La ministra Yolanda Díaz fue tan afortunada de que su padre y otro destacadísimo sindicalista le enseñasen a ser buena persona, que no debería sorprenderle que quien no tuvo tales mentores tenga actitudes «casi de mala persona». Hasta aquí la ironía.

Que la ‘verdadera izquierda’ se considere moralmente superior no es ninguna novedad. Ya lo dijo Sánchez Cuenca en el título de un libro que no dejaba lugar a dudas. Por cierto, un libro prologado por un tal Errejón. A la derecha, según Sánchez Cuenca, le había tocado la superioridad intelectual en el reparto de superioridades.

Las ideologías políticas tienen, en parte, fundamentos morales. Pero eso no quiere decir que unas ideologías sean moralmente superiores a otras. Ni lo contrario. La moral ha cumplido una función de cemento social en las sociedades humanas, pero ese cemento, como han ilustrado Jonathan Haidt y otros, puede ser de diferente naturaleza. Los fundamentos de la moralidad, las intuiciones subyacentes, son diversas, y no son fuente de moralidad en la izquierda y derecha política en un mismo grado.

Por eso no cabe hablar de superioridad moral en la palestra política. En otras palabras: carece de sentido hablar de superioridad moral o considerarse moralmente superior a los creyentes en otros credos u otras ideas. Los valores morales de unas y otras tribus políticas son inconmensurables.

Y menos aún cabe poder referirse a otra persona como buena o mala cuando el criterio para la atribución de esa bondad/maldad es de naturaleza política, por muy fundamentada moralmente que se considere que está la ideología que sostiene esa posición.

Es decir, opino que una persona puede ser considerada buena cuando en su vida cotidiana practica el bien, trata bien a los demás. Y puede ser considerada mala, cuando hace lo contrario. Creo que todos tenemos ejemplos de buenas y malas personas. Pero la discrepancia política no puede ser criterio de atribución de maldad o bondad. ¿Quién consagra la bondad de unas u otras opciones de política económica a la hora de combatir la pobreza o la marginación social? ¿Quién está autorizado a sentar cátedra moral en ese terreno?

Opciones morales al margen, hay ciertos valores –los que fundamentan la Declaración Universal de los Derechos Humanos– que han adquirido fuerza de ley al menos para quienes somos ciudadanos y ciudadanas de los países signatarios de la Declaración (y me atrevería a decir que para todos los seres humanos). Pero la distancia que hay, en cuanto a su grado de aceptación, entre sus valores inspiradores y los que fundamentan las ideologías políticas en conflicto es de magnitudes astronómicas, una que nadie debería ignorar.