La pandemia COVID19 ha llegado al mundo de la enseñanza como una gran ola. No hemos podido huir de ella ni, menos aún, saltar por encima. Nos ha sobrepasado. A decenas de miles de docentes y centenares de miles de estudiantes nos ha obligado a enseñar y aprender de una forma diferente durante el segundo cuatrimestre del curso; y todo ha ocurrido de repente. La ola nos ha cubierto y ahí seguimos, bajo el agua, sacando la cabeza como buenamente podemos para respirar, y tratar de no ahogarnos. En casa convivimos una maestra de primaria, un graduado en ciencias cursando el máster de secundaria y un servidor, profesor universitario; y tengo la percepción de que en todos los niveles educativos experimentamos la misma sensación de desconcierto, en unos casos, o incluso de ahogo, en otros, porque nunca nos habíamos enfrentado a nada similar.
Pero el curso académico 2019/2020 se dirige a término y aunque seguiremos impartiendo docencia como mejor sabemos, tratando de completar los programas, y evaluando incluso (o sea, tratando de sacar la cabeza para respirar), debemos pensar ya en el curso próximo. Lo tenemos que empezar a preparar ya, sabiendo que el 2020/2021 tampoco será normal. Debemos evitar la improvisación a que nos hemos visto obligados este curso.
Hemos de partir de dos premisas. Por un lado, hay que contar con que no será posible hacer vida normal, al menos, hasta la próxima primavera. Las previsiones epidemiológicas dicen que el virus no solo no va a desaparecer en los próximos meses, sino que circulará por la población e irá alcanzando a quienes aún no han sido contagiados. Sólo unas condiciones de aislamiento extremo lo podrían evitar, pero eso es impensable; como vimos aquí. La presencia permanente del SARS-Cov-2 entre nosotros durante los próximos meses obligará a las autoridades a mantener durante largo tiempo algunas medidas de aislamiento relativo, una cierta distancia física entre las personas y el uso de normas y dispositivos de protección.
Por otro lado, es preciso mantener la actividad académica de la mejor forma posible. No será fácil, pero tampoco tiene por qué ser tan difícil. Para enseñar y aprender en condiciones idóneas, me parece clave establecer el principio de que no debe trasladarse de manera automática la experiencia docente/discente del aula o seminario al entorno virtual. La pretensión de hacerlo así, que ha predominado en muchos responsables del mundo de la enseñanza durante estos meses, ha sido una fuente de problemas. Por un lado, no en todos los hogares hay el equipamiento informático necesario. Por otro, tampoco se dan en todos los casos las condiciones necesarias para permitir a los miembros de una familia conectarse con la calidad suficiente como para asistir a una clase virtual o impartirla. Y, por qué no decirlo, algunos profesores carecemos de habilidades para relacionarnos con la utilería informática o movernos con agilidad en el mundo virtual.
Pero, por encima de cualesquiera otras consideraciones, no es lo mismo una clase presencial en un aula (menos aún en un laboratorio) que una sesión mediante videoconferencia en la que ni el docente ve a los estudiantes que asisten a clase ni, lo que es más importante, puede hacer uso de los recursos propios del aula. Me refiero a la prosodia, la teatralización, o el uso de sistemas alternativos de presentación de imágenes. No, por mucho que nos empeñemos, el aula es una cosa y la plataforma virtual es otra. Esto no quiere decir que no se pueda impartir docencia por internet. Por supuesto que se puede, pero ha de ser preparada a tal efecto, no una que pretenda llevar a la plataforma de video lo que se explica en el aula.
Expuestas las premisas, deberíamos empezar a trabajar de cara al curso que viene con arreglo a las siguientes medidas y pautas:
- Si la situación de la pandemia así lo aconseja y dependiendo del nivel educativo, solo una fracción de las clases serían presenciales. Esa fracción sería mayor o total en los niveles de enseñanza más básica y podría ser menor conforme se acerca a la universitaria. La asistencia regular a clase no debería ser un problema para los estudiantes de infantil y primaria, dado que no parecen verse afectados por el virus. Y en el otro extremo, en la universidad y bachillerato, buena parte de las clases presenciales podrían ser sustituidas por otras modalidades discentes. De esa forma solo circularían por los centros una fracción del total de estudiantes. Y eso facilitaría el poder mantener la distancia adecuada entre las personas dentro de los recintos.
- Es muy improbable que en julio se puedan hacer convocatorias que reúnan a grandes números de personas. Por ello, no creo que se den las condiciones para realizar las pruebas de acceso a la universidad antes del verano salvo que se habiliten espacios de grandes dimensiones y se organicen los accesos de forma exquisitamente ordenada. No tendría por qué haber problemas en posponer las pruebas de acceso a septiembre, después de la época más cálida del año, dado que parece que la transmisión del virus disminuye con la temperatura y la humedad.
- En consecuencia, el curso debería empezar entre mediados de septiembre (en los niveles educativos niveles más básicos) y primeros de octubre, lo que tendría la ventaja añadida de que nos daría más tiempo para preparar las tareas a realizar.
- En aquellos casos en que hubiese que restringir el acceso del alumnado a los centros, las clases presenciales servirían para instruir acerca de la forma de trabajar y para la docencia práctica, dejando la transmisión de contenidos de teoría para las modalidades virtuales.
- Las plataformas de vídeo se destinarían, sobre todo, a la labor tutorial: asesoramiento, resolución de dudas, etc.
- Una parte importante de la actividad discente debería consistir en aprendizaje basado en el trabajo personal de los estudiantes dirigido por el docente. Los estudiantes serían así verdaderamente protagonistas de su aprendizaje.
- El profesorado podría (y a mi juicio debería) hacer un uso intensivo de los recursos que ofrece internet de forma gratuita: vídeos, artículos escritos en medios de divulgación, artículos científicos, etc. Su papel aquí sería esencial, pues es quien debe velar por el rigor de la información que se pone a disposición del alumnado.
- El profesorado con dotes y disposición para ello podría grabar archivos de audio y de vídeo con explicaciones breves acerca de cuestiones claves de sus materias. Ese material quedaría depositado en el aula virtual para uso del alumnado. En ausencia de textos o como complemento de lo anterior, el profesorado puede redactar los suyos propios (breves) con los contenidos que considere esenciales y que no cabe obtener por otros medios.
- La conexión a internet con buena calidad se ha convertido en una necesidad equivalente a la de las infraestructuras y equipamientos educativos tradicionales. Por ello, los responsables educativos deberían poner los medios necesarios para que todos los estudiantes dispongan de una conexión a internet de calidad, así como del equipamiento informático necesario. De lo contrario, la brecha digital se manifestaría en una brecha educativa muy profunda.
- La evaluación debe huir del mimetismo de las pruebas presenciales. Entiendo que debería optarse, preferentemente, por la evaluación continua basada en trabajos y tareas no muy gravosas, aunque dependiendo del número de alumnos a evaluar, eso podría ser muy difícil de llevar a la práctica. En todo caso, la exposición y discusión de problemas prácticos concretos (disponiendo de una gama amplia de opciones) sería, a mi juicio, la forma más idónea de evaluar. Soy partidario de recordar al alumnado que este sistema descansa en la confianza en la honradez de todos sus integrantes y en el ejercicio de la responsabilidad personal. La evidencia empírica muestra que los recordatorios de esta naturaleza reducen los comportamientos fraudulentos de forma significativa.
La situación que vivimos es absolutamente excepcional. No podemos actuar como si estuviésemos en circunstancias normales. Y es necesario adaptarse a ellas. Además, aunque debemos cambiar los esquemas de trabajo y en algunos casos pueden surgir dificultades especiales o, incluso, insalvables, debemos evitar aferrarnos a hábitos y formas de trabajo de toda la vida. Se trata de pensar de forma diferente. Tenemos cinco meses por delante y los debemos aprovechar para transitar a un modelo transformado. Antes o después volverá la normalidad conocida o nos habremos adaptado a una nueva. Todo lo que aprendamos estos meses nos valdrá. Hagamos, por tanto, virtud de la necesidad.
2 Comentarios En "Decálogo para un curso académico en año de pandemia"