¿Hemos tirado la toalla?
Las Comunidades Autónoma Vasca (522), Foral Navarra (420) y de Madrid (401) lideran destacadas la incidencia de la covid19 (las cifras entre paréntesis expresan, como es habitual, la incidencia acumulada en 14 días por cada 100000 habitantes).
En Navarra han muerto 9 personas en la última semana (13,7 por millón), en Madrid han sido 86 (12,7 por millón) y en la CAV, 27 (12,3 por millón). En la CAV, además, los ingresos hospitalarios, la ocupación de las UCIs y los fallecimientos seguirán subiendo, porque la incidencia diaria ha superado el millar de casos en varias ocasiones estos días y sus consecuencias las veremos dentro de tres semanas. No me atrevo a comentar la situación de Navarra y Madrid, porque no veo lo que ocurre en esas comunidades, así que solo me referiré a la mía, a la CAV.
El LABI, el organismo que valora la situación y recomienda al gobierno las medidas que se deben tomar, prevé que durante los próximos días la incidencia de la pandemia se mantendrá en una meseta y luego descenderá lentamente. Interpreto que el LABI renuncia a recurrir a medidas más rigurosas para cortar la cadena de contagios y confía la evolución de la pandemia en las próximas semanas y meses a los efectos de la vacunación. La meseta sería la consecuencia del funcionamiento del semáforo automático, tal y como funciona en este momento, y el descenso lento posterior obedecería al efecto de las vacunas.
El LABI, de hecho, ha recomendado mantener las normas vigentes porque, según ha declarado, son suficientes y lo que hace falta es que se cumplan.
El auto de la Sala de lo Contencioso Administrativo del TSJPV que permitió la reapertura de los bares tuvo dos efectos nocivos. Uno es que frenó el ritmo de descenso de la incidencia de la covid19 y dejó a la CAV en situación precaria para afrontar la siguiente ola. Y el otro es que limitó mucho el margen de actuación de las autoridades, lo que merma su capacidad para contener la pandemia.
Ahora bien, por muy adecuadas y rigurosas que se consideren las actuales, sigue habiendo margen para tomar medidas adicionales; y si la situación fuera más grave, no dudo de que se tomarían. Pero se ha optado por no hacerlo porque se ha decidido que lo que hace falta es que se cumplan las normas que ya hay.
Pero eso no va a pasar.
Conforme han ido pasando los meses, el cumplimiento ha sido cada vez más laxo o, en algunos casos, se han dejado de cumplir de forma evidente. No hay trabas a la movilidad como las hubo durante olas anteriores; autobuses, metro y carreteras no parecen sufrir los efectos de la pandemia. Hay locales de hostelería que llevan el reloj muy atrasado. Lo cierto es que nunca he visto muchos agentes de la ley por las calles o patrullando en automóvil, pero durante los últimos dos meses no he vuelto a ver policías municipales en la calle, ni uno solo; si acaso, algún coche de la Ertzaintza.
No, diga el LABI lo que diga, las normas no se van a cumplir. Por dos razones que quizás sean una en el fondo.
Una es que no se hacen cumplir. Es verdad que no se puede poner un policía detrás de cada persona. Pero de ahí a no poner casi ninguno en la calle va un trecho.
Y la otra razón es que mucha gente ya no está por la labor de cumplir las normas. No sé si es más que la que sí está dispuesta a cumplirlas, pero lo que percibo es que es más, bastante más, que la que no lo estaba antes. La actitud de la gente ha cambiado y ya no actuamos con la prudencia con la que solíamos hacerlo.
Muy probablemente la expectativa de una pronta vacunación ha influido en ese cambio de actitud. La vacuna nos ha podido anestesiar; la promesa de una próxima inmunización nos habría insensibilizado ante las consecuencias y riesgos inherentes a los comportamientos imprudentes. Quizás hayamos bajado la guardia por verla tan próxima.
Por último, creo también que hemos llegado a una situación acerca de la que ya escribí; es posible que hayamos llegado a esa cifra de muertos que es socialmente aceptable. Es posible que estemos dispuestos a convivir con esa cifra, confiando nuestro futuro y el de otras muchas personas a la suerte y una próxima vacunación. Y algo parecido deben de pensar quienes han renunciado a intentar que se cumplan las normas o a aplicar normas más restrictivas.
He dicho antes que quizás no sean dos, sino una única la razón por la que no se cumplen las normas y nos encontramos en la situación que sufrimos en este momento. Esa razón es que la sociedad vasca, en sus diferentes niveles de responsabilidad, parece haber renunciado a esforzarse, parece haber tirado la toalla. Y si no fuera por la enorme tensión a que estamos sometiendo al sistema sanitario, quizás viviríamos más despreocupados aún, inconscientes del riesgo individual, familiar y social que corremos, e insensibles al drama que todas esas muertes representa.
Adenda:
Más de una persona ha respondido en tuiter a la pregunta que sirve de título a esta anotación negando que, al menos ellos y sus allegados, hayan tirado la toalla. Si tengo ocasión mañana mismo trataré de comentar sus respuestas aunque, por supuesto, no tengo la más mínima duda de ello.
De otro tenor fue la respuesta de Ugo Mayor:
Él me decía después que si se compara el repunte actual con los dos anteriores, la velocidad de expansión de contagio de este es más lenta, a pesar de que la variante británica se considera más contagiosa. Por esa razón, deberíamos observar una expansión más explosiva si un porcentaje más alto de la población hubiese tirado la toalla. Como le señalé en tuiter, en mi opinión hay factores que explicarían esa aparente discordancia. Creo que son dos.
Por un lado, el porcentaje de población inmunizada ha crecido a lo largo del tiempo, tanto por haberse contagiado más personas, como por haberse vacunado ya un porcentaje significativo. Sabemos que en las vacunadas la protección, sobre todo frente a covid severa, es alta. Y además, es muy probable que las vacunas reduzcan la transmisión del virus, aunque no sabemos en qué medida. Ugo respondió a mis argumentos con datos (le alabo el gusto) y una cuestión adicional.
Los porcentajes insertados en la figura indican la proporción de personas inmunizadas al comienzo de cada ola. Y como puede leerse en el tuit, Ugo se pregunta si ese 14,5% puede justificar el carácter menos explosivo (subida más gradual) de los contagios en este repunte.
Mi opinión es que sí. Aunque la diferencia de 9,5% a 14,5% puede parecer pequeña, dado que la progresión de una pandemia tiende a cursar exponencialmente (se trata de un fenómeno multiplicativo), diferencias pequeñas de partida tienen efectos grandes.
Y luego hay otra razón a la que no he hecho mención antes. Si no me equivoco, en el actual sistema de semáforos el rojo se alcanza con una incidencia de 400, cuando en los anteriores se alcanzaba con 500. Y esa diferencia, de nuevo por el carácter exponencial del crecimiento de una epidemia, puede tener un efecto significativo, ayudando a mitigar el crecimiento. Creo que ambos elementos actuando a la vez pueden perfectamente ralentizar el crecimiento de la incidencia de la covid en la población.
Confieso que mi conjetura es eso, una conjetura, y que se basa, en parte, en lo que observo a mi alrededor. Pero respondiendo a Ugo, creo que sí es compatible con la trayectoria que muestran los datos de incidencia a lo largo del último año.
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