se perderán centenares de miles de años de vida.
Las autoridades sanitarias de medio mundo se afanan por evitar que enferme demasiada gente en un corto espacio de tiempo. Intentan así que no colapsen los hospitales y ganar tiempo para dárselo a la vacuna y, si es posible, antivirales más efectivos.
Las consecuencias económicas serán dramáticas. Ya lo están siendo. Menos actividad traerá más paro. Y con el paro, crecerá la pobreza. Habrá más dolor y más muertes. Las crisis económicas provocan la pérdida de muchos más años de vida de lo que imaginamos.
Microbiólogos, epidemiólogos y especialistas en salud pública habían advertido de que antes o después llegaría una pandemia grave. Habían anticipado que vendría de Oriente. Que causaría muchas muertes. Es lo que está ocurriendo. El descalabro será grande, pero es pronto para saber de su magnitud.
Desde que tuvimos noticia de la existencia del virus y sus efectos, y cada vez más a medida que se expandía por el mundo, he experimentado una sensación extraña. Es como si nos aproximásemos al final de una era y al comienzo de otro tiempo. Un virus que mata a entre una y dos personas de cada cien contagiadas (diez veces más que el de la gripe común) y que se transmite con facilidad es lo más parecido a la llegada de invasores hostiles que podemos vislumbrar en la Europa de nuestro tiempo. Es como si los tártaros del teniente Drogo de Buzzati hubieran llegado por fin.
Los populismos emergentes en Occidente y la llegada al poder de partidos salidos de otro tiempo fueron quizás las señales que anunciaban una nueva era, el anuncio de los tiempos oscuros que se avecinaban. El ambiente opresivo de estos años se condensa en forma de pandemia, de una amenaza frente a la que contamos con algunas buenas defensas, pero de cuyos embates no saldremos indemnes.
Podemos protegernos de quienes anhelan llegar hasta nosotros a través del Mediterráneo y de las fronteras de Oriente próximo; nos ha bastado, para ello, prescindir de la compasión por los más débiles. Pero no podemos defendernos de esa invasión, la de los “tártaros” del teniente Drogo, de esos que llegan por vía aérea, sin ser vistos, desde los confines del mundo.
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