En el otoño de 1988, ETA colocó un artefacto explosivo en el concesionario de Renault en Leioa, a unos 200 m de donde vivía entonces. Vecinos que ocupaban los pisos del edificio en cuyos bajos se encontraba, pidieron a sus propietarios que lo trasladasen a un lugar donde no hubiese viviendas. En otras localidades hubo comunidades que pidieron también a vecinos que podían ser víctimas de ETA que se mudasen de residencia.
He recordado esos episodios a cuenta de los mensajes anónimos que, en forma de folios mecanografiados colocados en el portal de la comunidad o de pintadas en su automóvil, dirige estos días algún vecino, por temor a contagiarse de COVID, al sanitario o dependiente de supermercado que vive en su misma comunidad, invitándole (conminándole, en realidad) a que se aloje en otro lugar.
Hay paralelismos entre los dos episodios. En ambos casos la persona o negocio al que se pide que se vaya, es quien se encuentra en la situación más débil. Y en los dos casos, esas personas que se encuentran en la situación más débil lo están porque velan por los demás. Los amenazados por ETA -el ertzaina, el juez, el periodista…- eran, o actúan como, guardianes de las libertades y, algunos de ellos, de nuestras mismas vidas. Las personas a quienes ahora quieren algunos expulsar de su entorno también son guardianes: velan por nuestra salud o por nuestro bienestar.
Dicen que situaciones como las que vivimos hoy hacen aflorar lo peor de los seres humanos. No estoy seguro de que así sea. O, mejor dicho, no estoy seguro de que lo peor no aflore también en otras circunstancias, ni tampoco de que estas solo hagan aflorar lo peor.
A estos efectos, la diferencia entre la que vivimos hoy y la anterior a que irrumpiese el virus en nuestras vidas es que antes las situaciones que nos exigían a cada uno de nosotros comportarnos con dignidad y valentía o, al menos, no hacerlo de forma cobarde e indigna, eran, las más de las veces, ocasionales, fortuitas y distintas en unos y otros casos; ahora, sin embargo, la pandemia tiene efectos tan generales, que a todos o, al menos, a muchos nos coloca en situación de poder comportarnos mal y hacerlo, además, de formas similares. Ese portarse mal puede consistir en pedir que se vaya de tu portal el enfermero o, de mucha menos gravedad, en hacer trampas para salir de casa cuando no tienes razones poderosas o justificadas para ello.
Por otro lado, también ahora hay miles de personas que están desempeñando su trabajo asumiendo el riesgo cierto de contraer la enfermedad: un porcentaje muy alto del personal sanitario se contagia. Así pues, quizás sea cierto que en estas ocasiones aflore lo peor del ser humano, pero también aflora lo mejor.
Y, lo que resulta de verdad paradójico, pueden ser las mismas personas las que se comportan con cobardía en unas ocasiones y con valor en otras. Porque no sería en absoluto extraño que quien hace treinta años pidiese a un ertzaina que se mudase de comunidad, esté ahora arriesgando su vida por salvar las de los demás.
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