Aunque se seguirá escribiendo, del afer Errejón se ha dicho todo lo importante. Sin embargo, no me resisto a dejar por aquí unas líneas al respecto. En medio de todo lo dicho, me he fijado en el comunicado que publicó en X.
Era un texto auto-inculpatorio y exculpatorio a la vez. Lo primero porque, sin reconocer abiertamente haber cometido las villanías difundidas, hacía, de hecho, referencia tácita a ellas. Y lo segundo porque el comunicado rezumaba auto-conmiseración. Las villanías habían sido inspiradas por un dúo demoníaco ante el que cualquier forma de rebeldía es vana: neoliberalismo y patriarcado habían unido sus fuerzas para acabar con su integridad y su feminismo esencial. Él, por lo visto, no había tenido mucho que ver.
Aunque he leído en los medios que frecuento valoraciones del comunicado que comparto (como al tacharlo de ejercicio de impostura, por ejemplo), me ha sorprendido que varias columnistas se hayan referido al personaje de forma favorable haciendo uso de expresiones tales como ‘brillante orador’ o ‘intelectual’. Me ha chocado tal consideración porque, en lo que a mí respecta, cuando le escuchaba o leía textos suyos, nunca supe qué quería decir.
Por eso su escrito —en lo que a la forma se refiere— no me sorprendió. Me pareció tan churrigueresco y oscuro como todo lo que le había escuchado o leído antes. El texto no llegaba ni siquiera a errar: confundía. Y como afirmó el filósofo inglés Francis Bacon, del error se aprende, de la confusión, ni eso.
Concuerdo con quienes piensan que esa forma oscura de expresarse buscaba confundir al público que lo leía; era, por así decirlo, la tinta del calamar; del calamar Errejón. La mejor manera de hacer como que el mundo se había confabulado en su contra y que él no era sino una víctima de esa confabulación.
Pero disiento de quienes dicen que su autor es un intelectual, un dechado de virtudes oratorias, un escritor exquisito. No lo es. Es, y lo ha sido siempre, enrevesado, deliberadamente difícil. Un amigo, refiriéndose a personajes de este tenor, suele decir aquello de que «ya que no podemos ser profundos, seamos al menos oscuros».
Recurrió a esa oscuridad y enrevesamiento en su mensaje en X para ocultar lo importante —su responsabilidad en las presuntas agresiones sexuales—; ese aspecto del afer no me sorprendió en absoluto. Porque, en mi opinión, esa había sido siempre la razón de su oscuridad y enrevesamiento, la intención de ocultar sus ideas o, quizás, de ocultar el hecho, incluso, de que no hubiese idea alguna detrás.
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