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Estudios útiles e inútiles

2022-06-22 2 Comentarios

Una amiga que preside un tribunal de las pruebas de acceso a la universidad me habló con tristeza hace unos días de jóvenes brillantes que se creen “obligados” a matricularse en carreras con nota alta de entrada porque en su entorno -la familia, la cuadrilla, el instituto- no entienden que quieran cursar estudios para los que basta con aprobar. Les parece que actuar de esa forma es “malgastar” esa nota tan meritoria que han obtenido en el bachillerato y refrendado en las pruebas. Hoy he leído que al chaval que ha sacado la mejor nota en la prueba de la Comunidad de Madrid le han llovido las críticas por querer estudiar Filología Clásica.

Esto es lamentable.

Tengo la sospecha de que un gran grupo de jóvenes se inclina hoy por carreras que dan acceso a profesiones de las que creen que pueden proporcionar notoriedad o estatus social -y notoriedad como vía para alcanzar un estatus social alto-, rasgos a los que se atribuye, además, elevados ingresos. También hay muchas chicas -chicos, en muy inferior medida- que optan por profesiones sanitarias. Combinan esas profesiones tres rasgos que, a mi juicio, las hacen atractivas para personas de un determinado perfil: tienen fuerte carga vocacional, de servicio a los demás; también tienen una cierta componente científica, aunque no de las áreas consideradas más abstractas o áridas; y, por último, están bien valoradas socialmente, vinculadas en muchos casos, además, a servicios de la administración pública. Los estudios de magisterio, después del gran bache de hace tres décadas, han remontado y son, bastante demandados, sobre todo por las chicas.

En el otro extremo hay, si las cosas no han cambiado mucho en los últimos años, estudios que despiertan poco interés. Los de lenguas clásicas son, quizás y muy lamentablemente, los que menos estudiantes desean cursar. Pero no son los únicos. Muy pocos jóvenes quieren estudiar geología, o navegación. Tampoco hay muchas personas que quieran estudiar sociología, por ejemplo. Quiero decir con esto que en todas las ramas hay carreras poco demandadas.

Los estudios tecnológicos -sobre todo ciertas ingenierías- y algunos de ciencias experimentales -física y química, principalmente- y matemáticas tampoco se encuentran entre los más solicitados. Y sí, ya sé que ha crecido mucho el número de quienes quieren hacer algunas de esas carreras (no todas), pero en comparación con los grandes grupos que he citado antes, se trata de pocas personas.

Hace unos años, antes de la pandemia, el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, (por sus siglas, IVIE) hizo un informe para la Fundación BBVA según el cual los estudios que, con mayor probabilidad, conducen a un empleo son las ingenierías y los de ciencias de la salud. Al parecer, también son los que proporcionan mejores salarios. Los estudios de ciencias experimentales están en posiciones intermedias. Y las que peores perspectivas laborales propician son, según ese estudio, las carreras de ciencias sociales y de humanidades.

Según los estudios de prospectiva laboral, la demanda de profesionales en los sectores científico-tecnológicos no dejará de aumentar en los próximos años y, dado que hay cada vez menos jóvenes y que estos parecen preferir otros estudios, habrá un gran déficit de empleados cualificados en ciertas áreas. Por ello, administraciones públicas y otras entidades (ejemplo) consideran una prioridad la promoción de lo que denominan “vocaciones” científicas y tecnológicas. Por concretar, los estudios en cuestión son casi todas las ingenierías, matemáticas, y física, principalmente, todos ellos con una alta componente de matemáticas.

Pues bien, opino que estas iniciativas no son convenientes; también dudo de que tengan éxito; y pienso, además, que pueden tener efectos contrarios a los deseados.

No sé cuán fiables son los estudios de prospectiva, pero lo cierto es que no sabemos qué nos deparará el futuro y, por lo tanto, no sabemos qué será necesario dentro de unos años. Y no veo claro que las autoridades favorezcan unos conocimientos en detrimento de otros (siempre que se favorece algo, se hace en detrimento de lo que no es ese algo), ni siquiera aunque se piense que los que se favorecen son más necesarios que los otros.

Tampoco me parece buena idea la insistencia en la “utilidad” -en este caso, laboral- de determinadas disciplinas a la hora de promocionarlas (en perjuicio de otras). Y no porque tenga nada en contra de la utilidad. Estoy, de hecho, muy a favor; me encantaría que todo lo que hago fuese útil. Tampoco estoy de acuerdo con quienes reivindican el valor de lo inútil. Lo inútil -creo que por definición- carece de valor. El problema no está en la utilidad; el problema es que cuando se ensalza o reivindica, lo que en realidad se quiere promover es lo que se cree útil a corto plazo, casi de forma inmediata, en el plano social y económico y, por lo tanto, laboral.

¿Ha de ser la supuesta utilidad -así entendida, inmediata- de unas carreras el argumento para inculcar en los y las jóvenes el interés por unos u otros estudios? ¿Sabemos acaso cuál será el valor social o económico de unos conocimientos dentro de diez, veinte o treinta años? Y lo más importante: ¿Sabemos cuál es el valor para quien los elige? Recordemos que valor es la cualidad o utilidad que otorgamos a algo. No hay forma de establecer de modo objetivo el interés o el valor de unos u otros conocimientos. No hay forma de determinar su utilidad.

Por otro lado, tengo la impresión de que el simple hecho de que se formule de forma tan explícita la conveniencia o necesidad de promover unas determinadas “vocaciones” puede que sea razón más que suficiente para que los supuestos interesados recelen de su atractivo real.

Sí, me gustaría que más jóvenes optasen por estudios con alto contenido matemático. Creo que quienes los cursan tienen (y tendrán) más oportunidades profesionales en sus vidas. Creo también que de esa forma nuestra sociedad tendrá más posibilidades de progresar en bienestar, democracia y cohesión social. También me parece importante que haya más mujeres de las que hay ahora en esos sectores profesionales.

Pero habiendo declarado mis preferencias personales, me resulta muy incómodo -por utilizar una expresión suave- que se pretenda promocionar o inspirar “vocaciones” científicas. Subyace en esa pretensión un ánimo de ingeniería social que me desasosiega. El devenir de una sociedad y, sobre todo, lo que haya de ser de sus jóvenes, debería ser objeto de la máxima cautela.

Dicho lo anterior, creo que tenemos razones para pensar que hay barreras objetivas que dificultan el acceso a ciertos estudios y elementos que favorecen el acceso a otros. Una buena formación en matemáticas y un cierto gusto por esa disciplina es condición necesaria (nunca suficiente) para poder cursar con alguna probabilidad de éxito ciertas carreras científicas y tecnológicas. Pues bien, por razones cuyas causas serán, seguramente, conocidas por los especialistas, no todos los estudiantes tienen la fortuna de acabar sus estudios de secundaria con una buena formación matemática, y no en todos los casos el problema radica en predisposiciones innatas, si es que tal cosa (esas predisposiciones innatas) existe. Para esos estudiantes, ciertas carreras quedan así vedadas en la práctica.

Ocurre lo mismo con el conocimiento de lenguas y, en general, con el amor por el lenguaje. La diferencia es que, hasta ahora, a nadie le ha dado por pensar que faltan vocaciones de lingüistas o que se necesitan intérpretes. Quizás llegue el día en que las industrias de la lengua demanden personal especializado en números muy superiores a los actuales. En ese caso, se detectará entonces la carencia de otras vocaciones.

Por lo dicho, deben derribarse los obstáculos que, en forma de ineficiencias, de déficits en el sistema de instrucción, de estereotipos, y de cualesquiera otros modos impidan o dificulten a muchos jóvenes el acceso al conocimiento en sus diferentes disciplinas y formas.

En lo que a las ciencias se refiere, y por ser el ámbito en el que me muevo y a cuya difusión social me vengo dedicando de unos años a esta parte, me parece esencial que mejore el conocimiento de las matemáticas y aumente el aprecio de los estudiantes por esa disciplina. También me parece muy importante que la gente de todas las edades y ámbitos sociales se familiarice con el hecho científico, con la importancia cultural, social y económica de la ciencia y la tecnología. Lo contrario, como creo que dijo Carl Sagan, es la mejor receta para el desastre.

Es fundamental eliminar la atribución de brillantez que se hace a las gentes de ciencia, porque es irreal y porque disuade o, cuando menos, desincentiva. Por razones similares debe eliminarse la connotación sacerdotal de la vocación científica, pero no solo del término, también de la intención que anima a quienes promueven esa idea. Quienes nos dedicamos profesionalmente a la ciencia, en cualquiera de sus facetas y disciplinas, no tenemos por qué vivir para ella, simplemente la practicamos o nos dedicamos a tareas relacionadas.

Si queremos que las opciones profesionales científico-tecnológicas sean atractivas para quienes están ahora cursando estudios de primaria y primeros cursos de secundaria, lo que se necesita es ayudar a crear un entorno social que valore esas opciones; que valore el conocimiento y prestigie las profesiones ligadas a sus más altos niveles; que derribe las barreras que, por razón de extracción social, género, u origen étnico o geográfico, todavía hoy dificultan el acceso a muchas personas a unas u otras parcelas del saber. No se trata tanto de promover unos estudios de atractivo limitado, sino de generar una cultura que valore el conocimiento en general y el conocimiento científico-tecnológico, en particular.

¿Valora nuestra sociedad el conocimiento? ¿Actúan los poderes públicos para elevar su prestigio social? Me refiero a lo que cabría hacer al margen de las enseñanzas que se imparten en la formación reglada, por supuesto. Si pusiésemos en una balanza el apoyo dado, en términos de imagen y presencia pública, a grandes eventos deportivos, en un platillo, y a actos protagonizados por grandes figuras del saber, en el otro, ¿cuál de los dos platillos bajaría? ¿Qué actividades socio-culturales  son las que gozan hoy de mayor legitimación y apoyo social?

Si respondemos a estas preguntas con sinceridad, quizás tengamos las respuestas a los interrogantes y cuestiones que deben aclararse si queremos, de verdad, que el conocimiento sea valorado socialmente. Quizás así daríamos el primer paso para que en nuestra sociedad muchos chicos y chicas quieran ser matemáticas, historiadores, ingenieras, abogados, profesoras o lingüistas, y que ninguna de esas opciones suscitase extrañeza o rechazo.

Post scriptum: Reitero que me parece que es bueno que más chicos y chicas opten por estudios con alto contenido matemático, pero ello no debería ocurrir a costa de una bajada del número de quienes estudian filosofía o lenguas clásicas, sino en un número cada vez menor de jóvenes sin estudios. Y, por supuesto, como dije hace un par de semanas, tampoco parece mala idea ofrecer buenas condiciones laborales a los profesionales que son tan necesarios.

Nota: Hace dos años y medio ya escribí en Vozpópuli sobre este tema (parte de los argumentos están tomados de allí, pero esto de hoy es más completo y matizado.



2 Comentarios En "Estudios útiles e inútiles"

  1. Victor
    2022-06-24 Responder

    El conocimiento universal es lo que hace avanzar a las civilizaciones. Ya en la Academia de Atenas daban importancia -entre otras disciplinas- a las matemáticas, la medicina, la retórica, la música, la astronomía, la política o la dialéctica (esta última entre otras cuestiones, para combatir la demagogia -sofistas- por medio del razonamiento y crear la libertad de pensamiento y el pensamiento crítico). Esta es la primera universidad del mundo occidental, que por cierto incorporó a alumnas y profesoras importantes. No era un tiempo perfecto; cualquier especialista en Historia podrá corregir mis errores de la Grecia Clásica, pero en mi opinión sus inicios impulsaron a la humanidad enormemente. Hoy día debemos seguir garantizando el conocimiento, universal y para todas las personas, si queremos añadir unos Claros más a los Oscuros de nuestra era.

  2. Io
    2022-07-05 Responder

    ¡Qué bueno saber que "un tal Pérez" sigue en la brega!
    ¡Qué bueno que mi siempre admirado "un tal Perez" siga activo y productivo!
    Acabo de leer esta entrada, interesarte, sobre la que pensaré mientras acondiciono mi mini huerto urbano porque seguirà siendo bueno que alguien plante verdures y sembrar patates, ¿no?
    ¿Cómo ganarme la vida? ¿Dónde ganarme la vida? Esas son preguntas de antes y de ahora para cualquier joven con dos dedos de frente. Seguro que se las hicieron también tanto los orientales que hoy regentan restaurantes y tiendas de todo a 100 entre nosotros como quienes emigraron de aquí en busca de mejores horizontes.

    ¿Cómo ganarse la vida, dónde ganarse la vida? Esas son de las preguntas importantes de antes y de hoy para cualquier joven que use su cabeza para algo más que para peinarse.
    La inflación de titulitis que tiene contaminada a buena parte de nuestra sociedad desde hace décadas no ayuda en nada a que nuestros jóvenes tomen decisiones informadas y sensatas sobre su futuro, me parece a mí. Y a esos viejos males se suma la plaga nueva de los "influenciar" y similares especialistes en vivir del cuento y/o del sudor ajeno.