Paseo por la Ría a finales del invierno
Ayer, último día del invierno, salimos a caminar como tantos otros, algo antes de las ocho de la mañana. Lluvias ligeras y ambiente fresco. Hacía mucho tiempo que no nos animábamos a acercarnos a Bilbao.
Los sábados paseamos hasta el Puerto Viejo de Algorta y volvemos directos al pueblo. Salvo el tramo de Ereaga, vamos y venimos siguiendo trayectos diferentes. Los domingos, después de llegar al Puerto Viejo, volvemos por la línea de la costa hasta llegar al puente que llamamos colgante, en Las Arenas. Entramos luego hasta el río Gobela, en Romo, y llegando a la pasarela sobre la autovía, la atravesamos para volver a casa por Artaza.
Para ir a Bilbao desde Leioa se puede andar directamente hasta la Ría, pasando junto a la estación del metro y, a continuación, seguir por la carretera. Pero preferimos subir a Astrabudua por la cuesta de Txakurzulo, tras pasar junto a los terrenos de la antigua Dunquinesa, un lugar donde, hace años, había días en que había que intentar no respirar, porque se cerraban los bronquios. Bajamos luego por las escaleras a la dársena de Axpe, junto a un solar donde antaño se levantaba una industria química.
Es pleamar y ante nosotros se abre una gran masa de agua. Al otro lado de la Ría hacia atrás, a la derecha, queda la acería compacta y La Naval, el último gran astillero de Bizkaia, del que hace ya años que no sale ningún gran buque. En frente se ven grúas de gran porte que, en la distancia, parecen garzas robóticas gigantes. Y en este lado, en la margen derecha, en lo que propiamente es la dársena de Axpe, está el astillero. Ahora es Astilleros de Murueta, por el nombre de la localidad donde empezó la compañía a hacer barcos en la margen izquierda de la Ría de Gernika, en Urdaibai. Creo que junto al de Santurtzi, este de Erandio, es el único que permanece activo en la Ría.
La margen izquierda es cada vez más un páramo industrial. Donde antaño se levantaban los Altos Hornos y La Naval, y más allá, en dirección a Bilbao, kilómetros de muelles, apenas queda nada. Permanecen en pie algunos antiguos cargaderos; salvo uno de ellos, restaurado, los otros han quedado convertidos en restos arqueológicos. Parte de nuestro patrimonio industrial se desvanece ante nuestros ojos.
Siguiendo la carretera perdemos de vista la ría, caminando entre las instalaciones del astillero y las naves industriales de Axpe. Al llegar al núcleo urbano de Desierto, Erandio, recuperamos la ría y la vista de su margen izquierda, que no perdemos hasta llegar a Elorrieta. Al otro lado se construyen cada vez más edificios de viviendas.
Tras pasar bajo el puente de Rontegi, superamos la desembocadura del Asua y llegamos a la antigua fábrica de pinturas, un edificio muy deteriorado. Algo más allá, y tras llegar a Lutxana, podemos ver, al otro lado, dos edificaciones en ruinas en la punta que delimitan la desembocadura del Kadagua y el cauce del Nervión. Siempre me han llamado la atención esos dos edificios, sobre todo los días de lluvia o los que amanecen entre brumas.
Enseguida llegamos a Elorrieta, donde el canal de Deusto hace que el cauce se divida en dos hasta Olabeaga y Deusto. El tramo que va de Lutxana hasta Elorrieta se puede recorrer ahora, casi en su totalidad, por un camino peatonal que discurre entre la ría y el bidegorri, por el que van las bicis. Ayer el tiempo no invitaba ni a caminantes ni a ciclistas, por lo que éramos pocos los que circulábamos por allí. Al otro lado, algo más adelante, en Zorroza, se divisa el edificio de la Harinera, otra construcción abandonada. Es, seguramente, el edificio que más nos gusta del paseo.
Desde Elorrieta nos adentramos en San Ignacio, un barrio con vida de barrio, acogedor. Puede abrumar pero, a la vez, tranquiliza la geometría implacable de su entramado, solo difuminada en los extremos, el de Elorrieta al noroeste, y el de Sarriko, al Sudeste. San Ignacio finaliza, más o menos, en el parque de Sarriko, un enclave de diversidad arbórea notable aunque poco conocida para muchos de sus vecinos.
A continuación llegamos a Deusto, en cuyo final, a la altura de la universidad homónima, nos encontramos de nuevo con la ría. Al otro lado está Bizkaia Aretoa, de nuestra universidad, la Universidad del País Vasco. La ventana central de la cuarta planta es la de mi despacho, el lugar donde trabajaba antes de que la pandemia nos enclaustrara.
Algo más allá está el icono de la villa, el Museo Guggenheim. Al pasar a su lado, por la otra margen, una trainera remontaba la ría hacia el puente del Ayuntamiento y el Arenal.
Seguimos por el Campo de Volantín hasta llegar al paseo del Arenal, entrar por la calle de la Esperanza y acceder al metro, para volver a casa, dos horas y media después, completamente calados, pero contentos después del paseo. Hace unos años lo hubiésemos recorrido en dos horas, pero ayer éramos algo más viejos, nos deteníamos cada poco tiempo y nos tomamos las cosas con tranquilidad.
El puente de Bizkaia, el muelle de Portugalete, las chicas remando en banco móvil entre las Arenas y Portugalete, el Serantes al otro lado del Abra, el declive, el movimiento de la marea, los gasolinos y sus casetas, la Harinera de Zorroza, la carretera, el puente sobre el Gobela, los pabellones vacíos, los astilleros, la trainera en Sestao o en la Iberia, los pequeños talleres llenos de actividad, el antiguo chacolí de Axpe, la mole del puente de Rontegi. La Ría, todos los detalles, grandes y pequeños.
El paseo es, en realidad, un viaje breve a nuestro pasado, a nuestros recuerdos y, por lo tanto, a lo que somos; es, en realidad, un viaje interior. Uno de esos actos que nos vinculan a un paisaje, a un territorio, a una cultura, a unas gentes. La ría no es parte de nuestra vida; es más que eso, es parte de nosotros.
Finale: Esta es la trainera bogando junto al Guggenheim. No era broma. 😉
5 Comentarios En "Paseo por la Ría a finales del invierno"